Hace más de nueve años, los economistas del Fondo Monetario Internacional Jonathan D. Ostry, Prakash Loungani y Davide Furceri (JPD, en adelante) publicaron el artículo “Neoliberalismo: ¿sobrevalorado?” (“Neoliberalism: Oversold?”, Finance & Development, junio de 2016). El texto acaso ha circulado escasamente en los medios académicos y económicos, aunque entraña gran importancia, especialmente para los críticos de esa corriente. Su mérito de entrada es la aceptación de que tal corriente existe; los neoliberales solían negar su existencia: es apenas un insulto, decían.
JPD admiten que “desde la década de 1980 se ha producido una fuerte y generalizada tendencia mundial hacia el neoliberalismo”. Post festum, con millones de víctimas y frente al tiradero, llegaron a tres conclusiones: “1) Los beneficios en términos de aumento del crecimiento parecen bastante difíciles de establecer…; 2) Los costes en términos de aumento de la desigualdad son notables; y, 3) El aumento de la desigualdad, a su vez, perjudica el nivel y la sostenibilidad del crecimiento”. Conclusiones extrañas para unos economistas que continuaron como defensores del neoliberalismo.
JPD escriben: “Chile comenzó su impulso… una década antes de 1982, y los cambios políticos posteriores lo acercaron cada vez más a Estados Unidos”. Como era de esperarse, ignoran la historia: Chile no “comenzó su impulso”, fue objeto de un golpe de Estado brutal en 1973, dirigido por Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional de Richard Nixon, después de lo cual la agenda neoliberal fue impuesta por Augusto Pinochet; Chile sirvió de conejillo de indias, y luego la agenda fue implantada en el resto del mundo. Llamarla “fuerte y generalizada tendencia mundial” es almibarar la brutalidad de la agenda: desregulación de las economías del mundo, obligación de los mercados nacionales de abrirse al comercio y al capital, reducción de los gobiernos mediante la austeridad y la privatización. Con esa política fue creada la globalización. Su objetivo era debilitar el Estado del bienestar donde lo hubiere, cancelar todo compromiso con el pleno empleo y reducir los impuestos a los ricos. Había que “reordenar” la realidad social y “reconstruir” nuestra condición como individuos: nos volverían, a cada uno, consumidores y entes políticos individuales por encima de la sociedad.
Estados Unidos creyó que la globalización era la fundación de su dominación ad aeternum. Pero la historia continuó y consistió en la ruta en descenso de su dominación. El primer calambre severo fue la borrasca financiera de 2008. El imperio empezó a dar tumbos, y pronto se propuso echar abajo a la brevedad la globalización neoliberal que un día fue su meta anhelada: en eso sigue aplicado hoy en día.
Los neoliberales mexicanos, que nacieron y vivieron agazapados en el espacio financiero y hacendario, salieron a la luz exultantes con Carlos Salinas y acompañantes, y tuvieron abundantes sucesores priístas y panistas. Y se aplicaron a fondo: produjeron millones de víctimas empobrecidas, privatizaron bienes públicos hasta donde pudieron, robaron como en despoblado y dejaron un muladar que la 4T aún no termina de limpiar. Los neoliberales mexicanos continuaron siendo siempre idénticos a sí mismos. Están en la oposición, en la mayoría de los medios, en muchas instituciones académicas, ya no más agazapados, muy orgullosos de ser lo que son y muy afirmados en su vehemente aspiración de regresar por sus fueros. Se quedarán con las ganas.
Esta vez, del propio tiradero y de entre los millones de víctimas, surgió un movimiento social poderoso que desplazó del centro del poder del Estado a los neoliberales, liderado por un hombre visionario como pocos. Y la transformación empezó: primero los pobres. Y la consigna produjo más y más convencidos de la 4T. El pueblo de México eligió a Claudia y, además, hoy elige a los tres poderes de la República. Hará falta tiempo para poder sanear los estragos dejados por la peste neoliberal.
En los tres niveles de gobierno laboran cerca de 5 millones de mexicanos, según la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. La mayoría de ellos se formó en el espacio neoliberal y seguramente poseen una mente igualmente neoliberal: individualismo cabal, cada quien “para su santo”, “pónganme donde hay”. Pasarán muchos años antes de que se haga posible que la mayoría sean formados por el espacio social de la 4T: no mentir, no robar, no traicionar al pueblo; por el bien de todos, primero los pobres.
El capitalismo de hoy es neoliberal. La humanidad ya no conocerá uno distinto. Hoy el capitalismo occidental no puede crecer más rápido porque desde hace medio siglo la productividad del trabajo tiende al estancamiento. Por tanto, los capitalistas continuarán buscando aumentar sus ganancias a costa de los salarios y produciendo desigualdad, como han venido haciéndolo. Pero es posible atemperar esa tendencia con una correlación de fuerzas políticas favorable al pueblo. En México, encabeza ese proceso la 4T. El pueblo lo hace posible.