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No sólo de pan...

12 de octubre de 2025 08:46

Tal vez cueste mayor esfuerzo y condiciones ultrapropicias desmontar el discurso que tomamos como nuestro, aunque nos fuera impuesto, para despalabrar los sinsentidos del inglés yanqui, que se nos impuso clandestinamente, adornado como pastel de cumpleaños infantil y vehículo con motor adolescente. Tal vez, incluso, sea ya imposible deshacerse del discurso deformante de nuestra realidad, que fuera impuesto para hacernos a imagen y semejanza, ya no de los invasores españoles y portugueses, que trajeron sus lenguas con buena literatura, sino a través de la invasión de una fantasía remedo de lo humano, vehiculada por simpáticos personajes que con el tiempo transmutaron en espantosos y temibles asesinos, triunfadores sobre el sentido común de los pequeños, y no tan pequeños, hojeadores de revistas ilustradas (que no “lectores”, como fuimos en la infancia).

Si viviera en algún siglo de un futuro lejano, mi párrafo sería no nostálgico de lo que pudo ser y no fue, sino triunfante por descifrar la superposición de ciertas intenciones bajo un tipo de discurso para terminar, lógicamente, con el fracaso de generaciones que ya no me tocarán ni afectiva ni coloquialmente. Pues soy tercera edad, aferrada a la juventud del discurso que ilustró generaciones de lectores durante siglos, en lenguas equivalentes y siempre enriquecidas por aportes vivos de sus semejantes. Hasta que llegó la plaga del inglés intraducible a otras de sus lenguas contemporáneas, mismo que nos absorbió, masticó y tragó. No sin antes separarnos en generaciones incapaces de comprenderse entre sí y, peor aún, de traducir nuestro pasado al presente artificial que fue creado con aparatos ídem, por mentes íd.

Pues, en efecto, me ha tocado vivir muchas décadas en tiempos del cambio ambiental de natura, a la que pertenezco y en la que todavía me reconozco, pero en cuyo seno fue desarrollado otro lenguaje universal para un pequeño universo en el que se enfundaron generaciones nuevas: acríticas, consentidas en almíbares imposibles o en seductoras aventuras extraterrestres, alrededor de violencias inimaginables sin la ayuda de una inteligencia artificial y, o muchas en la lógica de conciencias moldeadas por sustancias que las alteran hasta desecharlas junto con la materia gris entre sobras no reciclables.

En una o dos palabras: se nos fue el discurso constructivo sin conservarlo en conciencias aptas: ya no “pegan” nuestras palabras y las de ellos no entran en nuestro personal circuito del entendimiento. Pero, cómo no estábamos preparados, ¿dejamos deteriorarse generaciones que hoy están alrededor de los 30?, y nos preguntamos: ¿qué hicimos? o ¿qué no hicimos? Sin poder dejar de reprocharnos habernos retrasado uno o dos siglos y prepararnos para ir al campo de los muertos perdidos. Porque ya no pudimos educar, enseñar, transmitir, formar, mentes y corazones, vocabulario y maneras para socializar… Es decir: fuimos, somos, una generación perdida.

Pero, ¿y si estuviéramos leyendo mal el fenómeno? ¿Si nos hubiéramos dejado “apantallar” por la modernidad de las nuevas generaciones, su lenguaje, sus ideas… en vez de traducirlo al nuestro, para percibir nuestras semejanzas y sus novedades?

No hay aquí lugar para desarrollar el tema, tema que es sin duda inacabable en la medida en que el lenguaje y las nuevas generaciones que usan sus infinitas versiones, aparecen y nosotros-as desapareceremos antes de llegar a una conclusión válida para sustentar el desarrollo útil del tema…

Aunque, tal vez, sí haya una luz orientadora: la coincidencia del desarrollo de la tecnología “milagrosa”, cuyos expertos han sido mimetizados por nuestra juventud y nosotros mismos, para calificarlos –opuestos a nosotros– como los nuevos cerebros, los Einsteins, los genios… Cuando tal vez, seamos espectadores, como fueron los antiguos pobladores del mundo, creadores de sistemas de reproducción de la naturaleza para perpetuarse virtuosamente –y no destructivamente– en esta Tierra...

Sea como sea, mientras no hayamos muerto, debemos seguir reflexionando. Tal vez encontremos el punto de inflexión donde el desarrollo humano viró hacia un seudo desarrollo antihumano, y estemos en el umbral de salida agachando la cabeza, en vez de erguirnos, estudiar y averiguar, con el fin de salvar a las nuevas generaciones de nuestra docilidad ante la fuerza de la publicidad, dudando de nuestra experiencia y saber.

No nos demos de baja mientras sigan girando las ruedas; nos iremos quedando en el camino, pero todavía podemos dejar una herencia útil para quienes nos siguen… Porque la historia no involuciona salvo para quienes la deforman con intenciones inconfesables.

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