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La sinización del marxismo

El marxismo chino sería el de las modernizaciones, pero éstas no como un proceso incontrolado y caótico, sino uno dirigido y comandado desde el ejercicio político consciente. Foto
El marxismo chino sería el de las modernizaciones, pero éstas no como un proceso incontrolado y caótico, sino uno dirigido y comandado desde el ejercicio político consciente. Foto Afp / archivo
05 de diciembre de 2025 00:04

El marxismo fue una teoría que se propuso captar el movimiento de la civilización moderna. Desde ese punto de vista, su lugar de enunciación resultaba anodino. El reconocimiento de la capacidad universalizante de la forma valor, de la mercancía, el trabajo abstracto y la extracción de plusvalor habilitaba que se transformara en una teoría de una cierta pretensión de totalidad. 

Sin embargo, el desarrollo de la historia no sigue guiones ni libretos prestablecidos. De ser una teoría con pretensión de universalidad a partir de determinados elementos, las bifurcaciones de las formas específicas de su apropiación resultaron mucho más diversas. 

Si bien podría ser cuestionable por esquemático, se puede hablar de dos grandes corrientes: aquella que durante décadas se conceptualizó como “marxismo occidental” y todas las otras, producidas mayoritariamente en lo que García Linera ha denominado “las extremidades del cuerpo social capitalista”. 

Mil y un marxismos florecieron no en las universidades, cátedras o centros formativos de los grandes sindicatos obreros europeos, sino en las cruentas luchas de liberación contra el colonialismo. Y aunque muchas de estas experiencias, en su dinámica concreta, terminaron siendo una caricatura de emancipación, algunas otras ya forman parte del repertorio de la lucha política popular. 

Del Caribe al mundo árabe, de Asia a las comunidades indígenas latinoamericanas, emergieron experiencias de sistematización teórica y práctica de un marxismo menos preocupado por la estética, la epistemología o la crítica abstracta del Estado y más incisivo en la forma en que se moldeaban instrumentos nacionales que permitieran la articulación política de los pueblos. 

Dentro de esas experiencias, el que relata Xulio Ríos en su Marx & China: La sinización del marxismo, no es sino un capítulo más, quizá el más exitoso, de una forma de comprender las principales consideraciones a las que convocaba la teoría marxista. 

La lectura de este texto aporta desde otro punto de vista la comprensión del ascenso de la China contemporánea. Alejado de cualquier tipo de reduccionismo, Ríos busca establecer –periodización de por medio– las continuidades entre el periodo maoísta y sus sucesores. Aunque consciente de grietas y fisuras, coloca el énfasis en aquello que da cohesión a un proyecto político y económico que ha alcanzado evidentes triunfos. 

Sin embargo, no lo hace desde el análisis económico, menos aún del político, aunque éstos están insertos en el proceso explicativo. 

Procede, en cambio, desde un mirador poco común al momento de evaluar la emergencia de China: la predisposición de un tipo de marxismo que habría logrado encontrar la cuadratura del círculo que las experiencias socialistas previas no. 

Contrasta la propuesta de la sinización del marxismo con otras formas aledañas. Quizá el hiato más importante sea frente al marxismo occidental dominante, que en la comodidad del centro universitario nortatlántico despachaban al olvido –con las correspondientes y caudalosas citas de Walter Benjamin de por medio– cualquier noción de progreso, de estatalidad y de modernización. 

El marxismo chino, nacido en las entrañas de un país que habría conocido varios colonialismos, una cruenta guerra de liberación, un aislamiento en su calidad de República popular, y finalmente una adecuación a las modalidades realistas de un mercado mundial en expansión, sería aquel que habría colocado de mejor manera la centralidad de las fuerzas productivas. 

El marxismo sinizado sería uno que buscaría equilibrar, según el periodo y el momento, es decir, de acuerdo con coyunturas concretas y no a principios abstractos, el binomio entre fuerzas productivas y relaciones de producciones; y con ello, colocado en un lugar especial los desplazamientos políticos en el Estado, sacando provecho de la figura del mercado. 

La premisa maoísta, que colocaba en centralidad las relaciones sociales por sobre el elemento técnico, habría sido reformulada partir de la historia reciente, permitiendo un equilibrio donde la política gobierna a la economía y ésta es utilizada en una clave de progreso material. 

El marxismo chino sería el de las modernizaciones, pero éstas no como un proceso incontrolado y caótico, sino uno dirigido y comandado desde el ejercicio político consciente. 

Ello no ha evitado contradicciones, rectificaciones, la aparición de nuevos problemas y desafíos, que van de las brechas salariales a la devastación ambiental. 

La intelectualidad de las sociedades latinoamericanas tiene hoy a disposición múltiples traducciones de Marcuse, Adorno, Jappe y tantos otros sofisticados teóricos; sin embargo, la interpelación de las necesidades políticas –sin ser calco o copia– parece estar más bien colocada en un marxismo que piense en una determinada forma del progreso, en una técnica controlada desde el ejercicio político y un Estado que cumpla funciones civilizatorias (que van de la educación a la seguridad, de la salud a la producción de alimentos).

Con lectura crítica, sin embargo, es preciso trazar puentes con ese otro marxismo, el que fue construido tanto en el combate de clases como en el ejercicio de gobierno. 

Ese que se plantea no como una reflexividad crítica purista, sino como ejercicio de poder y de la forja de instrumentos para conducir a la sociedad, es un camino sugerente para nuestras sociedades y también para que la teoría no sea un ornamento. 

*Investigador UAM. Autor de En el medio día de la revolución

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