El revoloteo de informes certeros, inverosímiles o falsos ha plagado el espacio público en tiempos recientes. Lo acompañan gran cantidad de opiniones, oscuras citas informales y revelaciones que flaquean por carecer de sustento verídico. Los orígenes y los autores de tales corrientes difusivas permanecen en el anonimato, aunque no dejan de filtrar los humores y rasgos de su real procedencia. Al cabo de cierto tiempo de perseverar la disputa colectiva, sus intenciones, consecuencias y mecenas se van conociendo con suficiente claridad. La trascendencia que logran es incierta, si acaso recrudecen los corajes y deseos de una capa ya muy rasguñada por estas tácticas y costumbres.
Una de estas campañas radica su cometido en sólo unas cuantas figuras del oficialismo: varios legisladores y un miembro del morenismo. La oposición, que se concentra en medios de comunicación, no deja la menor duda de sus intenciones: desprestigiar al conjunto, tanto del gobierno actual como de sus adalides principales. Han escogido como depositarios de sus odios, verdades, infundios y rumores a un diputado y otro senador. Saben que fueron lanzados al ruedo por el anterior presidente (Andrés Manuel López Obrador) como adalides en busca de la candidatura principal de Morena.
Así, tanto Adán López Hernández, al momento secretario de Gobernación, como Ricardo Monreal, situado al frente de la fracción mayoritaria de los senadores morenos, ocuparon, de inmediato, la atención opositora, aunque también concitaron los corajes de sus detractores. No ganaron la candidatura: uno quedó en cuarto lugar y el otro en el quinto, entre los seis personajes que compitieron. A partir de entonces han sido objeto de insidias, denuncias, acusaciones, defensas y debates inacabables. Algo de datos duros ha circulado para sostener lo dicho y repetido. Pero lo demás ha sido harta e intensa palabrería, sembrada sin descanso con aviesa intención.
En medio de ellos se ha colocado a otro legislador, Gerardo Fernández Noroña, también aspirante a la presidencial. Ocupó, por propia iniciativa, un forzado lugar en la disputa. Con escasos recursos de campaña, pudo situarse en un meritorio tercer lugar. Fue nombrado, después, sin mucho apoyo del oficialismo de élite, como presidente del Senado. Ahí reafirmó su ya bien ganada fama de polemista destacado. Ha sostenido, con habilidad oratoria, los proyectos del gobierno y enfrentado lo que ha sido el frente de ataque opositor.
Estos cuatro personajes han sido el foco de ninguneos, de revelaciones de malos manejos de recursos, de traiciones y de remar para su propio beneficio. Y, lo central, fueron escogidos como lujosos ejemplos, extensibles al conjunto gubernamental y partidario. Sin escatimar límites, sin prurito alguno, los emplean, una y otra vez, como punto nodal y verídico de las carencias y pecados que afectan a todos sus correligionarios. El objetivo de la crítica opositora es mostrar, una y otra vez, que ellos irradian la corrupción que plaga al régimen actual y al pasado. Son iguales a los de siempre, claman orondos.
Un lugar especial ha sido ocupado con otro perfil que rellena el gran bulto del bajo cariz del conjunto de morenos en sus complicidades de poder: uno de los hijos del ex presidente López Obrador: ese gran causante de la tragedia mexicana, según rezan sus detractores empedernidos. Un joven que ha sido acusado, sin dato cierto alguno, de capitanear una mafia de amigos, incrustados, a trasmano del padre, en posiciones de poder. Un viaje a Japón, rellenado con calificativos de extravagantes gastos, acompasados con insulsas fotos y dudosas facturas. Pero el cadalso levantado ahí está. La sentencia viene atada sin perdón o redención posible. Aunque siempre, allá en el trasfondo se apilan compulsivas fobias conocidas al hoy oculto líder. Se recurre, con generoso despliegue, a certificadores (Zedillo) ya muy descalificados y repetitivos.
Se suma, de complemento difusivo, la versión de la deshonesta ineficacia conductora y el apabullante crimen organizado. Cercan sus esfuerzos y asientan así la trágica actualidad: una república sitiada e indefendible, que se empeña en rescatar la pobreza y disminuir la desigualdad. Denostada y vencida, a sólo siete años de iniciar su alegada ruta transformadora. La ciudadanía (y datos notables), empero, opina y afirma muy al contrario y se hace sentir en las calles, urnas y plazas.
En el lado opuesto del espectro político, otra campaña destaca. Ésta, impulsada desde la mera cumbre del oficialismo. El actor es indefendible: Ricardo Salinas Pliego, sujeto de varias y variadas controversias. Empresario que ha usufructuado, como muchos, los favores gubernamentales. No ha querido pagar impuestos y ha usado y desusado al sistema de justicia para salirse con la suya. El pueblo ha captado la señal y quiere verlo ante la justicia. El monto a pagar es mayúsculo y se espera que sea cobrado entero.