Hace ya más de cuatro décadas, Ángel Palerm, el gurú máximo de la antropología social mexicana, me llamó para comentar la primera versión de mi tesis de licenciatura, que le había dejado para leer hacía un par de semanas.
Al llegar a su oficina, en la Ibero de Churubusco, me dijo que fuéramos al café a platicar. En mis tiempos de universitario, la cafetería era un espacio fundamental e imprescindible para comentar, discutir, platicar, aprender e incluso hablar con eminentes profesores.
Llegó el café e inmediatamente entramos en el asunto. Me dijo que le había parecido bien la tesis, que había hecho algunas correcciones ortográficas, de una falta recurrente en la que ponía una c en vez de s, y que lo que faltaba era el marco teórico. En mis tiempos, el marco era el cuco y precisamente por eso lo había dejado de lado.
En el fólder que le había dado con la tesis se puso a escribir y me dijo que el tema central de la tesis era la proletarización del campesinado y que para eso debía revisar a los clásicos como Marx, Engels, Lenin y Kautsky; a los campesinistas rusos como Chayanoch, Preobrazhenski, Bujarin, Trotski y Zinóviev; a los marxistas como Meillassoux y Philippe Rey y, finalmente, a los estudiosos del campesinado mexicano como Warman, Bartra, Palerm y otros.
En esos tiempos, ese tipo de literatura era asequible y, en parte, la había revisado, pero no desde el enfoque que me proponía Palerm. Mi tesis trataba del proceso de urbanización y venta de la tierra en el Cerro del Judío en la Ciudad de México. Pero el punto de fondo, el eje conductor de la tesis, era la inevitable proletarización del campesinado, de los ejidatarios, al vender la tierra.
El marco teórico, hecho con sudor al comienzo y luego desvelo, fue de unas 30 páginas y corresponde al primer capítulo de mi libro La ciudad invade el ejido, publicado por La Casa Chata en 1983. Todo esto viene a colación porque hace unos días le pregunté al ChatGTP que me dijera cuál era la posición de los autores mencionados sobre el tema de la proletarización del campesinado y señalara sus coincidencias y diferencias.
En 20 segundos tuve la respuesta y un resumen perfecto de dos páginas, con todo el tema muy bien definido, escrito y estructurado. Obviamente me quedé pasmado. Pero nadie me quita lo sufrido, lo desvelado y lo aprendido, aunque ahora no me acuerde de casi nada de esas lecturas y sea un tema del siglo pasado, que a muy pocos interesa. No obstante, más que tener que leer a esos autores, la tortura, comparativamente hablando, era tener que redactar una tesis en una máquina de escribir.
Un programa como Word me parece un desarrollo tecnológico increíble, que facilitó todo el proceso de escritura; igualmente el acceso a toda la información de Internet, en muchos casos ya no se requiere de una biblioteca, pero el programa sólo facilitaba, no se ahorraba el proceso de investigación y escritura.
Es una perogrullada decir que la investigación es un oficio, una actividad personal, un aprendizaje individual. Poder escribir, resumir, sintetizar, esquematizar, esbozar, plantear hipótesis y concluir forma parte de ese oficio aprendido con sudor y lágrimas. Es de Perogrullo, pero es verdad de Perogrullo.
Me imagino que también se va a requerir de un oficio y aprendizaje para sacarle todo el partido a la inteligencia artificial (IA). Pero el campo donde la IA creo que no puede competir, porque simplemente no tiene información y carece de su fuente fundamental, es en el estudio de la realidad, de lo que vivimos, de lo que pasa aquí, allá y acullá; de lo que hay que conocer, de lo que falta investigar, de lo que hay por desentrañar, de lo que no tenemos información. Ese es el campo de la etnografía, de la antropología social, de las ciencias inductivas y abductivas.
Y para eso se requiere de un oficio aprendido de manera lenta y parsimoniosa, de la prueba y el error, como hacía Pasteur en su laboratorio; de la intuición, de la memoria y la imaginación, como decía Fernand Braudel trabajando su tesis en un campo de concentración; de lo que propone Wright Mills cuando platea la relevancia de la imaginación sociológica; del racionamiento abductivo que propone Charles Sanders Peirce.
Le podemos preguntar a la IA qué es la imaginación sociológica o qué es el racionamiento abductivo y nos dará un magnífico resumen, pero no puede tener imaginación sociológica ni racionamiento abductivo, menos aún sobre la realidad social y cultural contemporánea, porque no tiene datos sobre lo que hace, dice y piensa la gente en este momento.
¿Podrán los algoritmos y la IA suplir y desplazar a la antropología social, al trabajo de campo, a la simple recolección de datos en un diario de campo?
La apuesta está planteada: apaga y vámonos o ponte a trabajar, a leer, a investigar, a pergeñar, a pensar y a salir al campo, donde la vida se vive y cada día es diferente.