El ciclismo no es un deporte cualquiera. No soy imparcial en esto. Todavía hoy, la épica sobre dos ruedas tiene más que ver con una epopeya griega que con una competición deportiva del siglo XXI, lo cual es un milagro. No hay inteligencia artificial capaz de anticipar la victoria de Simon Yates en el último suspiro del pasado Giro de Italia. Es un deporte sin guion escrito, porque después de tres semanas cabalgando sobre la bicicleta, casi todo es posible.
El mío, el vasco, es un pueblo que ama el ciclismo. Y mi generación, nacida en los 80, aprendió que las etapas llanas son para la siesta y que los Tours los gana Miguel Induráin. ¿Cómo no nos íbamos a enamorar de ese deporte que nos llevaba a las cumbres de los Alpes y los Pirineos sin levantarnos del sofá y en el que ganaba uno de los nuestros? Con el tiempo, hemos rebajado nuestras expectativas y, al día de hoy, nos conformamos con que Mikel Landa no se caiga mientras esperamos una victoria suya con la paciencia y la fe de un sebastianista portugués. Pero seguimos siendo legión, y así lo reconocen los ciclistas de todo el mundo. No hay muchas aficiones como la vasca.
Estos días ha pasado por nuestras carreteras la Vuelta a España, la menor de las tres grandes carreras de tres semanas –tras el Giro y el Tour–, y aunque la competición está resultando mejorable, las imágenes de las manifestaciones a favor de Palestina y contra el genocidio han dado la vuelta al mundo. Especialmente las del miércoles, cuando la organización suspendió el final de la etapa debido a las protestas en la línea de meta.
Por supuesto, no han faltado las quejas de quienes aseguran compartir la crítica a Israel, pero no las formas. También han acudido a la cita quienes preguntan qué culpa tienen los ciclistas de la masacre de Gaza. Y por supuesto, han alzado firmemente su voz todos aquellos que insisten en que hay que alejar la política del deporte. Cuánta pereza junta.
Resulta que en el pelotón de ciclistas de la Vuelta a España hay un equipo llamado Israel-Premier Tech, financiado por Sylvan Adams, multimillonario canadiense-israelí firmemente comprometido con la causa sionista y cercano al genocida Benjamin Netanyahu. Se llama sportwashing, se practica en todo el mundo y funciona porque el deporte, efectivamente, es política.
Así que sí, si Israel utiliza la Vuelta a España y el ciclismo para mejorar su imagen en el mundo, es legítimo y bastante acertado utilizar esa carrera y el ciclismo para denunciar el genocidio contra los palestinos y reclamar la expulsión del equipo.
El doble rasero clama al cielo: si damos por bueno que Rusia haya sido vetada en las competiciones internacionales por su agresión a Ucrania, ¿qué pasa con Israel?
El runrún contra el equipo viene creciendo conforme empeora la situación en Gaza. La estrella del equipo, el canadiense Derek Gee, anunció recientemente que abandona el equipo alegando “motivos legítimos”, mientras el noruego Jakob Fuglsang, una vez retirado, asegura que será “más cómodo pedalear sin el logo de Israel”. Ahora ha sido el propio director técnico de la Vuelta el que ha sugerido a Israel que se retire para garantizar la seguridad.
Frente a la frustración y la impotencia que pueden generar las imágenes que llegan de Gaza, lo ocurrido en la Vuelta muestra que es mucho lo que se puede hacer no sólo para solidarizarse con los palestinos, sino para hacer del mundo un lugar más hostil a toda iniciativa que pretenda blanquear el sionismo. También para presionar a los gobiernos, que, en general, pueden hacer muchísimo más para cortar lazos con Tel Aviv. Pero para eso hay que recordar a los queridos guardianes de la paz social que hay que molestar.
Hay que molestarlos, tienen que sentirse incómodos, tienen que entender que la gente no aprueba la matanza generalizada de menores, el asesinato selectivo de periodistas y la condena al hambre de un pueblo entero, porque la triste realidad es que las masivas manifestaciones y las miles de declaraciones institucionales firmadas hasta ahora no han servido para evitar una sola bomba en Gaza. Por contra, acciones como la del final de etapa ponen el debate encima de la mesa y mueven posiciones.
Dos días después del final de etapa frustrado, las autoridades de Asturias anunciaron que rebajaban al mínimo su presencia institucional al paso de la Vuelta por su territorio, mientras el ministro de Exterior, José Manuel Albares, reclama ahora la expulsión del equipo israelí.
Si a alguien le molesta más quedarse sin el final de una etapa que un genocidio, el problema es suyo. El boicot activo, como en Sudáfrica, es la principal herramienta con que la gente llana de cualquier punto del planeta puede aportar su granito de arena para que esto pare.
Precisamente eso, un orgulloso granito de arena, es lo que los vascos han aportado esta semana. Uno no interrumpe una etapa de la Vuelta para denunciar un genocidio porque no le importe el ciclismo. Funciona al revés: lo hace porque lo ama y no quiere verlo utilizado para blanquear a genocidas.