Ciudad de México. La leyenda viviente del rock, Sir Rod Stewart, demostró la noche de este martes en el Palacio de los Deportes, ante alrededor de 20 mil fans, que la edad es sólo un número.
A sus 80 años —cumplidos en enero pasado—, y a pesar de un aviso en el escenario que antecedió su actuación en el que pedía la comprensión del público por si debía tomar un respiro debido a la extrema altura de la ciudad, al cantante británico no le faltó el aire ni un segundo.
Lleno de vigor, y ante una multitud enfebrecida que le celebró de principio a fin lo más mínimo, ofreció una velada memorable de casi dos horas en la que hizo un recorrido por una veintena de temas —entre ellos sus grandes éxitos—, en un derroche de energía, nostalgia y carisma.
Bajo las luces del domo de cobre, Stewart fue recibido entre pirotécnicos alaridos e inició ese ritual ochentero de manera tersa, acaso hasta íntima, vistiendo de forma elegante uno de sus característicos sacos en animal print, en este caso uno que emulaba la piel de una cebra, además de unos ajustados pantalones oscuros.
La segunda rola, antecedida por un agradecimiento a la Ciudad de México, mantuvo el cariz emotivo inicial. Tras un respiro, llegó The first cut is the deepest, que azuzó al público al primer coro colectivo de la noche, adornado por un virtuoso solo de violín de una de sus talentosas coristas, músicas y bailarinas.
La velada tomó un tono íntimo con Tonight's the night, pero la energía regresó de forma arrolladora con Forever young. Ese himno reverberó en el inmueble con el coro al unísono de miles de voces dando cuenta de ese manifiesto en una sola frase: "Forever young". Stewart, sonriente y pleno, coreaba y bailaba dando saltitos en su lugar.
Ángel Vargas
Sin darse respiro, llegó Baby Jane, cantada también por la gran mayoría del público. Le siguió Young turks, donde el intérprete, de espaldas al público, contoneaba sus caderas provocando gritos y una nueva ovación.
La bionda y alborotada cabellera, a la moda de los 80, orientada hacia el cenit, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Allí estaba completo ante sus seguidores el cantante, compositor y productor británico, pleno y gozoso, con su voz áspera, rasposa, calando en lo más hondo de la caja torácica para recalar en las emociones más profundas y disfrutables.
Bajando un poco la intensidad física, pero no la emocional, Stewart entregó You're in my heart, con el escudo del Celtic Football Club, su amado equipo, proyectado en la pantalla. La icónica Maggie May llegó como la canción número once, con Stewart contagiando su energía a la frenética audiencia.
Después de un solo cachondón de saxofón, la noche continuó con Downtown train, una canción de amor, seguida de I'm every woman, de Withney Houston, a cargo de las coristas-bailarinas, dando un breve respiro a la estrella.
Con un nuevo cambio de ropa —saco blanco y pantalón negro—, el artista británico agradeció de nuevo a sus fans antes de iniciar I don't want to talk about It. Una dulzura que erizó la piel del Palacio de los Deportes y puso el pellejo de pollo a no pocos.
Antes de la rola 16, mostró un video con entre otras imágenes algunas de Martin Luther King para presentar People get ready. Le siguió Have I told you lately, con un hermoso y acariciante marco de guitarra acústica y otro portentoso solo de violín, donde el cantante llevó su lijosa voz al borde del quebranto, sin terminar por desbarrancarse.
Para Proud Mary, las coristas tomaron la batuta una vez más, y dieron así otro breve descanso a la octogenaria estrella. Luego, Stewart reapareció vestido completamente de amarillo, acompañado de camisa y zapatos en azul eléctrico.
Como es su sello, pateó balones al público como proemio a otro de sus rolas icónicas: Da ya think I'm sexy?, donde reapareció con bríos renovados, desplazándose de un extremo a otro del escenario. La canción 20 fue un tributo a sus orígenes con los Faces: Stay with me, anunciada como puro rock and roll.
El tema 21, Some guys have all the luck, mantuvo el rock a plenitud, para luego dar paso a una fresca oleada a la noche con el emotivo Sailing, en el que cientos de celulares se encendieron emulando luciérnagas que bailaban al amparo de su cadencia.
Así, tras 22 temas y casi dos horas, concluyó el concierto formal. Pero el público, ávido, coreó pidiendo más. Atendiendo los aplausos y un letrero proyectado en la pantalla, Rod Stewart obsequió un encore, terminando la velada como la comenzó: entre saltos, palmoteando y recorriendo el escenario de extremo a extremo, para luego despedirse bajo una ovación exultante que nunca decreció de decibles ni emotividad.