La economía borda sobre el filo de oportunidades sin apresarlas, menos aún rebasarlas. Vamos de poco a menos en cuanto al crecimiento anualizado. Llevamos décadas de lentitudes y aceleraciones menores, sin menospreciar logros y esfuerzos, que los ha habido. Se celebra, ruidosamente, cualquier avance en la recaudación hacendaria. Y, sin duda, hay cierto motivo de satisfactoria alegría por ello. Ingresos adicionales a los presupuestados permiten destapar cuellos de botella o ensanchar erogaciones en lo importante. También pueden usarse para empujar aquellos proyectos que permiten la integración de iniciativas dispersas. Pueden, en fin, fortalecer acciones que no se habían considerado en el inicial presupuesto anual. Y, con ellos en la mano, el Ejecutivo se posibilita mayor amplitud decisoria para beneficio colectivo. Pero, en resumidas cuentas, los límites son estrechos para una hacienda pública que siempre ha sido precaria en sus disponibilidades, sobre todo al usar recursos provenientes de la fiscalidad.
Al levantar la visión sobre el país y su estructura, es fácil observar lo que se ha construido al cabo de los años. Por un lado, destaca la existente disparidad territorial; un centro y norte bastante unificado alrededor de una visión que ha engendrado capacidad exportadora. Ya no es un campo dominado por la maquila, sino por empresas bien armadas para la producción masiva de calidad. Años de trabajar dentro del tratado entre los tres países de Norteamérica han consolidado una maquinaria que, además de atender algunas necesidades propias, atiende las de las otras dos fábricas y sociedades nacionales. Las maneras como se han ido encadenando entre ellas han redituado en beneficios de escalas de eficiencia para nada despreciables. Estos masivos emprendimientos han ido desplazando, en el interior del principal mercado americano, lo que ahí llega de otras partes del mundo. Es decir, se ha podido competir, abiertamente, con los demás. En particular, se ha aminorado la anterior prevalencia de productos de origen oriental, sobre todo de la China continental. México la ha superado, año con año y sin requerir, para tal logro, aranceles elevados. Los resultantes de la actual política, emprendida por el presidente Trump, en efecto, han ayudado un tanto más, sin ser definitoria.
Ahora se hace indispensable pensar en el modo de incluir, al parejo, al resto de la República a esta tarea productora. Resaltan, casi de inmediato, las carencias que se padecen en el ya voluminoso consumo interno. Es necesario trabajar en ese consumo y su creciente propensión a la importación de lo requerido. No sólo es cada vez mayor el volumen adquirido fuera, sino también su concentración en regiones, en especial, tanto en China como en Europa en general. Los recientes aranceles impuestos a ciertos productos foráneos ayudarán en cierta medida a la contención. Lo importante es que no deriven en hacerlos, solamente, más caros o de menor calidad, a los consumidores internos. Tampoco ignorar que esa propensión a lo externo se acelera de manera notable con el tiempo. Es por ello que no cederá su impulso con facilidad si no queda sujeto a todo un ensamble planeado y soportado con auxilios de orientación y empuje. Lo racional será pensarlo a todo un programa integral de promoción integradora. No será ni fácil ni rápido y tampoco barato. Se piensa en un entramado de políticas, apoyos estatales, normas, promociones y una coordinación con créditos y derivaciones tecnológicas que completen los distintos cuadros de producción; evitar que se repitan experiencias desgraciadas, como las habidas en tiempos pasados. No puede volver la sustitución de importaciones para encerrar al consumidor y atarlo a calidades y precios abusivos. Recordar los defectuosos objetos que salían de fábricas obsoletas, mal integradas, incipientes, sin tecnologías ni finanzas sanas, propiciadoras de la explotación del trabajo obrero. Tal y como fue lo sucedido, para desgracia de la población necesitada de empleos decentes, hace no mucho tiempo.
Retomar aquello que los neoliberales despreciaron, con soberbia ignorancia e irresponsable actitud: la planeación cuidadosa de programas. Un conjunto de ellos de corte sectorial, de industria, bajo una conducción detallada, organizada, priorizada y constante que empuje el aumento productivo y el empleo con salarios dignos. Se vive ahora al borde de un momento que puede llegar a ser de inflexión si se trabaja con orden, recursos y entusiasmo, para lo cual habrá de actuarse, con celo envidiable, en ensamblar equipos de guía desde variados niveles burocráticos, de nivel medio y alto.
Por último, hacer conciencia de que los indispensables apoyos sociales deben continuar, pero, al mismo tiempo, no castigar la inversión pública, factor estratégico que antecede a la privada.