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Felipe Garrido
Flores
Por largo tiempo Rubén siguió visitando a Anacarda. Le llevaba flores, pero nunca me permitió acompañarlo. Salía tan temprano que alcanzaba a regresar antes de que yo me levantara; pero yo sabía a dónde había ido. Cuando nos encontrábamos para desayunar andaba ya en fachas, vestido de domingo, pero no sé por qué yo sabía que había ido de traje, pálido y solemne; que había hablado en voz baja, mirando hacia otro lado. Yo sabía cuándo había ido a verla porque luego me abrazaba fuerte, fuerte, y yo alcanzaba a oler las flores que había llevado entre los brazos. Rosas, porque ésas eran las flores que más le gustaban a Anacarda. Pero también nardos, lirios, alcatraces, girasoles, hierbas sin nombre. Luego apareció la Intrusa y Rubén dejó de visitar a Anacarda. Después la Intrusa exigió que le regalara flores, y comenzaron a llegar ramos grandísimos, desbordantes, de muchos colores, con moños; flores que yo no conocía. No me gustaban. Olían a carroña. |