El nuevo disco de Madeleine Peyroux (Athens, Georgia, Estados Unidos, 1974) es la coronación de una voz. Porque toda voz tiene una historia, o varias: la que cuenta ella misma y las que se cuentan de ella. Es la voz cantante y la voz de los demás. Esta vez, la voz de Madeleine llega a su trono. Se entroniza y entronca en truenos, trinos y trasiegos. La voz de las mil y un voces, besos y venturas.
El Disquero ha reseñado uno a uno los discos de Madeleine Peyroux, hija de hippies: del hogar de izquierda manó maná a trasmano, aprendió el arte de la música y emprendió la fuga. Su vida es un hato de aventuras.
Luego de su primer álbum, Dreamland, de 1996, tuvo problemas de salud. De hecho, perdió la voz. Y entonces ella decidió perderse en la inmensidad. Desapareció durante años, seis, ocho, y desde ahí se tejen leyendas a su alrededor: que si compró una furgoneta y recorrió su país en busca de su familia tan extensa; que si en realidad se fue a París a cantar en las calles del Barrio Latino con los clochards; que si andaba en Nueva York, cantando en las calles y trabajaba como mesera en bares. La voz de las mil y un leyendas.
Más tarde, una compañía de discos se aprovecharía de ella para crear a su vez nuevas historias. La desaparecieron mientras estaba perfectamente localizable. Lo cierto es que su voz condensa la hondura del blues, la quintaesencia de la poesía, la elegancia del jazz clásico.
Es poseedora de un estilo, inconfundible a pesar de la leyenda más socorrida a su alrededor: hay quienes quieren nombrarla la Billie Holiday blanca porque su voz, en sus primeros discos, se parece mucho a la de aquella existencia atormentada.
Los discos genéricos que conllevan el término best of vienen bien al caso para presentar la voz de Madeleine Peyroux: en 2016 se publicó el volumen titulado The Best of Madeleine Peyroux, con el subtítulo Keep me in your heart for a while.
Ese compendio ilustra la ruta que ha recorrido la de la voz: un paisaje variopinto con pasajes harto interesantes. Comienza con la pieza Don’t wait too long, extraída del disco que la hizo una celebridad: Careless love, de 2004. La siguiente pieza muestra la orientación inequívoca de su voz: You’re gonna make me lonesome when you go, de Bob Dylan.
Y es que glosar, versar, discernir y ofrecer sus propias versiones de creaciones de autores que le importan, forma parte del estilo y personalidad de Peyroux. Es por eso que quiso darnos su interpretación de Dance me to the end of love, de Leonard Cohen, por su conocimiento y amor a la poesía: hazme bailar/ álzame como la rama del olivo:
Dance me very tenderly
dance me very long
Esa comprensión de la naturaleza humana la llevó a territorios más profundos cuando hizo su lectura de Love in vain, un clásico de la autoría de otra leyenda: Robert Johnson (1911-1938), que hizo brillar a estrellas como los Rolling Stones, cuando hicieron del blues su casa.
Los discos de Madeleine Peyroux poseen encanto irresistible, como el álbum titulado Standing on the rooftop, que materializa la intención declarada de “experimentar con sonidos más duros, incluso sonidos que puedan resultar feos, en búsqueda de algo más salvaje y crudo que la voz que tengo”.
Voz quemadura
Para lograr su cometido, Madeleine pidió ayuda a uno de sus maestros, el gran Allen Toussaint, y también se asoció con Bill Wyman, quien tomó la sabia decisión de abandonar la banda pletórica del ego de Mick Jagger y Keith Richard, los Rolling Stones.
Madeleine es una cantante que ama la sencillez, la ternura, el acto de pensar. Vaya, hasta temor le infunden los espacios gigantescos como los estadios y por eso prefiere ofrecer conciertos en lugares casi domésticos.
Y es que su voz es cosa delicada. Es un ente que toma la forma del agua contenida en un guaje, o jícara, esos implementos nacidos de la naturaleza que se cuelgan con un lazo los campesinos en la cintura para trabajar bajo el sol en los sembradíos.
Es una voz acuosa, con tendencia a lo nasal, con resonancias naturales como una habitación vacía que se llena solamente con su voz y una luz tenue. De pronto suena un tanto metálica, con tendencia al repique de campanas a lo lejos, muy tenues, mesuradas. Es una voz ocarina.
Al escucharla, uno percibe la sensación y la vemos inclinándose para cantarle al oído a todos y cada uno de quienes la estamos escuchando. Canta como si cantara todo el tiempo inclinada hacia nosotros.
Su nuevo disco, decíamos, es la coronación de sus afanes. A diferencia del total de su discografía, ya no presenta versiones de obras de otros sino creaciones propias. La diversidad, esa sí, está presente y de manera más clara que nunca. En su nuevo disco tenemos gospel, blues, balada, jazz, rock, música campesina y de ciudades grandes, como París o Nueva York.
Hay un video en YouTube donde rinde homenaje a su mentor principal, Danny Fitzgerald, creador de un grupazo llamado The Lost Wandering Blues and Jazz Band, una troupe callejera que recorría París llevando alegría y sonrisas y una música irresistible.
Vemos a la casi niña Madeleine en ese video sentada en una banqueta, con su guitarra, cantando por monedas y luego viajando en el Metro de París y luego bailar y sonreír por todas partes. Esa vocación vagabunda permea el espíritu de su nuevo disco, como en la pieza que le da título: Let´s walk:
Let´s walk
Let´s roll
Let us advance our mortal bodies up where hearts
and minds will go
Let´s lead
and behold
Progress within the peaceful test of
power
rowing as we go
You are the people of my heart and soul
want the world to know
El inicio del disco es una delicia: Find true love, con pasajes gospel y ambiente paradisíaco, como todo gospel: Feel the summer sunshine In the southern breezes / listen to the brass bands Do the second line / pick a little guitar Spill a little wine. Los temas sociales están presentes en este álbum, como en el episodio cuatro, donde brinda refugio a los migrantes:
The wind is howlin’, the moon is wide
I know you’re lonesome, please, come on,
inside
Y el tema del abuso contra las mujeres, en la pieza ocho, Nothing personal:
You violate me
I feel you hate me
You say it’s nothing personal
Todo eso dicho con su voz de ternura, con un dejo inequívoco de ironía y siempre buen humor, como el divertido relato de la pieza siete: Me and the Mosquito, con pasajes cantados en perfecto español, así como la pieza seis está entonada en francés a la manera de Edith Piaf; todo el disco con exquisiteces tales como la presencia de coros juguetones activando cabriolas elegantes.
La escucha del disco disco entero nos deja una sensación de fiesta en la intimidad, paseo por el campo, caminata citadina, estancia en Nueva Orleans. Alegría. He aquí la voz de Madeleine Peyroux en su reinado.
@PabloEspinosaB