Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 8 de agosto de 2010 Num: 805

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Donceles y el tiempo
LEANDRO ARELLANO

Soneto
RICARDO YÁÑEZ

El arpa enlaza el cielo a la tierra
EDUARDO MOSCHES

¿Quién es Bolívar Echeverría?
STEFAN GANDLER

Occidente, modernidad y capitalismo
CARLOS OLIVA MENDOZA entrevista con BOLÍVAR ECHEVERRÍA

Una calle para Monsi
JESÚS PUENTE LEYVA

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Jorge Moch
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El Once y los gazmoños

Mientras el gobierno se empeña en refrendar su histórica vocación de fracaso, la televisión mexicana, crecida al amparo del Estado fallido, reitera y amplía una vocación comercial que nada tiene de servicio público. El duopolio de las televisoras, empollado en el nauseabundo maridaje entre poder político y caudal económico al que sirve con alcahuetería vergonzante, es negocio de unos pocos. La televisión de servicio público se fue casi toda al caño cuando Carlos Salinas –mediante sonado fraude electoral– fue presidente y la “subastó” a un pariente prestanombres para crear (y lucrar con) TV Azteca. Quedaron entonces como opción de televisora pública, limitadas al área metropolitana del Distrito Federal y ceñidas al capricho presupuestal del régimen, las transmisiones de Canal Once, del Instituto Politécnico Nacional. Aún no había Canal 22 ni TV UNAM.

Hoy el Once parece en ruta de intervención gubernamental que, buscando reposicionar una televisora de Estado al estilo de lo que fue Imevisión, termine siendo distorsión de la realidad y vocería oficialista sazonada con programas que en lugar de enriquecer la cultura y la información de la sociedad mexicana busquen entumir arrebatos al descontento social, o sea un lastimero clon de TV Azteca y Televisa. Surge además la duda de si ya puesto en sendero afín al que recorrió Imevisión, habrá de sufrir luego un destino similar, como si no tuviéramos suficiente estupidez en el espacio radioeléctrico con TV Azteca. Serpollar de porquerías, reitera por enésima vez este aporreateclas, es también Televisa, pero nació sin tapujos en su vocación de lucro y manipulación de la opinión pública –recuérdese igualmente que su primera transmisión oficial fue un pinche informe de gobierno de Miguel Alemán Valdés– y nunca fue, a pesar de su resabiosa militancia en el monolito priísta, empresa pública.

Fernando Sariñana, cineasta que durante la sucia campaña electoral de 2006 se proclamó a los cuatro vientos amigo del gris candidato del pragmatismo globalifílico y protoempresarial que rapiñó el triunfo electoral a la izquierda “populista”, obtuvo la dirección del canal quizá en premio a tan encendidas proclamas de cariño fraternal hacia Calderón Hinojosa cuando, no olvidemos, logró colarse por la puerta chica del proscenio congresal en aquella accidentada toma de protesta en que la banda presidencial le fue embutida con el calzador atrabiliario del ya por desgracia inolvidable “haiga sido como haiga sido”.

Bajo la férula de Sariñana, Canal Once ha ido cambiando de nombre, experimentado sutiles variaciones de imagen y posicionamiento, y padecido los embates de un conservadurismo mal disfrazado y ramplón cuando se quiso acotar producciones que, precisamente, representan el espíritu comunitario de lo que antes fue el canal del Poli, como la intentona de llevar a un horario sin audiencia, truco preliminar a su eventual cancelación, el programa de Cristina Pacheco, porque sus contenidos y la cercanía de la periodista con la izquierda incómoda al régimen, su proverbial pertenencia al grupo de pensadores que tan ingratos resultan a la mojigatería beligerante que desgobierna este país parecían, en la miopía de esos emperejilados gazmoños, “poco atractivos”. La natural cercanía de no pocas producciones del Once con la disidencia y la crítica está, desde luego, en entredicho toda vez que se amplía su señal de transmisión pero supeditándola a la operación del Organismo Promotor de Medios Audiovisuales, entidad dependiente de la Secretaría de Gobernación. Allí el destino, quizá, del estupendo Primer plano.

Hoy que la violencia es flagelo, ése sí democrático, que campea la hipocresía de derechas acuerpando clerecías belicosas, cuánta falta le hace al país la televisión de servicio público en beneficio de las mayorías y que lastime privilegios de los que disfruta la oligarquía ricachona y marrana, ésa que desde su diván, detrás de su inmenso escritorio, desde la cabina de su yate o en el mirador de su penthouse se sigue riendo de todos nosotros mientras muchos, felices en nuestras casitas de cuarenta metros cuadrados, hacinados en un vagón del metro o en una pesera, reunidos en familia ante la tele que estamos pagando en cómodos abonitos semanales evitamos enfrentar el despojo, el desempleo, la inseguridad, la orfandad y el miedo, sintonizando, claro, programas de radio y televisión –en su mayor parte batidos de intromisiones publicitarias– que son ingrediente principal de sus infames enjuagues.

Alguien salve al Once.