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Radiografía de la batalla cultural

En términos prácticos, la “batalla cultural” se refiere a una apuesta por hacer cada vez más aceptables posiciones abiertamente racistas, clasistas, xenófobas, machistas, negacionistas, etcétera, en las sociedades del mundo. Foto
En términos prácticos, la “batalla cultural” se refiere a una apuesta por hacer cada vez más aceptables posiciones abiertamente racistas, clasistas, xenófobas, machistas, negacionistas, etcétera, en las sociedades del mundo. Foto Ap / archivo
28 de octubre de 2025 00:01

En su libro The Politics of Hate, Angelia Wilson recuerda que durante la Convención Republicana de 1992, Pat Buchanan –entonces candidato presidencial apoyado por el denominado movimiento paleolibertario y, particularmente, por Murray Rothbard– lanzó la noción de “guerra cultural” de acuerdo con la lectura bíblica de la derecha cristiana, afirmando que en esos años, dicha “guerra” era “tan crucial para el tipo de nación que seremos como lo fue la guerra fría, ya que esta guerra es por el alma de América”. 

La disputa cultural a la cual aludía Buchanan se tejió paulatinamente a partir de la creación de un conjunto de alianzas estratégicas “cobeligerantes” entre expresiones ultraconservadoras del cristianismo católico y evangélico, junto con otros sectores sociales abiertamente contrarios a las iniciativas progresistas. Aunque en dichas alianzas existía cierta diversidad de proyectos políticos, religiosos y económicos (a veces incluso contradictorios), sus integrantes encontraron una posición común que les permitió articularse: el rechazo a la justicia social mediante la activación de una gramática de guerra –como la denomina Wilson– con implicaciones prácticas. 

Ha sido en años recientes cuando dicha tendencia se ha exportado desde el circuito político estadunidense hacia otros países y regiones, en gran medida a partir del activismo organizado en torno a redes como la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC). En América Latina y España, la irrupción estridente de dicha gramática bélica, condensada en la noción reaccionaria de “batalla cultural”, ha logrado generar cierto ocultamiento de su historia, haciendo pasar como algo novedoso un proyecto político de varias décadas, en el cual sus principios ideológicos, sus instancias promotoras y las estrategias desplegadas han logrado consolidarse a la luz de una crisis global del liberalismo que ha habilitado un cambio en la correlación política de fuerzas ahora favorable, en gran medida, a salidas extremistas. 

En términos prácticos, la “batalla cultural” se refiere a una apuesta por hacer cada vez más aceptables posiciones abiertamente racistas, clasistas, xenófobas, machistas, negacionistas, etcétera, en las sociedades del mundo; un fenómeno que suele discutirse en términos de “abrir” la ventana de Overton. Por ello, las ofensas públicas de líderes conservadores, la promoción de posiciones “políticamente incorrectas” o la demostración de una razón cínica que se regocija con la desigualdad, la explotación o el genocidio son, más que expresiones de “irreverencia individual”, parte esencial de una estrategia que se despliega ya en gran medida en gran parte del mundo. 

Con sus obvias particularidades contextuales, esta apuesta muestra un conjunto de patrones comunes a nivel global en términos de la articulación ideológica de sus promotores, así como de las estrategias que éstos llevan a cabo. La alineación ideológica de estos grupos resulta fundamental para sus objetivos. Ésta se construye a través de un triple movimiento que se desarrolla simultáneamente: a) una interpretación confesional –en clave conservadora– de la vida cotidiana, así como de la gran diversidad de problemas sociales; b) una lectura superficial de autores clásicos, principalmente de la tradición austriaca (cuando existe), así como la difusión de materiales propagandísticos por medio de campañas, presentaciones, etcétera, y c) el uso de redes sociales para difundir ciertas ideas-fuerza, poco analizadas y generalmente erróneas, las cuales resultan sencillas de interpretar y de ser memorizadas, tales como: “el mercado es mejor que el Estado”, “la educación no debe ser ideológica”, “libertad contra comunismo”, etcétera. 

Esta articulación ideológica reaccionaria es impulsada mediante un conjunto definido de actores y estrategias: a) medios de comunicación y comunicadores, que construyen campañas repetitivas basadas en noticias falsas y explicaciones falaces sobre temas complejos; b) académicos que, aunque no suelen tener reconocimiento en el circuito universitario, aportan ideas “científicas y racionales” contra la justicia social; c) organizaciones “civiles” y/o religiosas, a menudo financiadas por fundaciones o capital privado monopolista, que se “activan” ante políticas orientadas a la justicia social, a las cuales combaten; d) supuestos liderazgos sociales, generalmente sin representatividad, pero con gran presencia mediática, que concentran la disputa pública con sectores y organizaciones progresistas o con gobiernos que impulsan políticas progresistas o sociales en distinta medida. 

Ahora bien, es posible decir que esta “batalla cultural” resulta exitosa –en distinto grado– cuando: a) se comienzan a conformar colectivos en la sociedad que, aunque en un primer momento minoritarios, encarnan públicamente el rechazo a la justicia social en sus distintas dimensiones; b) se logra cuestionar con éxito la idea de la justicia social en el sentido común de la gente; c) se constituyen partidos políticos de extrema derecha o se provoca que partidos políticos de derecha “moderada” ya existentes decidan recorrer su programa y/o retórica hacia posiciones cada vez más antidemocráticas y antiprogresistas, y d) candidatos a cargos de elección popular que encarnan la retórica reaccionaria comienzan a ganar posiciones por la vía de elecciones, con lo cual se abre la posibilidad a que dichos planteamientos se conviertan paulatinamente en el eje a partir del cual se generan políticas gubernamentales. 

Si bien desde hace varios años ciertos rasgos de la “batalla cultural” reaccionaria han tenido lugar en México, actualmente nos encontramos en una coyuntura de “alto voltaje” para la incipiente nueva extrema derecha, en la cual cada uno de los componentes mencionados opera de forma abierta y ordenada. El escenario presente permite considerar la necesidad de contrarrestar dicha tendencia desde la diversidad de posiciones progresistas y de izquierdas. Y ello requiere replantear la relevancia de la formación política y la educación popular. 

*Politólogo

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