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La COP30, entre el malmenorismo verde y el negacionismo trumpista

Brasil está utilizando el macroevento climático para intentar posicionarse como el campeón del capitalismo verde. Un movimiento que tiene mucho de disputa política interna, como antagonismo al negacionismo de la extrema derecha bolsonarista a un año de las elecciones presidenciales.
Brasil está utilizando el macroevento climático para intentar posicionarse como el campeón del capitalismo verde. Un movimiento que tiene mucho de disputa política interna, como antagonismo al negacionismo de la extrema derecha bolsonarista a un año de las elecciones presidenciales. Foto: Afp
17 de noviembre de 2025 00:03

Estos días se está celebrando en la capital de la Amazonia, Belém (Brasil), la COP30 –Conferencia de las Partes, por sus siglas en inglés–, la reunión de los países firmantes del Convenio Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). Una conferencia clave para, supuestamente, tomar decisiones políticas a nivel internacional de cara a combatir el cambio climático o disminuir sus efectos. Una COP que adquiere un peso simbólico especial al celebrarse en la Amazonia, en un contexto caracterizado tanto por la agudización de los efectos de la crisis ecológica como por el creciente negacionismo climático abanderado desde la Casa Blanca por Donald Trump. 

De hecho, Brasil está utilizando el macroevento climático para intentar posicionarse como el campeón del capitalismo verde. Un movimiento que tiene mucho de disputa política interna, como antagonismo al negacionismo de la extrema derecha bolsonarista a un año de las elecciones presidenciales, al tiempo que posiciona a Brasil como actor regional e internacional de la agenda verde, aún más después de que la Unión Europea (UE) esté abandonando el maquillaje del Pacto Verde para abrazar en su lugar una cara más caqui, militar, de Rearm Europe. 

Un evento que muestra también los límites y contradicciones del discurso verde brasileño para liderar la agenda ambiental global mientras incrementa la producción de petróleo, expande la frontera de los combustibles fósiles e incrementa el agronegocio, que exacerba la crisis climática y sus fenómenos meteorológicos extremos. De hecho, un mes antes de la cumbre climática, Petrobras, la empresa petrolera pública brasileña, obtuvo la licencia para perforar la cuenca de la desembocadura del Amazonas. Una explotación que convertirá a Brasil en el cuarto productor de petróleo más grande del mundo, sólo por detrás de Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia. 

En este sentido, Brasil ha evitado reiteradamente reconocer el papel del agronegocio en la deforestación, principal contribución del país a las emisiones de gases de efecto invernadero. Una realidad que, una vez más, choca con el barniz de capitalismo verde que quiere vender el país en esta cumbre, con su medida estrella del Fondo para los Bosques Tropicales para Siempre (TFFF, por sus siglas en inglés). Una iniciativa público-privada que pretende crear un fondo de 125 mil millones de dólares (25 mil como aporte de los Estados y 100 mil de multinacionales), administrado por el Banco Mundial para invertir en los mercados financieros, repartiendo su rentabilidad anual –se estima en unos 4 mil millones– entre los países que preserven sus bosques. El propio ministro de Finanzas, Fernando Haddad, afirmó que el fondo es “la principal iniciativa de Brasil” en la COP. 

Impulsar un Fondo para los Bosques Tropicales mientras, unas semanas después, se tiene previsto firmar el acuerdo comercial UE-Mercosur –conocido popularmente como un acuerdo de “vacas por coches”–. Un acuerdo en donde la UE pretende mejorar el acceso al mercado Mercosur para sus multinacionales de automóviles, accesorios para la automoción, empresas energéticas, bebidas y servicios financieros, mientras que los países del Mercosur obtendrán más acceso al mercado europeo para sus materias primas, carne de vacuno y pollo, soja, azúcar y etanol para biocombustibles, entre otros. Un acuerdo comercial que no sólo institucionalizará una relación comercial asimétrica y neocolonial, sino que, como alertan diversos informes, favorecerá la deforestación en los países del Mercosur. De hecho, la ganadería es uno de los mayores riesgos para los bosques amazónicos; 63 por ciento de las áreas deforestadas son ocupadas por pastizales. 

A pesar de ello, el Acuerdo UE-Mercosur es presentado como un ejemplo de relación comercial respetuosa con el medio ambiente y los derechos humanos, todo gracias al maquillaje discursivo del soft power europeo, recogido en las famosas cláusulas de salvaguarda. Unos mecanismos que aparecen con formulaciones voluntarias (“deberían”, “se esforzarán”) y sin mecanismos vinculantes efectivos, que en la práctica someten las buenas palabras sobre el clima o los derechos laborales a las obligaciones comerciales vinculantes que recoge el acuerdo. 

Pero, ante el brutalismo trumpista, propio de un matón inmobiliario neoyorquino, tratando a América Latina como el patio trasero de su “Make America Great Again”, en una reactualización de la política imperialista del Gran Garrote de Roosevelt, el Acuerdo UE-Mercosur y su retórica verde pueden aparecer hasta presentables, como la opción menos mala en un contexto internacional cada vez más incierto. 

De hecho, la COP de Belém será la primera desde que Donald Trump volvió a la Casa Blanca. En una declaración de intenciones inequívoca, Estados Unidos no sólo no ha participado en la cumbre de líderes, sino que tampoco ha enviado representantes de alto nivel a las negociaciones técnicas de Belém. Así, muestra su desprecio más absoluto por los espacios multilaterales, reafirmando también la bandera del negacionismo climático como un rasgo definitorio de la ola reaccionaria global. De hecho, el presidente argentino, Javier Milei, la figura más prominente de la internacional reaccionaria en el continente latinoamericano, ha seguido el ejemplo de Trump y tampoco ha acudido a la COP de Belém. 

Un brutalismo y negacionismo ultraderechista que resulta funcional al malmenorismo del capitalismo verde. Un espejo cóncavo en el que poder agrandar la imagen del fondo especulativo para los bosques tropicales, no ser muy críticos con las prospecciones petrolíferas en el Amazonas o incluso defender el acuerdo comercial entre la UE y Mercosur como la opción menos mala. Una forma de achicar el espacio de lo posible para las políticas de mitigación climática, la justicia social o las alternativas comerciales a los acuerdos neocoloniales con “rostro humano”. Una forma de hacer más presentable el imposible “capitalismo verde”. 

*Autor del libro Trumpismos. Neoliberales y autoritarios. Radiografía de la derecha radical

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