Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de agosto de 2010 Num: 805

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Donceles y el tiempo
LEANDRO ARELLANO

Soneto
RICARDO YÁÑEZ

El arpa enlaza el cielo a la tierra
EDUARDO MOSCHES

¿Quién es Bolívar Echeverría?
STEFAN GANDLER

Occidente, modernidad y capitalismo
CARLOS OLIVA MENDOZA entrevista con BOLÍVAR ECHEVERRÍA

Una calle para Monsi
JESÚS PUENTE LEYVA

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Una calle para Monsi

Jesús Puente Leyva

Conocí a Carlos hace cuarenta y cinco años –verano de 1965– en el campus de la Universidad de Harvard; yo tomaba cursos libres de Economía y él asistía invitado a dar una charla sobre México. Al concluir su presentación me acerqué identificándome como su paisano; me extendió la mano y –con leve sonrisa que sumaba ironía y humor–,a boca de jarro me preguntó: “Y qué, chamaco, ¿a qué edad diste tu primera conferencia en la mas prestigiada Universidad del mundo?”

Desde entonces hicimos una afectuosa amistad de permanente comunicación, de convivencia franca y de eventual complicidad en el ámbito de ideas y de proyectos que llevamos a cabo fuera de México, en varios países donde fui Embajador. Memorable –por ejemplo– la conferencia que dio Carlos presentado por nuestra embajada en Lima, Perú, compartiendo el foro con José Emilio Pacheco para conmemorar el cincuentenario de la muerte de César Vallejo. Digna de recordar, también, su presencia en varias ediciones de la Feria del Libro de Buenos Aires, así como su participación en un evento magno dedicado a la tradición de la música urbana de México –con música del Virreinato, hasta los boleros y baladas de nuestros días– que llevó a cabo nuestra embajada en Venezuela.

La atracción que ejercía Carlos en el auditorio era su palabra pausada y convincente, sabia y documentada, con un matiz de humor contradictorio que a veces parecía disfrazada solemnidad. De él había que esperar siempre alguna sorpresa… Y va de cuento: en una cena organizada por los directivos de la Feria del Libro de Buenos Aires se le solicitaron unas palabras; Carlos se puso de pie, con una copa en la mano y dijo con actitud que pretendía ser severa: “Señoras, señores, no abusaré de su tiempo, seré breve…he terminado.” La reacción entre los comensales fue diversa: unos –los menos– se sintieron incómodos, pero la mayoría esbozó una sonrisa cómplice, o rió abiertamente (lujos de actitud que sólo él podía y sabía darse).

En cualquier caso, la solemnidad pura y convencional no iba con él. Después de una conferencia que dio en Lima se le acercó una señora madura, de amable y austera presencia, que le dijo: “Usted habla como si estuviera inspirado por Dios… ¿Escribe usted poesía religiosa?” Con seria expresión Carlos le contestó que sí, que acababa de publicar su último libro con el título de Jesús, Jesús, sácate los clavos de la cruz (satisfecha, la señora apuntó el citado título y se despidió).

El anecdotario de Monsi, arropado en el afecto de sus amigos, es inagotable –daría para editar un libro voluminoso. Yo me quedo con el último encuentro que tuvimos desayunado en un modesto restaurante de Calzada de Tlalpan. Ese día conversamos sobre los barrios, colonias y andurriales de Ciudad de México en los cuales, desde la infancia, habíamos vivido. Entonces descubrimos que, con unos meses de diferencia, ambos habíamos nacido en La Merced, ombligo y Centro Histórico de la ciudad; comentamos que coetáneamente –sin conocernos–, nos habíamos cambiado a la colonia Guerrero y que, una vez más –camino al sur–, habíamos emigrado a la colonia Portales, Carlos a la calle de San Simón, yo a la de Municipio Libre. Ahí los caminos se bifurcaron: “Yo me quedé en la Portales; tú llegaste a Coyoacán… ¡Tú sí la hiciste!”, exclamó Monsi. “Sin embargo”–dije yo– “cuando mueras la calle en que vives llevará tu nombre, mi calle –con o sin mí– será la misma.” El comentario que esto provocó en Carlos merece consignarse: “No, no debe perderse la amable y reconocida referencia que tiene su nombre actual: San Simón. En todo caso –dijo Monsi en tono de amable provocación–, se me podría hacer homenaje inmerecido, pero respetando la tradición… que le pongan a la calle el nombre de Monsi San.”

Valga la anécdota para dar fe de esta festiva y precisa aliteración, y para enterar de ella a las autoridades del Distrito Federal que, eventualmente, decidieran cambiar el nombre a la citada calle.