El clamor de Bartolomé de las Casas resuena hoy. Sobre todo cuando múltiples voces en España argumentan que es anacrónico juzgar a los conquistadores de hace cinco siglos con argumentos del respeto a los derechos humanos propios de nuestros días. El problema para los partidarios de la teoría del anacronismo es que desde los inicios de la barbarie conquistadora hubo quienes la denunciaron.
Una representante de los esfuerzos por justificar la pretendida proeza civilizatoria de los invasores españoles del siglo XVI es Elvira Roca Barea. Ella sostiene que la gesta de los conquistadores ha sido distorsionada y mitificada para mal cuando se la presenta como devastadora de los pueblos indios. Considera que Bartolomé de las Casas contribuyó grandemente para desprestigiar a los colonizadores. Incluso hace un paralelismo entre quien fue el primer obispo de Chiapas y un crítico de la beligerancia estadunidense, Noam Chomsky.
Ambos han sido, afirma, “dispensadores de un producto del que existía una gran demanda. Se exagera sobre su importancia individual. Ambos encontraron una causa de gran repercusión a la que servir y de ella obtuvieron buenos beneficios en forma de notoriedad social, respeto intelectual y moral, y provecho material. Es el haberse puesto al servicio de los prejuicios antimperiales lo que los llevó a la cumbre y los convirtió en personajes históricos” (Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el imperio español, Ediciones Siruela, 2016, p. 75).
Bartolomé de las Casas conoció desde adentro el arrasamiento colonizador. Primero se benefició de la esclavitud, después fue un opositor del régimen que deshumanizó a los pobladores originales del Nuevo Mundo. Tuvo esclavos indígenas para que trabajaran en las minas y cultivando tierras. El giro de su vida lo provocó haber escuchado en La Española (isla hoy habitada por República Dominicana y Haití) un sermón del dominico Antonio de Montesinos, el cuarto Domingo de Adviento de 1511. La pieza oratoria fue una denuncia contra la barbarie cotidiana padecida por la población indígena y los esclavos traídos a tierras caribeñas.
Afirmaba, con toda razón, Gustavo Gutiérrez, recién fallecido teólogo de la liberación, que “el sermón no fue un grito aislado, fue un punto de partida que tuvo inmediatas consecuencias y solidaridades, y que inspiró el testimonio de Bartolomé de las Casas y sus reverberaciones en los siglos posteriores. Por ello volver a ese sermón y a las circunstancias que lo rodearon es ir a las fuentes de lo que, de alguna manera, todavía vivimos. El sermón de Montesinos es el primer jalón en un largo proceso de reivindicación de la dignidad humana de la población originaria [de] América Latina y el Caribe. Un reclamo que sigue vigente en nuestros días
(www.dominicos.org/media/uploads/recursos/documentos/montesino-gustavo-gutierrez.pdf).
El sermón de Antonio de Montesinos quedó latente en Bartolomé de las Casas. Inicialmente las palabras tuvieron poco efecto en el encomendero De las Casas, pocos años después serían centrales para llevarle a romper con el sistema del que fue cómplice. Por ello, cuando reconstruye su itinerario de vida y espiritual, destaca tanto las palabras del predicador como cuál fue el tema de su exposición: “voz que clama en el desierto” (Mateo 3:3, Marcos 1:3, Lucas 3:4 y Juan 1:23; que evocan Isaías 40:3).
Su crisis de conciencia le llevó a renunciar en 1515 a la encomienda real que usufructuaba, entonces inició su larga lid contra la explotación de los indígenas y por la defensa de sus derechos. Tras abandonar sus propiedades y privilegios como colonizador, De las Casas viaja a España con el fin de informar a la corona de las atrocidades cometidas contra los indígenas. Permanece allí hasta 1517, cuando regresa a La Española y atestigua el empeoramiento de las condiciones que mermaban a la población originaria.
Bartolomé de las Casas ingresó en La Española a la orden de los dominicos en 1522. Al contrario de los años en que tuvo esclavos, su forma de relacionarse con los indígenas era sin violencia y convencido de su plena humanidad. También inicia la tarea de documentar y escribir tanto sobre la cruel colonización española, como acerca de las características culturales de los pobladores originales.
En 1527 comenzó a redactar la Historia de Las Indias, según él mismo dejó asentado en el prólogo que hizo a la obra en 1552. Enfrentó rechazos dentro de su misma orden, de la que formaban parte personajes que consideraban a los indígenas carentes de capacidades racionales y sentimentales. Así lo expuso en 1525 el padre dominico Tomás Ortiz: “Dios nunca ha creado una raza más llena de vicios […] Los indios son más estúpidos que los asnos y rechazan cualquier tipo de progreso”.
En su obra Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, de 1534, De las Casas denunció la violencia de los conquistadores contra las poblaciones indígenas, exhibiéndola como contraria al Evangelio de Cristo. En 1550 renunció al obispado de Chiapas, viajó a España y participó en agosto en un debate, en Valladolid, donde su contrincante fue el teólogo, también dominico, Juan Ginés de Sepúlveda, decidido partidario de la conquista sangrienta de los pueblos indios. De los argumentos aportados en la controversia por fray Bartolomé para deslegitimar la barbarie de la conquista daré cuenta en el próximo artículo.