El dilema de la política monetaria en la Reserva Federal (FED) está dado, en general, por la confrontación de las condiciones del crecimiento económico y del empleo frente al comportamiento de la inflación, cuyo nivel está fijado en 2 por ciento anual.
El gobernador de la FED, Christopher Waller, consideraba a mediados de octubre del año pasado que la situación se enmarcaba en un robusto crecimiento de la producción y bajas tasas de desempleo, junto a una progresiva disminución de la inflación. La dinámica de este proceso, sin embargo, exigía un ajuste en las condiciones de la demanda y la oferta para que la desinflación llegara al nivel deseado y, además, que fuera sostenible. Los puntos de referencia eran la moderación del nivel de la actividad productiva, o bien, un ajuste por la vía monetaria mediante el instrumento de las tasas de interés.
En el primer caso se reducirían las presiones de lado de la demanda, provocando un balance más sustentable con la oferta. De ser así, según Waller, se podría mantener el objetivo de la tasa de interés de referencia y permitir la evolución de la economía durante un cierto periodo. En caso de que la demanda y la actividad económica siguieran al alza y presionando hacia arriba a los precios, esto necesariamente habría de tener un impacto en las decisiones sobre la tasa de interés. Hacia finales del año pasado se advertía que el ritmo del crecimiento de la economía estaba cediendo de una manera que se consideraba consecuente con el avance en el control de la inflación, aunque no necesariamente aún para alcanzar el nivel establecido en la política monetaria. Esto implicaba que persistía la incertidumbre en los términos del ajuste en el nivel de actividad económica, o sea, una mayor desocupación. Los ajustes son de modo invariable en términos de precios y cantidades.
Hay una serie de indicadores económicos por el lado de la producción y del gasto privado y público que permite inferir ciertas tendencias en el balance entre la demanda y la oferta agregadas y su impacto en la dinámica de los precios. El mercado laboral es un factor crucial en el comportamiento de la inflación; la evidencia señalaba la presión al alza que se ejercía sobre los precios. La política restrictiva de altas tasas de interés tiene un impacto en la demanda de trabajadores y en el desempleo. La demanda total de trabajadores puede ser vista, según señalaba Waller, como la suma del número de ellos y el número que los empleadores quieren contratar. Esto último se mide por las vacantes disponibles. De tal manera, si la demanda de trabajadores disminuye, la cuestión es entonces, si el desempleo carga con las consecuencias y crece o serían las vacantes las que absorben el impacto de la menor demanda de trabajadores. Esto implica que las vacantes son puestos laborales que los empleadores están dispuestos a llenar y no así el contratar nuevos asalariados.
Las condiciones del ajuste por el lado de la demanda, o del nivel de la actividad económica, tiene modos distintos de resolverse en cuanto al impacto sobre el empleo. Usualmente se piensa en una relación inversa entre el nivel de los precios y el nivel de desempleo (la llamada curva de Phillips). El énfasis en bajar la inflación mediante altas tasa de interés que reducen el gasto en inversión y consumo repercute en un alza del desempleo. Pero el impacto tiene que ver también con el comportamiento de las vacantes; se supone que hay un cierto nivel en el que se cumple el supuesto anterior, pero si el nivel de las vacantes es mayor, entonces una política de alza de tasas de interés para reducir la inflación haría que fueran las vacantes las que absorbieran la reducción en la demanda de trabajo, lo que favorecería un ajuste menos severo, a lo que se ha denominado “aterrizaje suave” de la política monetaria. Esto es lo que plantea la llamada curva de Beveridge y pone de manifiesto el comportamiento del mercado de trabajo en cuanto a los flujos de entrada y salida en el empleo. Esto significa que las vacantes aumentan cuando el desempleo disminuye y viceversa; en 2021, tras la disrupción de la pandemia y el aumento de la demanda, crecieron las vacantes y la curva se configuró temporalmente de modo vertical: con más vacantes por llenar sin que disminuyera el desempleo. En esa situación no habría una exigencia para que las tasas de interés se ajustaran con premura y se alcanzara una estabilidad macroeconómica más sustentable.
Son este tipo de consideraciones las que estarían sobre la mesa en la próxima reunión del Comité de Mercado Abierto de la FED este mes. Las decisiones que se tomen en la Junta de Gobierno del Banco de México, también en marzo, deberán alinearse de alguna manera, ya sea que la FED mantenga su postura monetaria o no lo haga. Las desviaciones que se dieran entre la fijación de la tasa de interés de referencia en ambas instituciones tendrán una repercusión sobre el costo de la deuda, sobre el tipo de cambio y los efectos que se deriven en el nivel de la actividad productiva y del empleo. La sensibilidad de las condiciones de la producción y los precios en México es muy alta y esto se dará en un entorno de plena efervescencia política por las elecciones que coinciden en ambos países.