Nos habíamos quedado la semana pasada en el testimonio que nos hace el apóstol Santiago, de la revelación que le concedió el Espíritu Santo sobre la esencia y alcances del sacramento de la confesión (Santiago 5:16-18), conocido también como el de la penitencia y reconciliación. A los apóstoles se les había dado la autoridad para que pudieran perdonar o retener la culpa de los pecados cometidos, pero además se estipuló la que me permití calificar como la más permisiva de las concesiones: “confesaos vuestros pecados unos a otros y oremos unos por otros para que seáis sanados”. Pues resulta que algunos fieles, devotos y ortodoxos, sedicentes creyentes en los evangelios (no completos por supuesto, sino en las versiones y traducciones a modo), decidieron llevar a cabo las disposiciones emanadas del Altísimo y transmitidas por un vocero inobjetable. De allí salió la solución mágica para sus quebrantos existenciales: ya lo dijo nuestro comprensivo ancestro, conjuguemos el verbo perdonar, por ejemplo: yo que soy el uno, te perdono a ti que eres el otro. Luego, tú pasas al rol del uno, y me perdonas a mí que ya soy el otro, y ya la hicimos. ¿Nos vemos mañana? Y ambos con la conciencia tranquila se retiraron, pues uno de ellos tenía que llevar a su hijito al catecismo semanal.
Pues que sigue vigente el dilema: “El PAN está hablando o está blando el PAN”. Yo me formo con los que piensan que la segunda opción de la premisa es la acertada y trataré de explicar el porqué de mi opinión. Los invito a buscar la entrevista que realizó la periodista y académica Denise Dresser con el pasado y futuro candidato a la Presidencia de la República, por el renovado reaparecido, resucitado o refundado Partido de Acción Nacional, el aún muy joven, (aunque por muchísimas razones, parezca lo contrario), don Ricardo Anaya Cortés. El senador Anaya es oriundo del estado de México, casado y con varios hijos, por quienes es capaz de cualquier sacrificio, como separarse largo tiempo de ellos con tal de que adquieran en Estados Unidos una preparación que les permita enfrentar exitosamente la injerencia en nuestro país de esa amenaza que nos representa la maldecida inteligencia artificial. Además, por supuesto, que ahínquen una sólida base espiritual, racional y emocional que les despierte el orgullo de ser mexicanos, pese las versiones que, sobre las intervenciones yankis a nuestra patria, les cuenten por allá. Esta historia no la conocerán en toda su vida e inevitablemente sin ella se educará a los nietos del dos veces candidato a presidir los destinos de la nación de los mexicanos. Se ha dicho que infancia es destino. Si esta sentencia es cierta, ¿qué futuro podremos augurarle a alguien con esta historia? El joven abogado Anaya nos presenta este currículo: En el año 2000 fue candidato a diputado local por el PAN. Obtuvo 7.4 de los votos emitidos frente a 62.3 por ciento del candidato triunfador. Luego fue designado para dos responsabilidades administrativas, una de ellas fue la de subsecretario de Turismo, con Felipe Calderón. En 2012 llega a la Cámara, pero por la vía plurinominal. También logró ser presidente del PAN, pero no por elección, sino como sustituto de Gustavo Madero en un interinato que duró tan sólo cuatro meses, tiempo que no fue suficiente para persuadir, pero sí para manipular a la membresía panista a fin de cambiar uno de los principios esenciales que convocaron a los mexicanos que, en 1939, fundaron el partido que reclamaba el voto individual, libre y secreto como elemento previo a cualquier aspiración democrática de gobierno. Pues en el ejercicio de manipulación, en la que para no escatimar méritos, debemos otorgar un doctorado al siempre candidato, consiguió que en lugar del voto de los militantes de a pie que durante años le dieron existencia al PAN el único método de expresión de la militancia era la llamada “recolección de apoyos.” ¿Usted tiene duda alguna sobre quiénes y cómo signarían esos apoyos? Seguiremos platicando.