Hay personajes que hacen daño a los actores, afirma Juan Ignacio Aranda, quien ha encarnado a gente deleznable en televisión, cine y teatro. Por eso, muchos prefieren no meterse en complejidades de interpretar a malévolos, sucios, depredadores.
Aranda comenta a La Jornada que ha tenido la suerte de actuar como villano. Menciona Obediencia perfecta, película en la que se atavía de sotana para ser un padre “pederasta asqueroso… fue brutal vivirlo. Desagradable. Un día me encontré con (la actriz) Blanca Guerra y la invité a verla. Ella me comentó: ‘yo, ese tipo de cosas no, ni las veo ni las hago’. Se entiende”.
Recordó a este medio una experiencia que le sucedió a una figura del histrionismo nacional, su papá, Ignacio López Tarso, quien contó que representar a Edipo Rey lo marcó. Este personaje, como sabemos, se casa con su propia madre sin saberlo; tiene hijos con ella pero al descubrir la verdad se saca los ojos cuando se entera.
“Es duro porque es meterse a la carne, a la mente de personajes tremendos. También está la historia de Mario Prudomm (un actor de Televisa) en una puesta de Drácula cuando hacía de Renfield (el lacayo del conde). Él perdió el piso en una función; no pudo salir del personaje... Se retiró. Hay casos fuertes. Estuve también en Falsa crónica de Juana la Loca con Alma Muriel, quien estuvo increíble pero el personaje le cambió su personalidad.”
Juan Ignacio, maestro de las tablas, se da un tiempo entre los ensayos de su próximo trabajo para hablar de una puesta por de más interesante: Ánimas, mascarada de espectros, en la que encarna a uno difícil: un sicópata del siglo XVII de San Ángel, en la Ciudad de México: don Rodrigo Mendoza de Icaza. El trabajo de interpretarlo me ha hecho vivir emociones que no había experimentado, pensamientos sucios y complejos que no había tenido hasta ahora.
Pero en la plática, aún no es ese ser deleznable, porque es un ensayo en frío, técnico. Sintiendo la obra, engarzando las escenas. Sí estamos actuando pero técnicamente fuera del personaje. Es fácil salir y entrar para platicar contigo.
Lo que es difícil, manifiesta el actor de 63 años que puede ejecutar un duelo de espadas, es entrar en personaje en una función, que como sabes, cuando se abre el telón y hasta que se cierra, no hay manera de detener el curso. Es el momento en el que el personaje debe invadirte o la vida del personaje debe entrar a tu mente, a tu voz, a tu espíritu, y eso sucede cuando hay ensayo general o en público.
Deleite y disfrute puros
Los estrenos, como el que se avecina de Ánimas…, que revive tres leyendas del siglo XVII, te ponen nervioso, no permite que fluya la emoción y entre orgánicamente el personaje, pero cuando se da, es deleite y disfrute puros, y más una obra como ésta. Estamos hablando de personajes que habitaron en 1650.
Aclara: “don Rodrigo Mendoza de Icaza no es ficción. Vivió y cuenta la leyenda que penaba por las noches. La gente se atemorizaba de escucharlo gritar por las calles: ‘madre, padre, hermana, por favor, quiero clemencia…’. La gente atrancaba las puertas y las ventanas. Era sólo un ánima, una figura fantasmal que pedía perdón porque no murió perdonado. No se va al Purgatorio, ni al Infierno ni al Cielo, queda como ánima en pena. Esta es la historia de mi personaje. Está enterrado en el convento de San Ángel. Era un adinerado dueño de minas heredadas. Un criollo que nació ahí y dilapida su fortuna.”
Y lo describe: era un sicópata. Tiene todas las características para considerarse así, digamos en un tratamiento actual. No tiene dolor por nada ni nadie. No siente empatía. Es un violador y asesino. Un mujeriego, pendenciero que va a buscar pleitos a barrios bajos de ese tiempo. Compra jueces, compra a la iglesia. Es un tipo asqueroso... No le tiene miedo ni a la muerte. Es un hipócrita que da diezmo a la iglesia, pero es ateo.
Cuenta que para preparar a este rol, el director les pidió que investigaran mucho sobre el personaje. “Hay que inventarlo. Recordar a lo que (Konstantín) Stanislavski llama ‘las circunstancias dadas a tu personaje; quién eres, de dónde vienes, a dónde vas, por qué eres cómo eres…’ empezar a desentrañar, crear. A mí la sicología me ayudó a determinar lo que era por sus características emocionales”.
Juan Ignacio Aranda asegura: me costó trabajo darle vida, aunque reconoce: “el personaje tiene una razón. Bueno, no la tiene, pero hay que justificarlo. Cuando era niño, sus padres fallecen y su educación es dada por su hermana mayor, una adolescente que reprime, porque sí, es un mal portado (un niño capaz de matar a un animal a los cinco años), pero hay una frase que justifica lo injustificable: ‘no soy ese niño al que podías aterrorizar con tus castigos’. No encuentra a Dios ni al diablo, entonces busca a la muerte”.
“El personaje te puede llevar si no estás muy bien. Sólo hay que entender que lo que haces es ficción… son roles que sí te cuestionan y te llevan a enfrentarte con lo más oscuro de tu personalidad, porque tienes que buscar lo más lóbrego de ti para darlo al personaje. Pero no tengo característica de un sicópata. A mí sí me hacen llorar las cosas. Ésos no sienten empatía por nada. Es mejor que, cuando acaba la función, te vayas a casa a leer, a pensar cosas lindas, porque si sigues buscándole al personaje, podría afectarte”.
Ánimas, mascarada de espectros comienza sus funciones en la Capilla Gótica del Instituto Cultural Helénico, donde trasladará al público hasta la Nueva España (con música y todo), desde el viernes hasta el 21 de septiembre, los viernes a las 19:30 horas, sábados a las 18 y 20 horas y domingos a las 18 horas. Entradas en taquilla y en Boletópolis.