1 . La paradoja que rodeó el último aniversario del Día de la Victoria en Europa (8 de mayo) ha sido bien señalada por Enzo Traverso: mientras hace 80 años el continente celebró la derrota del fascismo tras una lucha épica, hoy nos encontramos en una realidad política donde la extrema derecha es más fuerte que en cualquier momento desde 1945 (n9.cl/yhkkz4). El colapso del “socialismo realmente existente”, la desaparición de la URSS, la crisis de la izquierda y el ocaso de todo el ethos del antifascismo junto con el auge de otro tipo de narrativas y “usos públicos de la historia” –los procesos entretejidos que el mismo Traverso ha ido analizado en sus trabajos– son los que explican en buena parte esta situación.
2. Si bien la “coalición de la Ilustración”, una alianza del comunismo y el liberalismo que derrotó al fascismo −siendo la oposición a la Ilustración uno de sus principales tratos ideológicos (Zeev Sternhell)–, estaba destinada a fracasar, ambos campos, incluso con el auge de la guerra fría, seguían apegados –desde lo “republicano” y desde lo “internacionalista”−, al antifascismo. Incluso después de 1989, el 8 de mayo simbolizaba en el Occidente el triunfo de la estabilidad democrática y la prosperidad económica (“el fin de la historia”), siendo un “reconfortante ritual” que hoy −bien anotaba Traverso− parece anacrónico y evoca una época pasada.
3. Pero esta narrativa del “liberalismo triunfante” –ante la falta de los relatos de la izquierda en crisis (véase: E. Traverso, Melancolía de izquierda, 2018)− mutó pronto en una ahistórica oposición entre el “mundo libre” (apolítico, desideologizado y moderno) y el “fascismo” (politizado, ideologizado y arcaico). Junto con esto, también el antifascismo, empezó a ser percibido como “totalitario” (sic), instaurando una idea de que la propia izquierda también podría llegar a ser “fascista” (sic) y de que todo lo que no se identificaba con la democracia del libre mercado –el populismo, el terrorismo islámico, etc.– también lo era (E. Traverso, The New Faces of Fascism, 2019: 135).
4. Con la adopción de este consenso liberal “antitotalitario” y “anti antifascista”, la división “fascismo”/“antifascismo” que dominó en la época de la posguerra, dejó de polarizar la esfera pública (Jürgen Habermas) y la memoria del antifascismo fue remplazada en la política, en los debates académicos, la industria cultural y las conmemoraciones públicas por la “memoria institucional del Holocausto” (n9.cl/q52mk), mientras la sustitución sistémica del antisemitismo por la islamofobia (n9.cl/xxruld) le dio la chance a la extrema derecha de “redimirse”.
5. Este cambio del paisaje de la memoria en el Occidente ha sido instrumental, abriéndole, en efecto, la puerta. Si bien muchas de estas agrupaciones −en Italia, Francia o España− tenían una clara genealogía fascista, lograron desprenderse de su pasado e instalar sus propias narrativas históricas en lugar de la memoria antifascista (E. Traverso, El pasado, instrucciones de uso, 2018: 95-100). Igualmente en Europa Central y del Este los herederos de los colaboracionistas y de los regímenes títeres fascistas −en Hungría, Eslovaquia o Ucrania− han podido blanquear su pasado con el argumento de “reaccionar solamente” (Ernst Nolte) al totalitarismo soviético.
6. En la versión hard de este revisionismo, el antifascismo acabó pintado incluso como un “invento comunista”, mientras fue fruto de todo un ethos político de los que se oponían a las dictaduras de Mussolini, Hitler o Franco y algo que trascendía las fronteras políticas habituales (“la coalición de la Ilustración”). La asimilación del antifascismo al comunismo era así una proyección ex post de la historiografía del anticomunismo oportunista (François Furet et al.), y un juicio desprovisto de cualquier historiza ción (E. Traverso, Fire and Blood, 2017: 260).
7. Y si incluso fue Stalin quien, en efecto, popularizó este término (n9. cl/bkoxg) –después de la invasión nazi a la URSS (1941) y el fin del Pacto Ribbentrop-Molotov–, sus primeros impulsos provinieron de los sectores del marxismo heterodoxo (Thalheimer, Bauer, Trotsky, Gramsci et al.) que en los años 20 y 30 se opusieron a la propia doxa estalinista y las imposiciones ideológicas del “tercer periodo” enfocados en combatir al “socialfascismo” que impedían entender correctamente el propio fascismo.
8. Otra paradoja de la actualidad tiene que ver con el hecho de que hoy el auge de la narrativa del “retorno del fascismo”, sobre todo desde el centro liberal respecto a la extrema derecha a la que el propio liberalismo ayudó a blanquearse y a la que catapultó al poder con su crisis −las fuerzas que Traverso prefiere ver como “posfascistas” (n9.cl/tj9soy)−, ocurre en un escenario intelectual y político en el que el antifascismo y su tradición están completamente ausentes.
9. Y uno en el que el colapso del antifascismo como una “metanarrativa europea” (Dan Stone) significó también la desacreditación de diferentes enfoques marxistas usadas para el estudio del fascismo y a fin de elaborar las propias políticas antifascistas. Una tradición que después de 1989 fue declarada “obsoleta” tanto por el mainstream liberal triunfante, como por las narrativas en competencia basadas en el nacionalismo y en el anticomunismo tardío.
10. La fuerza de la extrema derecha a 80 años de la derrota del fascismo puede parecer, en efecto, una paradoja. Pero a la luz de las mutaciones políticoideológicas de las últimas décadas –el ocaso del antifascismo y vinculados con el anticolonialismo y el universalismo y el auge de las nuevas narrativas de la memoria particularistas, junto con la “memorialización” del Holocausto, que primero sirvió para blindar el colonialismo y el apartheid israelí de cualquier crítica y hoy resultó completamente inútil para parar el genocidio en Gaza– parece más bien una historia predicha.