Donald Trump insiste en provocar a la presidenta de México y a la muy mayoritaria porción de mexicanos que no aceptan los planes intervencionistas de la Casa Blanca y los poderes fácticos adjuntos (o dominantes).
Ya había dicho a principios de mayo pasado que Claudia Sheinbaum tenía “tanto miedo” de los cárteles del narcotráfico que no podía “pensar bien” ante el ofrecimiento trumpista de enviar soldados a México para enfrentarlos. Ayer, soltó la referencia irrespetuosa (y no por cuestiones de género, sino de urbanidad institucional) de que México (también Canadá) hace lo que él indica.
Megalómano, narcisista y fanfarrón, el presidente de Estados Unidos pretende erosionar la figura política de la presidenta de México y, acaso, conseguir de ella una respuesta airada de botepronto que permita al botarate vecino seguir avanzando en su guerra no declarada formalmente.
La presidenta Sheinbaum, a su vez, respondió sin mencionar al destinatario: “Y por cierto, para cualquiera que tenga alguna duda, este es un mensaje de México para el mundo: en México, el pueblo manda”, dijo en un acto realizado en una sección del Bosque de Chapultepec.
Más allá de la insolencia de Trump y de la cautela de Sheinbaum, lo cierto es que Estados Unidos está en abierta campaña de acumulación de hechos y dichos que se acomodan al interés del vecino país y no parecen coordinados desde planos de soberanía mexicana ni de simetría que no existe. El más reciente de esos hechos es el relacionado con el avión no tripulado que Estados Unidos colocó en una parte del estado de México para espionaje altamente tecnificado, ante lo cual Palacio Nacional ha asegurado que sucedió “a petición” mexicana y bajo “supervisión” del gobierno claudista.
Pemex es el más reciente añadido a la canasta gringa de intervencionismo y desestabilización. Como si fuera un mínimo gesto de reciprocidad por la anticonstitucional entrega reciente de 26 mexicanos, Estados Unidos detuvo en su territorio a un ex director peñista de Pemex y se anunció que será deportado a México, donde se cumpliría una orden de aprehensión en su contra (ah, otro gesto amabilísimo de presunta reciprocidad: la FBI entregó a México un documento firmado por Hernán Cortés, que había sido robado del Archivo General de la Nación décadas atrás).
El asunto del ex director de Pemex revive un tanto el tema de Odebrecht, la firma corruptora de tantos políticos y gobernantes de Latinoamérica que, sin embargo, en México no ha provocado ni la pérdida de sueño de los involucrados locales; si acaso, a cuenta de ese caso y otros, la cómoda permanencia obligada de Emilio Lozoya en casita.
Además, dos empresarios fueron detenidos en Estados Unidos bajo acusaciones de corromper a tres “altos funcionarios” de Pemex durante la administración de Andrés Manuel López Obrador. Lo del ex director peñista recién detenido y lo de los empresarios (uno de ellos, ex candidato panista a gobernar Campeche; otro, tabasqueño) en tratos sucios con directivos obradoristas, extienden la de por sí amplia evidencia de la enorme corrupción en la endeudada empresa estatal mexicana. Es decir: Trump tiene en su mira filibustera a Pemex, al petróleo mexicano.
Gerardo Fernández Noroña rindió ayer informe de su actividad como legislador, en específico en cuanto a la presidencia de la mesa directiva de la Cámara de Senadores, hacia la cual ahora parece enfilarse Laura Itzel Castillo.
De un largo discurso que pronunció, resultó notable el expreso hermanamiento político con Adán Augusto López Hernández, el ex gobernador de Tabasco que nombró secretario estatal de Seguridad Pública a un policía ahora con orden de aprehensión por andanzas relacionadas con La Barredora, el principal grupo delictivo regional. Así lo dijo Fernández Noroña: “se enojan, pero es cierto, somos hermanitos, mi hermanito Adán Augusto López Hernández, presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Senadores”. ¡Hasta el próximo lunes!
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