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Hugo Gutiérrez Vega
MARIÁNGELES BAJO LAS ESTRELLAS
Mariángeles Comesaña ha encontrado la difícil manera de decir las cosas que habitan a las muchas mujeres que viven, sienten y piensan en su interior. Se trata de cosas cercanas y entrañables, de esos momentos dorados o de los segundos angustiosos que nos enseñan la realidad del mundo y que, también, nos dejan construir esa morada capaz de contener nuestros sueños y de hacer verdaderos nuestros deseos y nuestros ideales. Por estas razones, su poesía viaja por varios territorios reales y soñados, se aventura por un camino amarillento que conduce a los “llanos oscuros de Oaxaca”, dialoga con los pueblos amuzgos y huaves, escucha el canto colorido de los huipiles, toma en sus manos a un cristo negro y, mientras escribe, escucha la guitarra de Sara y levanta los ojos al cielo para contemplar el cintilar de las estrellas. Esta iluminación tiene mucho que ver con la leopardiana terraza de la casa del padre en la gallega Tuy, a un paso del rumor del fronterizo Miño. Y es así por la sencilla razón de que nuestra poeta vive con igual intensidad las realidades mexicanas y los caminos florecidos de la Galicia en la que vivió sus últimos años y en la que murió su bondadoso padre, militante comunista de férreo temple y médico lleno de piedad. En esa casa vive la madre de Mariángeles, rodeada de memorias y arropada por la voluntad de vivir.
La casa es el lugar en donde permanecen los recuerdos, se realizan los proyectos y se observa el paso de la vida: “Esta casa guarda los minerales de la noche/ construye catedrales de nubes en el silencio del aire/ acuña secretos de vuelo entre los pájaros.”
En el jardín de la casa crece un duraznero, despiertan los perales, perfuma la magnolia, afirma sus raíces el olivo, las estrellas se ocultan y reaparecen entre las ramas de la higuera y “la luz empieza a llover entre las sombras”. En estas descripciones brillan las transparencias de la poesía de Mariángeles Comesaña. Su lenguaje es directo, sus metáforas son hallazgos que enriquecen el poema y triunfa la claridad indispensable para expresar una emoción. Se trata, por lo tanto, de una poesía sincera que dice, con Rubén Darío: “Si hay un alma sincera ésa es la mía.” Para lograr este ideal expresado por nuestro modernista mayor, Mariángeles ha encontrado las formas expresivas que reúnen la pericia con la emoción y la claridad con la originalidad. No olvidemos que López Velarde pensaba que “la única originalidad poética es la de las sensaciones”. Nuestra poeta expresa su emoción vital, con su esperanza y su desesperanza, su alegría de vivir con los dolores de todos los días y, sobre todo, con esa “morriña” gallega que, junto a la saudade de los portugueses, está presente en la mayor parte de los poemas de este excelente libro que en el título, Las mujeres que soy, nos entrega un itinerario vital en el cual tanto el pasado como el porvenir dan al presente toda su fuerza y la poderosa certeza de ser en el mundo. “La gran fortuna del hombre es estar vivo. Lo demás en miseria”, decía Pavese en su Oficio de vivir.
El personaje que me causó una emoción mayor es el de la anciana Tía Estrellita. Y utilizó la palabra mayor porque son los seres sencillos los que mueven la historia, los que requieren para ser descritos una especial fuerza lírica:“Estrellita arregla sus 94 años/ tiende sus sueños en el perchero de las cinco de la madrugada”
Entre las sábanas andan las memorias y vienen a visitar a la anciana los árboles, el río, los montes y el vapor de los barcos:
“Estrellita/ sale como una niña/ por los caminos viejos que la miran descalza/ toma el mismo pañuelo con el que dijo adiós/ y da vuelta a la página.”
Quisiera terminar estas palabras con el encomio de un poema excelente: “Maternidad.” Con enorme refinamiento y sin caer en lugar común alguno, Mariángeles descubre ese misterio inefable y nos hace sentir los ritmos del tiempo y los misterios del amor filial: “Oigo la voz del río y de la luna/ andadera de sueños que te nombran/ salgo por ellos para alcanzar tus días/ y llego a este camino sin regreso/ donde dejé pedazos de mi sombra/ prendas de amor/ semillas.”
Esta ternura recorre todas las páginas del libro. Mariángeles Comesaña, como Pablo Neruda, nos confiesa que ha vivido y nos entrega las sombras y las luces de una vida en la que la poesía ocupa un lugar privilegiado.
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