Sin proyecto, sin programa, sin alternativa, no existe esperanza. Y sin esperanza, triunfa el oscurantismo. Sin un horizonte de cambio social, las clases populares sucumben al discurso redentor.
Con miedo a perder lo que no se tiene, un trabajo decente, un sueldo digno, una pensión de jubilación digna, una sanidad pública de calidad, una educación asentada en valores democráticos, se acaba por votar a los verdugos. El dolor social genera frustración, alentando opciones reaccionarias. En Chile ganó la derecha por incomparecencia de la izquierda. No se busque fuera lo que es responsabilidad de los gobiernos progresistas que han dinamitado los valores de justicia, equidad social y bien común, en pro del interés general, eufemismo para defender los beneficios de las plutocracias y sus empresas. El pueblo no ha votado derecha engañado, lo ha hecho en la de sesperación de no poder votar un proyecto emancipador. En las urnas se puede escuchar el grito silencioso de quienes obligatoriamente han firmado la defunción de Chile como sociedad democrática por décadas, ¡vivan las cadenas!
Ahora, ¡que gane el mejor! Con esta frase, el presidente de Chile, Gabriel Boric, define su posición política, refiriéndose a la segunda vuelta que decidirá, el 14 de diciembre, el futuro inquilino del Palacio de la Moneda. Como si de un partido de futbol se tratase, y con el marcador a cero, Jeannette Jara, según Boric, mantendría intactas las opciones de triunfo frente al candidato del Partido Republicano, Jose Antonio Kast. En otras palabras, y siguiendo el símil, bastaría con un gol de último minuto y una estrategia de victoria para dar el triunfo a Jeannette Jara. Para fundamentar su relato plantea llegar a acuerdos con votantes de la derecha que han sido desplazados por Kast. En primer lugar, abrir conversaciones con Franco Parisi, del Partido de la Gente, con 19.7% de votos, y cuyo lema de campaña lo delata: “Chile ni facho ni comunacho”. Para Boric, allí tendría un nicho de votos para dar la vuelta a los resultados. Esa es su opción. Negociar poder, y Parisi se deja querer. Desde luego no pensará sumar votos de Johannes Kaiser, con 13.9%, defensor a ultranza del régimen pinochetista. Sin embargo, cree convencer a algún votante despistado de Evelyn Matthei, cuyo 12.5% de votos reúne a la derecha golpista nacida en los años 80 del siglo pasado. En esta afiebrada versión, da por hecho que los votantes de Marco Enrique Ominami (1.2%) y Eduardo Artés (0.7) lo harán por la candidata de Unidad por Chile. Esta caricatura de suma votos y resta obstáculos, evidencia una miopía política y descubre las vergüenzas de un gobierno que abandonó su dignidad en pro de construir alianzas contra natura, que han posibilitado, a la derecha, recuperar el Ejecutivo. Algo que a Gabriel Boric no le preocupa, ¡que gane el mejor! Si es Kast, estará bien, no importa su ideología ni convicciones totalitarias. La democracia protegida estaría garantizada (sic).
En Chile, las formaciones políticas en las cuales se ha dividido la derecha tienen en común reivindicar la constitución de 1980. Me refiero a la economía de mercado, la concepción subsidiaria del Estado, la preeminencia del capital privado en la asignación de recursos, la apertura financiera y comercial, la privatización de los bienes esenciales del Estado, junto a la flexibilidad laboral.
Sin embargo, en la izquierda institucional, a pesar de las declamaciones, los gobiernos de la Concertación, Nueva Mayoría o Frente Amplio aceptan el modelo neoliberal implantado por la dictadura cívico-militar, creándose un partido transversal, cuyo lema es: el modelo no se toca. ¿Sorpresa? Ninguna. Unos con la boca grande y otros con la pequeña, se sienten cómodos con las estructuras económico-sociales que rigen el pacto social. Todos los gobiernos, desde Patricio Aylwin, pasando por Eduardo Frei Ruiz Tagle, Ricardo Lagos, Michelle Bachelet, Sebastián Piñera a Gabriel Boric, han mantenido los cimientos del Estado fundado por la dictadura cívico-militar.
Ni siquiera con mayoría en ambas cámaras, hecho excepcional que se repite hoy, con las elecciones parlamentarias de 2025, Michelle Bachelet hizo amago de cambiar las leyes de subsidiaridad, los planes de pensiones privadas, las políticas educativas, acabar con la represión al pueblo mapuche o modificar la ley de amnistía a los militares implicados en la violación de los derechos humanos. Si recordamos el caso Pinochet, el lavado de imagen del dictador lo llevaron a cabo unos y otros.
Sólo el “estallido social” (octubre de 2019) pudo ser un punto de inflexión. Ahí se gestó el Frente Amplio, que en 2021 llegó a La Moneda prometiendo ser la “tumba del neoliberalismo”. Pero la decepción fue cubriendo la acción de un gobierno timorato, entregado por completo a la vieja clase política, a la cual denostaba y criticaba. Nombró a sus dirigentes ministros, les dio poder y blanqueó su corrupción, al tiempo que cayó en ella. En cuatro años, presos del estallido social siguen en la cárcel.
Dirigentes mapuches son juzgados con las leyes antiterroristas. La libertad de prensa no existe. El caso Clarín es una prueba de lo dicho. Boric ha dialogado con el gobierno de España para frenar el pago de la indemnización acordada por el Banco Mundial y el CIADE. Por otro lado, la desigualdad social sigue creciendo. Su cobardía lo ha llevado a transigir con los postulados de la derecha en temas de seguridad, emigración, narcotráfico y delincuencia, y a nivel internacional se pliega a Estados Unidos. Dirán que es un exceso, pero es una realidad.
En conclusión, los chilenos han decidido ser fieles a los principios pinochetistas. De un total de 13 millones 452 mil 724 votos, 9 millones 48 mil 936 ciudadanos entregan la papeleta a candidatos que avalan las acciones de la dictadura, apoyan su Constitución o se declaran sus admiradores. Hablamos de 70% de los votantes. Es para pensarlo. Pinochet, como el Cid Campeador, gana batallas después de muerto.