La cumbre de Donald Trump con dirigentes europeos en la que se analizó cómo lograr la paz entre Rusia y Ucrania, efectuada ayer en Washington, no parece haber tenido otro resultado que el de ratificar la profunda grieta existente entre la superpotencia y sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), así como el patético papel al que se ha visto reducido el presidente ucranio, Volodymir Zelensky.
El propio Zelensky; el secretario general de la OTAN, Mark Rutte; la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen; el primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer; la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni; el presidente de Finlandia, Alexander Stubb; el canciller federal de Alemania, Friedrich Merz, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, parecen haber aprendido la lección de no contradecir a Trump; en cambio, se deshicieron en elogios hacia su persona, agradeciendo en todo momento sus esfuerzos, pese a la obvia divergencia de intereses, objetivos y estrategias con que arrancó y terminó el encuentro.
Mientras el anfitrión reiteró su rotunda negativa a la admisión de Kiev en la OTAN y dejó de lado incluso la amenaza de endurecer las sanciones contra Moscú, Starmer volvió a comprometerse con una “vía irreversible” para sumar a Ucrania a la alianza militar, y a través de su portavoz repitió el despropósito de desplegar tropas británicas en la nación de Europa del Este junto con otros países que conforman una “coalición de los dispuestos”, ominoso título que retoma el dado por Washington a los comparsas que se le unieron en su aventura colonial en Irak. Zelensky fue más allá al afirmar que “Rusia sólo puede ser obligada a alcanzar la paz por la fuerza, y el presidente Trump tiene esa fuerza”, solicitud descabellada e imprudente donde las haya en tanto supone un llamamiento a la guerra directa entre las dos máximas potencias nucleares del planeta; una confrontación que no llegó a darse ni en los momentos más tensos de la relación estadunidense-soviética y que podría desencadenar nada menos que la aniquilación de la humanidad.
En el fondo se encuentra el empecinamiento de Europa Occidental por continuar una política de “todos contra Rusia” que se remonta a la guerra de Crimea (1853-1856), cuando Londres, París y una parte del futuro Estado italiano se unieron para impedir que Moscú ocupara el vacío de poder dejado en los alrededores del Mar Negro por la decadencia del Imperio Otomano. La rusofobia creada entonces y exacerbada durante el periodo soviético continuó después de la desaparición del bloque oriental y de su brazo armado, el Pacto de Varsovia, tras cuya disolución la OTAN perdió cualquier razón de ser con atisbos de legitimidad. Sin embargo, en vez de disolverse por la desaparición de su enemigo ideológico y geopolítico, la OTAN continuó su expansión hacia el este como un instrumento para maniatar a Rusia con una cadena de países hostiles en todo su flanco occidental. Desde un inicio, este proceso fue impulsado por los ocupantes de la Casa Blanca, que de esta manera ampliaban la hegemonía estadunidense sobre Europa y pretendían asegurar la incapacidad de su antiguo rival para resurgir como un actor geopolítico relevante. La permanente agresión contra Rusia tuvo el efecto no planeado, pero previsible, de alborotar el nacionalismo en ese país y facilitar el surgimiento de la figura de Vladimir Putin, quien puso un alto al expansionismo occidental en Georgia en 2008 y en Ucrania en 2014, cuando un golpe de Estado orquestado por Washington y Bruselas instaló un régimen dócil cuyo actual titular es Zelensky.
Por motivos hasta ahora desconocidos, el ex presidente Joe Biden decidió escalar las tensiones hasta precipitar una guerra entre la OTAN y Moscú, con los civiles y militares ucranios como carne de cañón. Pese a los severos daños causados a la economía rusa y a los cientos de miles de vidas sacrificadas en 42 meses de matanzas por ambas partes, Occidente no ha logrado ni destruir a Rusia ni derrocar a Putin. Por razones que tampoco son públicas, Trump no comparte los objetivos de su antecesor y se muestra renuente a seguir financiando a una marioneta como Zelensky, mientras Bruselas trata de prolongar la guerra hasta acabar con el último ucranio, en un contexto en que, como hasta los medios más afines a la OTAN admiten, ya ningún hombre de ese país se une voluntariamente a las fuerzas armadas.
En suma, Zelensky, Von der Leyen, Starmer, Merz, Macron y los medios rusófobos se empeñan en seguir sacrificando a la población de Ucrania en un juego de poder sin perspectiva alguna de victoria que han disfrazado como una lucha por la libertad y la democracia, pero poco pueden hacer si la Casa Blanca decide dejarlos a su suerte.