Reconocer el valor de los pueblos originarios implica mucho más que admirar su folclore o preservar sus artesanías; significa abrir un espacio real para que su voz tenga peso en las decisiones que afectan sus territorios, su medio ambiente y su forma de vivir, afirmó la Iglesia Católica.
En el marco del Día Internacional de los Pueblo Indígenas (9 de agosto), la Arquidiócesis Primada de México, desde el editorial Desde la Fe, señaló que los pueblos indígenas nos interpelan con una fuerza silenciosa pero firme, en un mundo que avanza a un ritmo vertiginoso, donde las culturas tienden a homogeneizarse y la memoria se diluye.
Estas comunidades demuestran que el progreso no puede medirse solo en cifras económicas, sino en la capacidad de vivir en equilibrio y en paz con lo que los rodea. Su modo de entender la vida, aseguró, no es un vestigio del pasado, es una fuente de sabiduría para el presente y una brújula para el futuro.
Insistió que valorarlos es reconocer que la historia humana es plural, que su belleza está en su diversidad. Es asumir que sin ellos y sin su aporte comunitario, el mundo pierde un pilar de su identidad, puesto que custodian lenguas, ritos, símbolos y saberes que son fruto de siglos de relación armoniosa entre comunidades.
Su poblados, muchas veces marginados y despojados, han resistido con dignidad a pesar de la incomprensión y la exclusión, del abuso de poderosos que han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones.
Sin embargo, siguen siendo guardianes de valores esenciales: el respeto por la naturaleza, la centralidad de la familia y la comunidad, la gratitud por los dones recibidos, y la conciencia de que la vida es un regalo que se cuida en cada etapa.
En tiempos de crisis ambiental y social, estas comunidades son protagonistas de un modo de vivir que puede ayudarnos a recuperar la armonía con la creación y a sanar heridas profundas. Escucharlos no es un gesto de cortesía sino un acto de justicia y de responsabilidad hacia el futuro común, puntualizó.