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Ejemplo de perseverancia / Elena Poniatowska

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Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe. Foto tomada de Facebook
31 de diciembre de 2023 08:41
María Martínez lava, plancha, barre, contesta el teléfono, pone la mesa y sale a abrir la puerta cada vez que suena el timbre. Así ha trabajado desde los 13 años. Tiene dos hijos, Nayeli y Christian, quien está en el Politécnico porque estudia ingeniería en transporte. Sonríe al decir el nombre de su nieta: María Daniela.

–Soy María Martínez, tengo 64 años. Nací en Tlahuitoltepec Mixe, en la sierra Mixe, a dos horas y media de la ciudad de Oaxaca, es un pueblo chico que tiene árboles, pero pocos ríos. Hay una escuela de músicos, se llama Cecam, Centro de Capacitación Musical y Desarrollo de la Cultura Mixe; ahí estudian muchos niños de otros lados de Oaxaca y han venido al Zócalo a tocar para el presidente Andrés Manuel López Obrador.

–¿Tocan música popular?

–Sí: sones mixe, jarabes, chilenas. Tocan para bailar en las fiestas patronales, en las bodas y en los entierros también.

–¿Qué estudió usted?

–Estudié la primaria en mi pueblo. Antes no eran tan buenas las maestras, eran agresivas, golpeaban, maltrataban, te aventaban el cuaderno cuando no sabías sumar o restar. Sobre la mesa siempre había una vara de durazno que usaban contra cualquier niño, aunque a mí no me llegaron a pegar.

–¡Qué tremendo! ¿Los maltrataban porque no hablaban español en el salón o por qué?

–En Tlahuitoltepec no todos hablan español; los viejitos todavía hablan puro mixe. Algunos jóvenes son bilingües: mixe y español. En la escuela, en mi época los maestros pegaban porque no entendías el español y teníamos que adivinar lo que nos decían. Conozco jóvenes que no hablan bien mixe porque no quieren ser discriminados.

–¿Por qué se fue de su pueblo?

–Vine a trabajar a la ciudad a los 13 años, en el pueblo se trabaja desde niño. Una tía que estaba trabajando aquí en la ciudad me preguntó si quería venir con ella. Cuando llegué, ya sabía leer y escribir en español, pero casi no lo hablaba; aquí aprendí escuchando. Llegué a trabajar con una familia que vivía en la colonia del Valle; la señora era buena persona, me trataba muy bien; me mandaba al cine con sus hijos, que eran casi de mi edad, una tenía nueve años, el niño 12 y yo 13.

“Luego me regresé un año a mi pueblo y volví a México, a otra casa. El señor de ahí era médico; su esposa, alemana. Me trataban muy bien, la paga era buena. La señora guisaba y yo hacía la limpieza. Una enfermera me felicitó porque el doctor siempre llevaba su camisa sin arrugas en el cuello; me dio gusto porque se agradece que reconozcan el trabajo.

Ahí estuve como dos años porque conocí a unas chicas que me decían que en otros lugares pagaban más. Donde empecé, en la del Valle, me pagaban 70 pesos al mes; después me aumentaron a 100, porque a la señora le gustaba mi trabajo. Como había cocinera, yo hacía las recámaras de los niños; la señora hacía la suya y la de sus hijas, así nos dividíamos el trabajo de la casa, porque ya no se usa que una sola persona haga todo.

¿Cuándo visitaba a sus papás o ya no regresó con ellos?

–Iba cada seis meses y me quedaba 15 días en el pueblo. Mi papá falleció a los 40 años, porque era alcohólico, tomaba mezcal y pulque, sobre todo pulque, todos los días, a la hora que fuera, porque ellos lo vendían, era su negocio. Mi mamá todavía vive, se llama Juana y tiene 87 años. Éramos ocho hermanos; fallecieron dos.

–¿No los extraña?

–Sí, pero yo no crecí con mis papás. Al año de nacida me recogió mi abuelita paterna, Anastasia Vázquez, porque creo que no pudo tener más hijos que mi papá. Fui como su hija porque crecí con ella.

