Ciudad de México. Irrumpe de la trompeta un sensual y prolongado gemido. Es el comienzo de lo que el director de la Danzonera Acerina anunció como un clásico: Almendra, del cubano Abelardo Valdés. La luz rojiza y mortecina del Salón Los Ángeles se derrama sobre las decenas de parejas que rítmicamente comienzan el ritual del baile.
Ellas, delicadas y con garbo, luciendo sus entallados y vistosos vestidos de lentejuelas. Ellos, gallardos y elegantes, con sus sacos de tres cuartos, pantalones abombados, relucientes zapatos bicolor y sombreros de ala ancha que son coronados por al menos una. pluma. Algo queda claro: para estos personajes no hay miedo al color.
Cala hondo el calor de esta noche de sábado 27 de abril en el mítico local de la colonia Guerrero, que por un año más recibe al Baile de pachucos y Rumberas. Es una tradición que la también llamada “Catedral del baile” --según Miguel Nieto, uno de sus propietarios --determinó continuar a la muerte de quien la fundó.
“Han pasado más de 20 años desde que tomamos la estafeta y hemos seguido promoviendo el movimiento pachuco en su nueva versión, que es totalmente distinta a la de los años 40 del siglo pasado”, explica.
“Ahora, sigue habiendo gente joven, aunque la mayoría es de la tercera edad; pero continúa siendo un grupo auténtico. Es decir, no son personas artificiales que, porque vistan el traje, sean ya pachucos, sino que tiene que ver con una forma de ser: rebelde, con ritmo y mucha alegría de vivir”.
Uno-dos- uno-dos, los pasos son cadenciosos, como si se congelaran en el tiempo. Los cuerpos se alejan y aproximan en una tensión constante mientras las respiraciones se agitan.
Así, pachucos y rumberas de diversas generaciones sacan lo mejor de su repertorio dentro de esa eterna y lúdica dinámica de atracción-rechazo que hay en el prodigio del baile.
Pareciera que la pista estuviera colmada de apariciones de una época renuente a morir. Pero no, más que nostalgia, este singular baile es un acto de resistencia, una celebración a la existencia.
A sus 86 años, José Luis Ponce Méndez entra al salón con un saco amarillo huevo y pantalón negro de rayas. Le falta su esposa, María de Jesús, fracturada de un brazo. “Ella tenía 50 y yo 51 cuando nos conocimos en un baile en el Salón Colonia. Llevamos 34 años siendo la ‘pareja elegante’”, cuenta mientras ajusta su leontina.
A su lado, Leoncio Ramírez, el "Pachuco pasito tun-tún", como le dicen por su forma de caminar, avanza lento y trastabillante con la ayuda de un bastón. Perdió la vista en 2013, a los 51 años, pero no el ritmo. “Siempre me ha gustado bailar: la cumbia, la salsa, pero mi vida cambió cuando conocí el danzón”.
Vendedor de dulces en el Metro Tacuba, se hizo pachuco porque lo enamoraron los colores de traje, el pantalón bombacho, las plumas de sombrero.
Angélica Rosillo, gerente en una clínica hiperbárica, ajusta su penacho de plumas. "Ser rumbera es recordar a esas mujeres bellas y ‘prohibidas’ como Tongolele", dice.
Pero no solo hay veteranos. Julia y Azul, de 18 y 22 años, aseguran que ésta “es una tradición viva” y no una moda, como el reguetón. Julia La primera estudia, mientras la segunda es mamá de un bebé de tres meses y se dedica al hogar. “Queremos que (las rumberas) se mantengan siempre entre nosotros y que haya interés nuevamente por ellas, no dejarlas que queden el olvido”.
Las horas transcurren y el calor no mengua dentro del Salón Los Ángeles. “Sudores en la piel, sudor sabor a sal”, como dijera la canción. La noche es joven y el cartel aún tiene mucho por ofrecer. Además de La Danzonera Acerina, figuran también Los reyes del mambo de Riche Cárdenas, Atracción Orquesta, La Universitaria de Pepe Luis, la Orquesta de los Hermanos Sánchez y la Sonora Vallarta; y, para los gustos más contemporáneos, D.J. Lacho Tarzarón y D.J. Mamba, La sacerdotisa del vudooo.
Como parte de la velada, más adelante habrá de develarse una placa del Altar a San Dámaso, una instalación con la que el artista Jorge Borja rinde homenaje a Dámaso Pérez Prado y que yace en este recinto desde hace 16 años.