Una visita a Camboya suele estar combinada con la de otros países cercanos. Se halla en el sudeste de Asia, colinda al este y sur con Vietnam, al norte con Laos y al oeste con Tailandia; es un pequeño país de 17 millones de habitantes de gobierno monárquico parlamentario y se le conocía como la Indochina francesa.
Es impactante y tal vez algo incómodo para el visitante el contraste entre la pobreza extrema de muchas viviendas, comercios y sus habitantes con los hoteles de lujo para el turismo en las afueras de la ciudad de Siem Riep y en los alrededores de Angkor Vat, el famoso complejo de templos hinduistas.
En el corazón del país, cuyo clima de extrema humedad es un reto para cualquier visitante, se alzan algunos de los escenarios más inusuales, imponentes y enigmáticos del sudeste asiático: la majestuosidad arquitectónica de Angkor es conocida en el mundo por los relieves dedicados a antiguos reyes y divinidades que no dejan de sorprender.
Es una zona arqueológica de 200 kilómetros cuadrados. Durante el recorrido es evidente el deterioro del lugar por el paso del tiempo y con seguridad la falta de recursos para su conservación. Menuda sorpresa se lleva el visitante al ser testigo de un fenómeno que ha cautivado a viajeros, arqueólogos y fotógrafos por igual y que metafóricamente podría definirse como un abrazo implacable e incontrolable de la selva sobre las ruinas.
Ta Prohm es probablemente el ejemplo más citado y fotografiado; se trata de las ruinas de un templo convertido en símbolo de esa fusión. Su nombre significa ancestro Brahma, el dios hindú de la creación. Aquí, las poderosas raíces de diferentes tipos de árboles como las higueras caen en una especie de cascadas sobre muros que a pesar de este estrangulador abrazo se extienden pacientemente y a lo largo de la historia.
Sus troncos y las gruesas raíces dan la impresión de ser gigantescas serpientes que se deslizan entre los muros, columnas, pasadizos y portones en una imagen de tintes surrealistas. En el siglo XIX, los arqueólogos y restauradores franceses decidieron conservarlo de manera deliberada con la intención de mostrar el poder de la vegetación tropical sin la intervención de la mano del hombre. Aquella decisión ha convertido este lugar en uno de los templos más visitados y fotografiados del mundo.
Lo fascinante es que esta especie de invasión tropical no representa únicamente destrucción; en cierto modo podría interpretarse como una forma de fusión entre la obra humana y la naturaleza. Los templos angkorianos fueron concebidos como mandalas sagradas y se sabe que su construcción obedeció a un intento de conectar el mundo terrenal con el divino.
Mientras Camboya se esfuerza para preservar estos monumentos, fuente importante de ingresos por el turismo, el poder de la selva no cesa en su avance, las raíces de los árboles siguen buscando espacios entre las ruinas. Bajo el amplio espectro entre conservación y abandono, entre arqueología y vegetación, reside una de las imágenes más poderosas del sudeste asiático: la de un pasado que se resiste a desaparecer, sostenido y a la vez reclamado por los árboles que lo rodean.