En el hinduismo, religión politeísta predominante en India, que cree en la rencarnación, prescribe un sistema social de castas y venera a las vacas por considerarlas un símbolo de la madre tierra, la fertilidad y la abundancia, gurú es un maestro o guía espiritual que se enfoca en la transformación interior y el autodescubrimiento, en tanto que swami es un vocablo sánscrito que significa maestro, dueño y señor de sí mismo, guía o practicante espiritual que dedica su vida a la búsqueda de la verdad y el conocimiento superior.
Como no matan bovinos y menos se los comen por hambreados que estén, los hinduistas se hallan en el otro extremo de los taurinos, sin embargo, el nivel de conciencia alcanzado por gurús y swamis les permite abordar, sin agobio, cualquier actividad desarrollada por los humanos, por opuesta que sea a sus creencias. Se trata de esa maravillosa flexibilidad que los llamados especialistas, por su nivel de conciencia y estrechez de visión, no logran entender y menos poner en práctica. Así le va al mundo, que pretende combatir la pobreza luego de crearla.
“Tanto se ha desnaturalizado la vida en el planeta –comenzó Gurú Eso– que el sentido de la existencia de las personas se reduce a cifras y aparatos, a acatar órdenes mal concebidas y peor transmitidas. Por eso cada día los seres humanos entienden poco y se entienden menos al casi haber desaparecido toda noción de humanidad, por lo que hay que estar muy alertas a la hora de imponer conceptos parciales de humanismo que resultan más favorables a las instancias burocráticas que a las comunidades.”
“La vulnerabilidad de las tradiciones –intervino Swami Ga– no reside en su anacronismo sino en la estrecha percepción de quienes pretenden preservarlas desde una baja conciencia, tanto en sentido ético como del conocimiento de sí, de esa tradición y del entorno donde se encuentra. De ahí los intentos fallidos de quienes se preocupan por el bien común y de preservar las expresiones de determinada comunidad. Se perciben sus esfuerzos a la vez que se comprueban sus pobres resultados, no sólo por impericia y escasa empatía sino por la reducida conciencia para ver y hacer desde un ego torpe ensimismado.”
“Usted se indigna –abundó Gurú Eso– por el rumbo que tomó el milenario culto táurico. Ello se debió a la falta de atención de todos, pros y contras, hacia la esencia y misión del toro, reducido hace tiempo a controlado producto pecuario despojado de su condición de deidad y de su profundo carácter simbólico para favorecer la superficialidad, la charlatanería y egos autocomplacidos a todos los niveles, provocando que este añejo encuentro sacrificial perdiera conciencia y trascendencia. Se ignoró el orden natural para rendir culto a lo artificial. Ha faltado sabiduría para corregir y reaccionar. Ha habido una acción sin pasión.”
“Esta ignorancia generalizada –observó Swami Ga al despedirse– ante la tradición taurina por parte de partidarios, promotores, detractores y autoridades, lejos de reforzar el valioso primitivismo de la tauromaquia ante una modernidad extraviada, ateniéndose a esta prefirió modernizarla, lo que degradó la naturaleza de animales y de racionales. Unos no supieron rescatar del tedio a los públicos, otros se olvidaron de los valores identitarios de un pueblo y su enorme capacidad de expresión, otros más se instalaron en la comodidad y el facilismo y, finalmente, una autoridad cuya obligación era vigilar y preservar esos valores optó por recurrir al expediente de la prohibición a partir de una visión globalizadora de la realidad impuesta desde los centros de poder más que animada por la honesta compasión.”