La política migratoria es una de las más difíciles y complicadas de diseñar y, peor aún, de aplicar. Generalmente, cuando se implementa, se da una relación de causa efecto, con resultados muchas veces no deseados, anticipados o esperados.
Uno de ellos es el efecto búmeran, que se da cuando dicha medida logra parcialmente su objetivo, pero causa un efecto o un desperfecto mucho mayor y contrario al que se pretendía lograr. A nivel académico, fue Robert Merton el primero que lo analizó y categorizó, en 1936, como “consecuencias no esperadas, no previstas o no, intencionadas” de una acción”; en nuestro caso, de una política específica, “formalmente organizada”.
En el caso de Estados Unidos, los ejemplos más claros son el muro y la militarización de la frontera. Estaba previsto, de manera intencional, que, con estas medidas los costos y riesgos del cruce subrepticio serían más altos, lo que operaría como efecto disuasivo, y eso detendría el flujo o lo reduciría. De hecho, se trató de reconducir el flujo hacia el desierto, donde, efectivamente, muchos migrantes perdieron la vida.
Pero lo que no esperaban, o no previeron, era que al ser más caro y riesgoso el cruce, los migrantes irregulares que lograban pasar no regresarían a sus países de origen, lo que incrementó el volumen general de migrantes irregulares, que se veían forzados a quedarse de manera definitiva y a no volver. El remedio fue peor que la enfermedad. Peor aún, lo que era una migración circular, de ida y vuelta, entre México y Estados Unidos, se convirtió en una migración definitiva, en perjuicio de ambos países.
Dice Merton que la falta de anticipación de las consecuencias depende del estado del conocimiento, sobre el tema en específico. La moraleja es clara, las políticas migratorias deben definirse con el apoyo de especialistas que puedan predecir, más allá de la coyuntura, pero esto rara vez sucede en el campo migratorio, por estar totalmente polarizado a nivel político. Por eso, en temas migratorios, casi siempre, las políticas que se aplican tienen consecuencias totalmente contrarias a lo que se podría esperar, y la historia lo demuestra una y otra vez.
Como la medida disuasiva no funcionó, se incrementó el nivel de presión y control, y pasó a ser una política de desgaste “deterrence to atrittion”, lo que implicó dejar la vieja política de catch and realease, capturar y liberar –que se daba tradicionalmente en la frontera– para capturar y encarcelar. Es decir, se incrementaron las penas para los migrantes subrepticios, especialmente para los reincidentes.
Efectivamente, el aumento de los costos y la necesidad de contar con coyotes para cruzar el desierto obligaron en muchos casos a endeudarse para poder pagar la cuota, lo que hacía muy riesgosa la aventura migratoria. En caso de ser capturado por la migra, el viajero quedaba endeudado y sin posibilidad de pagar la deuda y mantener a su familia durante el tiempo que durara en el centro de confinamiento. Literalmente, estaba quebrado. Por eso, muchos se arriesgaban a pasar por su cuenta por el desierto, aunque pusieran en riesgo sus vidas.
La medida de construir un muro en la frontera fue, a final de cuentas, un asunto cosmético –o más bien antiestético–. Se trataba de impedir el paso en las ciudades fronterizas y alejarlos hacia puntos de cruce en zonas inhóspitas. Pero 300 kilómetros de muro dejan muchos agujeros en una frontera de más de 3 mil kilómetros. Hace 30 años que se avanza en ese proyecto, y obviamente no se detienen los flujos, incluso, en muchos casos, los muros pueden ser superados fácilmente por túneles en el piso o escaleras por arriba.
Llaman la atención el enorme esfuerzo y gasto por controlar la frontera, así como el poco interés en controlar y perseguir a los migrantes dentro de Estados Unidos. Hay migrantes que llegaron a comienzos de la década de los 80 y llevan 40 años indocumentados. No pudieron arreglar su situación con la amnistía de 1986, y no se ha dado otro proceso de regularización, aunque sí muchas propuestas de reforma migratoria, sean enchiladas, integrales, o parciales.
Hay que reconocer que Trump, en la actualidad, controló el ingreso subrepticio, a punta de amenazas, decretos y demás medidas, pero no ha podido cumplir con su promesa de hacer deportaciones masivas. La falta de voluntad política en varios estados, la poca o nula colaboración de las policías, la falta de presupuesto para la migra y los numerosos recursos legales dificultan y dilatan los procesos de deportación.
En 1954 la operación Espalda Mojada deportó a más de un millón de mexicanos de los campos agrícolas, pero al llegar la temporada de cosecha regresó el búmeran y se tuvieron que abrir las puertas de la frontera y agilizar las contrataciones con ayuda de funcionarios mexicanos.