Mañana empezarán los trabajos formales de la cumbre de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30). El encuentro, que tendrá lugar en la ciudad amazónica de Belém, buscará rescatar los esfuerzos para enfrentar la crisis climática y el calentamiento global. El jueves y el viernes pasados tuvo lugar lo que podría considerarse como fase política de la COP, con presencia de una treintena de jefes de Estado y de gobierno, en la que México fue representado por la secretaria del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Alicia Bárcena.
En su rol de anfitrión, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva realizó llamados urgentes a abordar la crisis con la seriedad que merece un fenómeno que, de seguir su curso presente, causará 250 mil decesos anuales y una caída de 30 por ciento en el producto interno bruto global en los siguientes años. Asimismo, denunció las mentiras de las fuerzas extremistas que favorecen la degradación ambiental, en referencia a personajes como el presidente estadunidense Donald Trump y el vecino de Lula, Javier Milei, afanados en profundizar el extractivismo hasta la destrucción total de la biosfera. En este sentido, el líder de la izquierda partidista brasileña resaltó que el planeta no soporta más uso de energías fósiles, mientras el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, calificó de “fracaso moral y negligencia mortal” el incumplimiento de la meta de limitar el calentamiento global a 1.5 grados Celsius, un umbral por arriba del cual se desata una cadena de desequilibrios catastróficos e irreversibles.
Pese a su contundencia, dichos mensajes difícilmente encontrarán el eco necesario para propiciar un nuevo rumbo. La Unión Europea, que se ufanaba de liderar las iniciativas de mitigación del cambio climático, se ha traicionado a sí misma, pues en las coyunturas decisivas decidió proteger a sus corporaciones y antepuso sus objetivos geopolíticos a los climáticos. Por ejemplo, ha desviado todos sus recursos financieros a mantener la guerra de la OTAN contra Rusia en territorio ucranio, e impuso aranceles a los vehículos eléctricos chinos, pese a ser los únicos con los precios y la tecnología necesarios para masificar la adopción de las nuevas energías en el parque automotriz. Asimismo, se comprometió a comprar volúmenes excesivos de gas natural a Estados Unidos a fin de contentar a Trump.
Aunque los asistentes a las sucesivas COP sean reacios a expresarlo de esa manera, dirigentes políticos, ambientalistas y los ciudadanos en general son conscientes de que la lucha contra el cambio climático es una causa desesperada si no cuenta con el apoyo de Washington, no sólo por ser el máximo contaminante de la historia y el segundo mayor en la actualidad, sino por su desproporcionada influencia en la manera en que produce y se organiza el resto del mundo. En este sentido, resulta desolador constatar el bien que podrían hacer a la humanidad los mandatarios estadunidenses si pusieran al servicio del medio ambiente y la justicia social todo el poderío que despliegan para destruir países que no se doblegan ante ellos, garantizar la impunidad del régimen genocida de Israel, reconfigurar el comercio internacional a su capricho y conveniencia, favorecer los intereses de su oligarquía e imponer sus falsas guerras contra las drogas y el terrorismo.
Ante la evidencia de que la superpotencia no jugará un rol positivo en un futuro previsible, la única alternativa para la comunidad internacional, y ante todo para las naciones del Sur global, que son las principales víctimas de la crisis climática, pasa por redoblar esfuerzos tanto en la reducción de gases de efecto invernadero, como en la autonomía técnica y económica. Asimismo, es preciso disminuir el ascendiente del bloque occidental en los asuntos comunes, pues queda claro que el Norte tiene prioridades muy alejadas de los desafíos actuales. Lamentablemente, el giro a la derecha de gran parte de los países en desarrollo y, en particular de América Latina, arroja unas perspectivas francamente sombrías para cualquier avance.