Guanajuato, Gto. El entuerto amoroso entre una mujer que a los 36 años idolatra a su más joven y disoluto primo, de quien en su sordera y deseo cree escuchar una propuesta de matrimonio. Tal es el nudo de la comedia del dramaturgo veracruzano, Emilio Carballido, titulada La danza que sueña la tortuga.
El montaje de la Coordinación Nacional de Teatro, en conmemoración del centenario de Carballido, mantuvo este sábado en el Teatro Cervantes una carcajada colectiva durante los 140 minutos de su duración. Tuvo funciones este sábado y domingo en el Festival Internacional Cervantino.
La comedia ambientada en la ciudad de Córdoba, en 1954, nos trae personajes emblemáticos en algunas familias tradicionales por los cuales podemos sentir simpatía: Víctor, el hermano mayor que asumió el control de la familia a la falta de padre, la tía Aminta, soltera, y su prima Albertina, mojigata, maledicente y madre del treintañero Beto, quien vive una vida de cierta promiscuidad, su primo Carlitos, un aspirante a poeta y testigo de todo lo que ocurre en su familia.
La obra de teatro dirigida por Nohemí se desarrolla en el ámbito doméstico de la casa de Rocío y Aminta, en un escenario que representa la sala, la cocina y una pequeña tienda que les permite allegarse recursos, que junto con la hechura de ropa y el apoyo económico de Víctor les permite una vida de cierta solvencia.
El joven Carlos se empeña en escribir sus poemas pues desea ser un poeta conocido. Rocío ensalza ese interés y la esperanza de que cuando sea mayor y su sobrino obtenga reconocimiento mostrará las composiciones con orgullo.
Un ambiente tan doméstico y reconocible en muchas familias mexicanas, al que se le agregan atisbos de vínculos más allá de la familiaridad, cierto deseo contenido y la coquetería de la tía que sale a relucir cuando menciona a Beto, quien viaja de negocios.
El relato de una familia, que provoca la hilaridad de los asistentes a pesar de los elementos de tragedia descritos sin asomo de sufrimiento, quizá un optimismo alimentado por narrativas románticas novelescas.
La risa como soporte existencia de núcleo de personas que han vivido desgracias y se defienden contra el desánimo desde el convencimiento cotidiano en que las cosas no pueden ser tan malas, sólo que ciertas carencias asoman entre los tiernos cariños familiares.
El principal elemento disruptor es el amor que siente Rocío desde hace tiempo por su primo y se manifiesta en el contacto físico oculto tras el cariño de haber crecido juntos. La tensión entre ambos personajes desternilla de la risa hasta la inocente confesión de que idolatra a Beto, quien pelea con su madre porque quiere casarse con una mujer que ésta considera inadecuada.
Tras el convencimiento de Rocío de que su primo quiere casarse con ella y el largo viaje de negocio de éste, Víctor se entera de la posibilidad del matrimonio. Estalla en ira y su machismo un tanto benévolo se torna áspero en su negativa y es violento.
Construye la disyuntiva entre el amor correspondido o la posibilidad de ser burlado, a manos de un Beto quien está descubriendo el objetivo de su vida. Con ternura se van erigiendo las figuras en esta que por su tema bien podría ser una tragedia pero se levanta con presteza en la empatía por los personajes que sólo son humanos con sus taras y aspiraciones colectivas.
Rocío se inflama, contra su hermano: “tengo 36 años, ya no soy una niña y no voy a hacer tu capricho”. Y Beto regresa para comenzar la siguiente vuelta de tuerca de esta desternillante escenificación.