Tres días antes de que comenzara en la ciudad de Belém la COP30, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula alertó sobre la necesidad de terminar con la dependencia que el mundo tiene de los combustibles fósiles desde hace dos siglos. Y agregó que sería una forma efectiva de luchar contra el calentamiento global, pues tres cuartas partes de las emisiones se deben a la quema de ellos.
Es necesario recordar que hace dos años, como fruto de la COP28, 197 estados se comprometieron a abandonar dichos combustibles. Sin embargo, el mandatario brasileño también dijo que los ingresos derivados de la producción de hidrocarburos eran una vía importante para los países en desarrollo en su lucha contra la pobreza y la desigualdad.
Esto último, severamente criticado por la comunidad científica y los defensores del medio ambiente, fue en realidad una forma de justificar la autorización que su gobierno dio a la estatal Petrobras para explorar la posibilidad de extraer petróleo en la parte marina donde desemboca el río Amazonas. Precisamente la ciudad más importante de esa región es la sede de la COP30.
Pero el mandatario brasileño atajó las críticas al señalar que para lograr un “proceso justo, ordenado y equitativo” que lleve a la sustitución del carbón y los hidrocarburos, es urgente que los países en desarrollo puedan tener acceso a las tecnologías y el financiamiento requerido para ello. Y que una vía posible es “destinar una parte de las ganancias de la exploración petrolera a la transición energética”. En respaldo a esa estrategia, anunció la creación de un nuevo fondo que tendrá como objetivo “financiar los esfuerzos para combatir el cambio climático y promover la justicia climática”.
El financiamiento que el mundo industrializado debe aportar al mundo pobre para lograr las metas de Lula fue muy discutido en la anterior COP, celebrada hace un año en Bakú, Azerbaiyán, país petrolero por excelencia. El objetivo anterior, aprobado en 2009, era de 100 mil millones de dólares anuales a partir de 2020. No se ha cumplido. En Bakú se concluyó que debía ser mayor: 1.3 billones aportados por fuentes públicas y privadas. Y como parte de esa cifra, la promesa de los países desarrollados de suministrar directamente 300 mil millones de dólares durante 10 años. De nuevo, no cumplieron. Esas aportaciones son insuficientes. Deben ser, por lo menos, cuatro veces más y destinarse estrictamente para combatir el calentamiento global.
Mientras tanto, es una realidad que las energías renovables avanzan en el mundo. La última década se triplicó su capacidad y se redujeron los costos de instalación y funcionamiento. Pero ello es poco, pues lo que sigue imperando es el modelo energético basado en el carbón y los hidrocarburos.
Estados Unidos, al que Donald Trump nuevamente retiró del Acuerdo de París, es el mejor ejemplo: las inversiones en dichos sectores aumentaron durante su mandato. Sólo lo supera el gasto en su industria de armamentos. Cabe señalar que en septiembre pasado, en la Asamblea General de Naciones Unidas, sostuvo que el cambio climático es “el mayor engaño jamás perpetrado contra el mundo”. Y además, restó apoyos a las fuentes alternas de energía, a las que califica de “engañosas”, costosas, innecesarias.
Otro elemento clave que se analiza en esta COP30 son los planes climáticos de los 198 países asistentes. Sólo la mitad de ellos lo han publicado. Y en la mayoría de los casos, sus planes nacionales no se cumplen, como en México. Tampoco se ha avanzado lo suficiente en darle voz prioritaria a los pueblos indígenas y a los países que más están sufriendo los desastres naturales fruto del calentamiento global, como África. Y los insulares, afectados gravemente por el aumento del nivel del mar. Es el caso de Maldivas, Kiribati y Tuvalu.
Y mientras siguen las reuniones en Belém, una pésima noticia: las emisiones mundiales de CO2 procedente de los combustibles fósiles marcan este 2025 un máximo histórico: serán 1.1% superiores al año pasado. Enorme es entonces la importancia de la cumbre que termina el viernes. A Belém asisten también más de 50 mil personas de organizaciones sociales, indígenas, científicas e internacionales y mil 650 “negociadores” de las industrias petrolera y carbonífera. Sería lamentable que, como en las cumbres anteriores, los logros para detener el calentamiento global fueran insuficientes.