–¿Le gustó vivir con doña Anastasia?

–En parte sí, pero no me dejaba ser libre. No me dejaba salir a jugar, siempre estaba sola con ella. Me dejó ir a la primaria, pero después pude seguir estudiando porque tenía que irme a otro pueblo y yo tenía que ayudarle a mi abuelita con la casa.

–¿Siempre ha trabajado haciendo limpieza?

–Aquí en la ciudad trabajé con una familia que tenía una fonda y más o menos aprendí a manejarla, porque el señor también era alcohólico, como mi papá; a veces no llegaba a trabajar y yo tenía que hacer el menú del día: caldo de pollo, arroz, chiles rellenos, carne de puerco en salsa verde y otros guisados. Quise poner un negocio de comida en mi pueblo porque sabía cómo se manejaba eso. Yo me despedí de México. Llevé mis trastes, mis ollas, todo lo que iba a ocupar allá, tenía mucha ilusión de regresar a Tlahuitoltepec. Cuando le platiqué a mis abuelos, mi abuelito dijo que sí, que armábamos una casita de madera en la plaza, pero mi abuela dijo que no, que yo lo que quería era atraer a los hombres y estar riéndome ahí con ellos. Me dijo muchas cosas que me decepcionaron y me regresé a México, porque no podía hacer nada allá. Ya me quedé aquí.

–¿Nunca se enamoró?

–Sí, me casé a los 27 años y tuve dos hijos, Nayeli y Christian. Nunca pensé casarme chica como muchas niñas que lo hacen a los 15 años, no tenía esa obligación, a los 20 me sentía muy niña todavía. Al papá de mis hijos lo conocí cerca de Chapultepec, un día que iba yo al trabajo, empezamos a salir, nos hicimos novios y luego nos casamos. El matrimonio duró tres años. Cuando me separé de él, me puse a trabajar de nuevo. Renté un cuarto para mí y mis hijos, y con el tiempo logré comprar mi terreno en Santo Tomás Ajusco, pero en Tlahuitoltepec Mixe, mi pueblo, no tengo nada.

–¿Qué pasó con su abuela?

–Mi abuela murió en 2010. Mis hermanos se ocuparon de ella a pesar de su mal carácter; yo no podía ir porque mi vida estaba aquí y mis hijos iban a la escuela. Era mucho peso para mis hermanos porque mi abuela ya estaba en cama, usaba pañal y sufría.

–¿Le gusta vivir en el Ajusco, María?

–Sí, tengo un patio, un jardín chiquito, mi barda es de 25 pinos, porque estamos en una zona ecológica y debemos mantenerla lo más verde que se pueda, se ve bonito. Como los árboles están sobre la calle, tenemos que podarlos porque pasan los cables de la luz encima, no pueden crecer mucho, pero sí están altitos. Antes los podaba, ahora lo hace mi hijo; compré una escalera de aluminio, de las que se hacen largas para alcanzar lo más alto. Mi casa la dividí en dos, en la parte de arriba vive mi hija con su familia, y mi hijo y yo estamos en la parte de abajo. Trabajo porque Christian todavía está estudiando. Mi hija es ama de casa, cuida a su hija, la lleva a la escuela, la ayuda con las tareas.

–¿Cuánto tiempo piensa trabajar?

–No sé, hasta que aguante, un año o dos, no sé. Cuando fui mamá, trabajé de entrada por salida en las casas, ya no me quedaba de planta. Ahora lo hago para ayudar a mi hijo; creo que cuando se titule me voy a retirar para seguir cuidando mi jardín y disfrutar de mi casa. Me gusta tejer, pero ya me duele la espalda; antes tejía mucho.

He sido feliz con mis hijos, toda la ilusión de lo que hice fue por mis hijos... luchar, tener una casa para que no sufran, para que no rentemos de un lugar a otro. Siempre tuve ilusión de una casita, que no fuera de lujo, pero que fuera mía y de mis hijos.

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