José Joaquín Fernández de Lizardi escribe El periquillo sarniento, la más importante novela de México por su retrato costumbrista del México en el siglo XIX, lo que no se ha hecho después.
En una de sus aventuras, el periquillo sarniento -apodo del personaje central- cae preso. Así conocemos las castas de aquel México: indios, negros, lobos, mulatos y más. El periquillo, por ser blanco y “estudiado”, es atacado: se establece el sofisma de que entre más adinerado es el delincuente, más robará. La discusión sobre los excesos de los políticos en esta administración no es nueva. La punga entre estudiosos y leales, no es nueva.
En el péndulo de la vida pública mexicana, vemos que hace más de un siglo ya sucedía lo que ahora vendrá con los jueces electorales, cuya única acreditación de conocimientos es una calificación en la carrera, sin importar el nivel académico de la universidad y sus profesores: los secretarios decidirán en lo que el nuevo juez entiende el problemón en que está metido. El periquillo sabe que su detención no tiene fecha para terminar porque al ser un robo de poca cuantía y no contar con dinero para darle a los secretarios, estos no darán velocidad al juicio para llevarlo ante el juez.
La tardanza judicial no depende del juez, se explica en “El periquillo”, son los escribanos los que determinan las fechas de las presentaciones porque ellos son los que se encargan de “agitar o echar a dormir los negocios de los reos”. Si no hay dinero de por medio lo escribanos no se interesarán por la causa. Esto no sólo se refería a acortar los tiempos de las audiencias ante el juez, sino en establecer la información que le darían al juzgador. Sin embargo, estos magistrados tienen culpa por depositar la confianza en los secretarios, aunque ello se debe, en parte, a que entre más corruptos sean los escribanos más hipócritas son para ganarse la confianza de los jueces y así cometer sus “intrigas y picardías” al estar seguros de que su mala fe prevalecerá. Incluso, dice el narrador, aún los jueces más íntegros, si están dominados por el escribano, no tendrán forma de ver la verdad sobre la declaración que este hubiera tomado al detenido. Así, la información que recibe el juez no necesariamente será verdadera. Y en los delitos menores, dice Fernández, los jueces dejan todo en manos del escribano. Lo cual no sucede cuando se trata de asuntos importantes.
Fernández hace periodismo actual: en la liberación de Vallarta sólo parece haber intereses políticos, sin mencionar a los actuales políticos encumbrados que son corresponsables de un inútil encierro prolongado, prueba de que la prisión preventiva, tan defendida en la anterior administración y la actual, no garantiza seguridad jurídica.
Hoy, cuando muchos jueces sólo tienen el mérito de haber sido elegidos por el partido en el poder para ser candidatos y contender en condiciones sin transparencia, la importancia de los secretarios cobra vigencia. Habrá jueces nuevos con nula experiencia en el manejo de un juzgado. Si el trámite en un juzgado es muy complejo, en la Suprema Corte es peor. No sorprenderá que sean carne fresca de los secretarios que llevan décadas en el juzgado o de los mecanógrafos ignorantes, pero basificados y muy empoderados. Los cambios recientes en los acuerdos de la judicatura hacen imposible cesar oportunamente a un basificado.
Cuando el nuevo juzgador tenga la capacidad de aprender, quedará supeditado durante años a los manejos de esos mecanógrafos y secretarios que al igual que los que tocaron al periquillo sarmiento en su encierro, lo mismo pueden ser francamente corruptos y esperar dinero para ponerse a trabajar o simplemente darán preferencia a los expedientes sencillos, cierto el secretario de que los nuevos jueces electos apenas podrán entender la diferencia de las sentencias complejas con las realizadas con formatos preestablecidos. Las sentencias orales, presididas por jueces sin experiencia ni conocimientos útiles, serán la diversión de las redes sociales y el calvario de los litigantes.
El arte es memoria histórica, las peripecias del gran periquillo sarniento regresan en el péndulo de las leyes hechas por motivos políticos, no de servicio y beneficio social.