Este primer cuarto del siglo XXI se ha caracterizado por una enorme conflictividad mundial, parte de una transición larguísima que, desde la crisis del modelo neoliberal capitalista de los años 2008-2009 sigue sin resolverse. Por eso las enormes tensiones provocadas por el pequeño mundo occidental del norte global neocolonial, que ejerce todo su poder para mantener sus privilegios a costa del desarrollo del otro 85 por ciento del sur global. Es decir, el paso hacia un nuevo patrón de acumulación sigue sin definirse, lo que explicaría el “pantano histórico” en que vive el mundo.
Ante hegemonías en declive, tenemos a Estados Unidos tratando de no perder su poder, para lo cual ha puesto en marcha amenazas, aranceles y mentiras, afianzando su alianza con la Unión Europea, que pasó a ser su patio trasero trasatlántico. Expulsiones masivas de migrantes, controles fronterizos, deportaciones, supuestamente por ser “irregulares, ilegales, indocumentados”, a quienes se les añaden calificativos inaceptables, como ser delincuentes, enfermos mentales, drogadictos, traficantes, etcétera, todo ello para mantenerlos en un estado funcional de vulnerabilidad. Lo que queda además es la racialización del migrante, negro árabe, indígena, latino. Atrocidades que nos hablan de una lógica que une estructuras de poder del norte global y los efectos persistentes del imperialismo neocolonial, que mantiene el control político y simbólico en las fronteras. Los estados del norte delegan la contención migratoria a los países periféricos convertidos en “guardias”.
Estados Unidos busca replicar los años de la guerra fría en América Latina, cuya clara intención es, por un lado, desviar el curso de los países progresistas que buscan cambiar la tragedia de 30 años de liberalismo y por eso se dirige justamente contra Colombia, Venezuela y México, cuyas propuestas políticas y económicas se alejan de la derecha. Y por otro, disponer de los enormes recursos naturales estratégicos de estas naciones. El nuevo concepto para la intervención se llama narcoterrorismo, y con toda impunidad bombardea barcazas y asesina a sus ocupantes. Lo que muestra su intención política injerencista y no de seguridad es que Estados Unidos no toca a los narcoterroristas estadunidenses internos, lo que ha sido documentado en forma excelente por el periodista Jesús Esquivel. Lo que debe destacarse es que las derivas autoritarias de las derechas y ultraderechas latinoamericanas lo que sí han logrado es dar al traste con las economías en las que se instalan: Argentina, un caso tristemente patético, y Ecuador, que sólo logra mantenerse en el poder a base de toques de queda y represiones, condiciones que los hace por completo sumisos a Estados Unidos.
Otro hecho que refleja con enorme contundencia este “pantano histórico” en que el mundo se encuentra hundido es el genocidio en Gaza perpetrado por los sionistas de Benjamin Netanyahu y sus secuaces en el gobierno, apoyados por el genocida Donald Trump. Lo sucedido, y sigue sucediendo en Gaza a pesar de la “tregua de paz”, ha sido tan atroz y espeluznante que después de dos años de horrores, finalmente han caído las máscaras justificadoras con que los genocidas han intentado acallar y manipular no sólo con graves represiones, apoyados por los medios masivos de comunicación corporativos. Ya es totalmente inaceptable la narrativa de que “Israel tiene derecho a defenderse”, cuando es Israel el que ha invadido una tierra que no le pertenece. Son los palestinos quienes tienen derecho a defenderse del invasor, hasta con las armas, lo que está permitido por el derecho internacional. Los que defienden a los palestinos no son terroristas, Hamas es un grupo político de resistencia al invasor, y es Israel el terrorista por haber llevado a cabo un genocidio, calificado así también por la propia Naciones Unidas. Defender a los palestinos no es ser antisemitas, sino contrarios al sionismo y al neocolonialismo, que es la ideología fascista que ejerce el gobierno de Netanyahu.
Señala el analista Chandran Nair que el genocidio perpetrado en Gaza mostró que ese occidente, es decir, 15 por ciento de la población mundial, llamado norte global, sigue actuando bajo los conceptos coloniales y del supremacismo blanco, que creen que todo es válido para proteger lo que supone son sus derechos. Razón por la que esos países siguen sin llamarlo como lo que es, un genocidio. Y lo más patético, como señala Nair, es que “los pacifistas son los mismos que llevaron a cabo el genocidio”; trágica ironía, sobre la cual surge la duda de si estos genocidas serán llevados a juicio o, por el contrario, el mundo confirmará que las instituciones existentes responden a ese 15 por ciento colonialista que sigue escribiendo la historia.
Parecería que los pueblos del mundo están reaccionando ante esta enorme tragedia y ante el pantano histórico de la desigualdad, la pobreza y la obscena concentración del ingreso. Sus manifestaciones son encabezadas, entre otros, por lo que se ha denominado Gen Z en Asia, África y América Latina. Jóvenes que se enfrentan a los gobiernos reaccionarios, muchos de cuyas élites son serviles y están vinculados a las de los países dominantes del mundo occidental, de la Unión Europea y, por supuesto, al país en declive hegemónico: Estados Unidos bajo la figura desquiciada de Donald Trump. ¿Será posible que el mundo haya dicho ya basta?