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Shakespeare/Mi Chéjov
En tiempos en que todo parece haberse dicho ya, y a pesar de que no todo se piensa lo suficiente, una de las opciones viables para abordar la obra y el pensamiento de aquellas figuras que la filosofía de medio siglo bautizó como “generadores de discurso” –y que proponía, según Foucault, a Marx, Nietzsche y Freud como paradigmas– pareciera estar fundamentada por necesidad en el subjetivo más radical. En el caso del teatro, lenguaje anfibio por naturaleza, dicha subjetividad no debiera disociarse de la praxis escénica, es decir, de una reflexión idealmente derivada de las consecuencias del movimiento y de la acción. Sólo así pareciera oportuno revisar, con ciertas aspiraciones de refresco, el legado de quienes han motivado caudales inconmensurables de análisis… aunque sea de todos tipos y con distintos grados de profundidad, oportunidad y pertinencia.
Lo anterior viene a cuento a partir de la reciente publicación, en una coedición del Centro de Investigación Teatral Rodolfo Usigli y la UNAM, de un volumen que reúne la mirada de un par de directores señeros del siglo XX –que, a final de cuentas, fue sin dudas el siglo del director de escena–, sobre otro par, éste de autores dramáticos esenciales en la historia literaria y del teatro de Occidente. Bajo el título simple pero certero de Shakespeare/Mi Chéjov, la edición reúne dos libros publicados por separado en momentos y contextos distintos, pero que se hermanan en su condición de haber sigo gestados como conferencias o disertaciones antes de tomar la forma impresa: las de Peter Brook sobre Shakespeare y de Peter Stein sobre Antón Pávlovich Chéjov.
Peter Brook |
Atina Rodolfo Obregón, en el prólogo del libro, cuando anota las implicaciones de las respectivas alianzas de Brook con Shakespeare y de Stein con Chéjov –o las resonancias que la impronta de los dramaturgos ha causado en los proyectos escénicos de los dos directores. Dice el director del citru que el teatro derivado de la ecuación Shakespeare/Brook “se erige como el ejemplo consumado de la desaparición del autor”, mientras que el que resulta del encuentro entre el autor ruso y el director de escena alemán “representa la puerta de entrada al teatro de nuestro tiempo… [y] se alza como un auténtico modelo moral del artista”. En todo caso, y más allá de la certeza de lo apuntado por Obregón, los pasajes citados dejan ver que los escritos de Brook y Stein son la consecuencia, asida en el formato del documento escrito, de una complicidad crítica extendida en el tiempo, tamizada por los hallazgos, las desavenencias y las rectificaciones propias de un recorrido dilatado por la escena.
Evoking Shakespeare, traducida efectivamente por Alonso Ruizpalcios, es el título de la conferencia que Peter Brook dictara ante un auditorio estudiantil en 1996 en Berlín. En ella, Brook se permite un recorrido por algunos de los rasgos que han hecho de los personajes shakesperianos un conjunto imperecedero de significados e implicaciones de lo humano y que poco tienen ver, desde su mirada, con reducciones psicologistas y revisionismos situacionales. La vigencia de Shakespeare se explica, desde la óptica brookiana, en su cualidad aglutinante de las características de lo humano. Para revelarlas, evocarlas y darles forma en el presente habría que atender, antes que lo que explicita, a lo que proyecta y vuelve energía inmaterial.
Por su parte, Stein (traducido por Dolores Ponce) se adentra en el universo chejoviano para desprender una serie de impresiones sobre sus cualidades emotivas y, en un sentido más técnico, de sus contrastes y complejidades tonales. Y para desentrañarlas, Stein formula la validez de los acercamientos intuitivos como una tercera vía entre el postulado teórico y la experiencia escénica. En su recuento de más de dos décadas de estudio teórico y escénico de la obra del ruso, Stein también fragua una revisión, rigurosa y justa, de la mirada de Stanislavsky en torno a lo chejoviano. De esta forma, el director alemán se torna en una especie de relator historiográfico que tiende puentes entre épocas e inserta su voz en el concierto de una genealogía robusta y ecléctica, que bien merecería más de una visita desprejuiciada, casi tan desprejuiciada como la que él mismo ofrece y que, junto a la de Brook, constituye un volumen con nulo desperdicio.
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