Uno. “El 7 de octubre de 2023 marcó una nueva etapa en la historia del movimiento nacional palestino. No fue una operación militar común, sino un verdadero punto de inflexión. Desde una perspectiva militar, el despliegue de 3 mil combatientes en una acción simultánea no tiene precedente. Lo que ocurrió ese día fue una declaración clara al mundo entero de que el pueblo palestino vive bajo ocupación (…) No fuimos los primeros en tomar las armas. Partimos de la premisa de que la liberación no puede lograrse mediante negociaciones ni por ninguna otra vía que no sea la lucha armada” (palabras de Leila Khaled, legendaria combatiente del Frente Popular para la Liberación de Palestina y miembro del Consejo Nacional Palestino).
Dos. El régimen de la entidad invasora y neocolonial llamada Israel califica de “terrorista” o “antisemita” a quien se atreva a combatirlo o denunciarlo, al tiempo de presumir que sus Fuerzas de Defensa (FDI) son “el ejército más moral del mundo” (sic). Elijamos, por ende (y entre miles), un botón de muestra.
Tres. A mediados de febrero de 2024, en los jardines del complejo médico Nasser (ubicado en el sur de la franja de Gaza y uno de los últimos en actividad), soldados de las FDI abrieron una fosa común y arrojaron a dos niños cuyos gritos quedaron ahogados por la tierra que les echó una excavadora fabricada por Caterpillar, famosa empresa israelí (¡compre ahora!).
Cuatro. Meses después, pacientes y personal médico reabrieron la fosa. Aparecieron 392 cadáveres, y el de los niños con las manos atadas a sus espaldas.
Cinco. Así, cuando hechos como el referido son archiverificados (perdón, soy de la vieja escuela…), aparecen dos tipos de actitudes. De un lado, intelectuales a la violeta que, en sintonía con la semántica sionista, califican de “guerra” lo que a ojos de todo mundo es un genocidio. Y por el otro, los que apoyan la resistencia, despojándola de nombre, apellido y conducción política. O sea, las brigadas del brazo militar de Hamas, que evocan la memoria de Ezzeldin Al-Qassam (1882-1935), y las brigadas Al-Quds de la Yihad islámica (traducido, “brigadas de Jerusalén”).
Seis. Ahora bien, si la primera actitud resulta cómplice por omisión, parece que la segunda tiende a olvidar que los pueblos en lucha contra la opresión neocolonial (o frente a una invasión militar extranjera) se liberan echando mano a las armas.
Siete. Algo que, paradójicamente, frente a la escasa moral de su tropa (desertores, suicidados, objetores de conciencia), los altos mandos de las FDI empiezan a calibrar con mayor lucidez que sus mesiánicas dirigencias políticas. ¿Qué de nuevo hay en esto? Por definición y formación, el buen militar admite que si bien la política no es lo suyo, está poco dispuesto a que el mal político le dicte lecciones en el campo de batalla.
Ocho. Y allí, todas las teorías, profecías y cálculos políticos fracasan, con lo cual hablar de “victoria de Israel, derrota del pueblo judío” carece de sentido, porque lo primero es una hipótesis, y lo segundo, un oxímoron. ¿O alguien calificaría de victoria del “pueblo católico” la derrota del imperio francés en México?
Nueve. También hay que ponderar que cuando los grandes líderes y pensadores desaparecen (hechos), su legado queda sujeto a las lecturas de hinchas y devotos (interpretaciones). Así ha sido siempre, de Buda a Gandhi, de Confucio a Mao y de Jesucristo a Mahoma y Marx. Por ello, contados fueron los líderes que, poseyendo ambos atributos (político-militares), cambiaron el curso de la historia.
Diez. Dicho lo anterior, cedamos la palabra a quien hace 46 años, vislumbrando con extraordinaria precisión lo comentado, manifestó: “Señor Presidente: la determinación de Israel de continuar su política de agresión, expansionismo y asentamiento colonial en los territorios que ha ocupado con el apoyo de Estados Unidos constituye una grave amenaza para la paz y la seguridad mundial (…) La cuestión palestina es el núcleo del problema de Medio Oriente”.
Sigue: “(…) La base para una paz justa en la región comienza con la retirada total e incondicional de Israel de todos los territorios árabes ocupados y presupone para el pueblo palestino la devolución de todos sus territorios ocupados y la recuperación de sus derechos nacionales inalienables, incluido el derecho a regresar a su patria, a la autodeterminación y al establecimiento de un Estado independiente en Palestina, de conformidad con la Resolución 3236 de la Asamblea General”.
Y concluye: “(…) Pero no recuerdo nada tan similar en la historia contemporánea como el desalojo, la persecución y el genocidio que hoy perpetran el imperialismo y el sionismo contra el pueblo palestino, despojado de su tierra, expulsado de su propia patria, dispersado por el mundo, perseguido y asesinado. Los heroicos palestinos son un ejemplo impresionante de abnegación y patriotismo, y el símbolo viviente del mayor crimen de nuestra era” (pasajes del discurso de Fidel Castro en la Asamblea General de la ONU, 12 de octubre de 1979).