El problema de fondo del Partido Acción Nacional no reside en nombres o apellidos de sus dirigentes, sino en la falta de liderazgos creíbles, confiables, y de programas y propuestas que la población asuma positivamente. Nada o muy poco significará, más allá de cierto rejuego retórico menor, que salga Marko Cortés (uno de los peores dirigentes del partido de blanco y azul) y que entre Jorge Romero (el representante del cártel inmobiliario panista) o la disidente
Adriana Dávila (a la que desde anoche aplastaba la aplanadora del oficialismo blanquiazul), pues la sustancia del panismo se ha degradado de manera acelerada y sus batallas son solamente de facciones y élites, consagradas a defender sus intereses.
Acción Nacional es hoy la principal fuerza partidista opositora, pero su poderío real está muy disminuido: ha perdido infinidad de posiciones de gobierno, en el Congreso federal no tiene ningún poder de contención a la aplanadora de Morena y sus aliados, y su elección interna de dirigentes genera apenas un pálido interés periodístico. Y, lo peor, no hay ningún atisbo de producción ideológica o programática que permita suponer que esa derecha inserta en el sistema pueda salir de su laberinto de oportunismo, patrimonialismo e inmediatismo.
A la hora de cerrar la presente columna aún no se daban a conocer los resultados de la elección interna panista, aunque muchos indicios apuntaban a que el aparato blanquiazul habría favorecido al ex diputado local, ex diputado federal y ex jefe delegacional en Benito Juárez, Jorge Romero (quien ya se daba por ganador, según eso con 80 por ciento de los votos a su favor), apoyado en el control de los padrones de militantes partidistas y en las complicidades de mafiosidad cuya expresión más conocida es el llamado cártel inmobiliario.
Este domingo, en el Complejo Cultural Los Pinos, fue entregado el Premio Nacional Carlos Montemayor, instituido en recuerdo del escritor, académico, activista y cantante de música clásica que narró y analizó diversas facetas de las luchas sociales mexicanas, en particular las relacionadas con movimientos armados.
Uno de los receptores de tal premio fue el autor de estas líneas, quien, entre otros puntos, planteó la incongruencia de que diversas salas de lo que durante décadas fue la residencia presidencial lleven nombres de ex presidentes contrarios al interés nacional y popular, como el caso de Adolfo López Mateos, responsable de represiones históricas contra maestros, telegrafistas y ferrocarrileros (incluyendo el encarcelamiento de Valentín Campa y Demetrio Vallejo) y del asesinato del líder agrarista Rubén Jaramillo y su familia.
Así como Claudia Sheinbaum demanda ser llamada Presidenta, con a
, por entender que cuando algo no se nombra no existe, así debe asumirse que cuando algo se sigue nombrando sigue existiendo. Y en un país lleno de calles, colonias, hospitales, centros deportivos y otros espacios públicos con nombres de ex presidentes, ex gobernadores y otros políticos impresentables, un emblema del cambio político como es Los Pinos debería dejar de seguir nombrando algunas de sus áreas con referencias a López Mateos, Miguel de la Madrid o Miguel Alemán.
Astillas
Ayudaría a la presidenta Sheinbaum mantener una razonable dosis de prudencia antes de extender certificados de ayuda a gobiernos morenistas fundadamente criticados durante largos años por su ineficacia en general y, en particular, por los altos índices de violencia y el predominio del crimen organizado, como ha sucedido en Zacatecas, feudo de la familia Monreal, donde la Presidenta expidió un reconocimiento
público y grande
al gobernador David Monreal por una baja en las estadísticas, según datos oficiales, del número de homicidios. Incluso, Sheinbaum planteó: a veces es muy fácil criticar en momentos difíciles, por ejemplo de inseguridad en Zacatecas
(https://goo.su/rU0FL)... ¡Hasta mañana!
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