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¿Tú también te “robas” la música?
He aquí una historia reciente, verídica, sobre un tipo llamado Trey Gunn. Él es, probablemente, el mejor ejecutante de Warr Guitar del mundo y un referente importante para la música experimental anglosajona de los últimos veinte años. Con un currículum en el que sobresalen los nombres de David Sylvian, Robert Fripp, Pat Mastelotto, Adrian Belew, Kimmo Pohjonen, Quodia, King Crimson y otros artistas y proyectos con los que usualmente trabaja, resulta difícil creer que su subsistencia como creador se halle en peligro por la descarga y distribución gratuita que de su música llevan a cabo quienes más lo estiman: sus propios fanáticos. Pero es cierto.
Contrario a las acciones legales que hace más de una década llevaron a cabo bandas como Metallica contra sitios como el mítico Napster, Trey decidió publicar una carta sensibilizadora en los sitios donde sucede el intercambio no autorizado. En ella explica su situación y motivaciones. Asunto complejo y nada nuevo que reaviva nuestro interés por el eco que sus palabras han generado, para empezar, en su propio blog: www.treygunn.com/blog. Allí, decenas de melómanos comparten puntos de vista enriqueciendo el tema con sus propias historias, pues muchos de ellos son fotógrafos, compositores o escritores a quienes les sucede lo mismo en mayor o menor medida. Al tiempo que algunos ofrecen disculpas, los más se comprometen a pasar la voz y con ello proteger la música de Trey y de muchos más que han visto mermadas sus utilidades en grados alarmantes. Asimismo, el ataque a la tecnología y a quienes no saben cómo consumir música se acentúa y, en casi todos los casos, hallamos mucho de verdad e inteligencia.
Discusión desatada por la salida del extraordinario disco Modulator, en donde Gunn comparte créditos con el imposible baterista Marco Minnemann, uno de sus aspectos más relevantes es la desmitificación de algo que las masas juran ingenuamente: los músicos ganan mucho dinero estando de gira, así que no importa si mermamos la venta de sus discos. No es verdad; hoy ni músicos como Trey logran mantener un nivel de vida proporcional a sus logros, por lo que no es difícil imaginar las que pasan otros extraordinarios ejecutantes con menos suerte. Más todavía, y esto es extraordinariamente privado, el músico exhibe las cifras de las regalías de los años 2007 y 2008 relacionadas con sus discos más “exitosos” al lado de King Crimson: Thrak, Vrooom y The Power of Believe. Los números son para llorar.
Trey Gunn |
Ahora, ¿cuál es nuestra posición al respecto y por qué abusaré de la primera persona en este párrafo? (Una disculpa al lector.) Hace una semana mi tercer disco en solitario, Suspendido, apareció, tal como los dos anteriores, en el sitio Taringa para su descarga gratuita. Y no sólo eso: el que los subió usa mi nombre, por lo que hay quienes piensan que soy yo mismo quien los ofrece y se autoelogia. Lejos de molestarme o entristecerme, hay diferencias entre mi posición y la de gente como el talentoso Trey (quien por cierto grabó conmigo en un disco de 2007 que decidí regalar a la audiencia): me niego a educar a nadie ni a perder el tiempo en discusiones sobre el robo de arte por vías computarizadas. No hay forma de revertir el proceso. Creo en el Copyleft, eso sí, variante del Copyright que comprende el extraño comportamiento de los usuarios, pero que se protege ante los abusos de quienes, lejos de valorar la música ajena, desean aprovecharse de ella por la falta de controles digitales. Verbigracia: tiendas piratas online.
En tal situación preferimos imitar, guardada toda proporción, a los superhéroes que sin el traje son simples y comunes hombres llevando una doble vida. Y es que como el rumbo de la globalización excitada por la digitalización musical no va a detenerse en nuestro tiempo de vida, se nos antoja horrible ensuciar la música con la frustración de que no nos dé lo suficiente para vivir como deseamos. Capitalismo retorcido, el de hoy puede evitarse si quienes hacen arte lo protegen no exigiéndole dinero a cambio. ¿De qué vivir entonces, se preguntan miles de compositores? De cualquier otra profesión honrada como las que muchos pintores, bailarines, poetas o mimos llevan a cabo paralelamente y sin lloriqueos, pues la gran mayoría de ellos nunca conoció los beneficios de la era dorada del rock y su boyante industria discográfica. He ahí una opción injusta, tal vez, pero concreta y suficiente para construir los términos de una nueva realidad.
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