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Proyección, insultos y vacíos

Entre otras gracejadas, los priístas juran que ellos “construyeron el país” que en realidad se construyó a pesar de ellos y los panistas aseguran que los programas sociales de la 4T fueron establecidos por Vicente Fox. Fotos
Entre otras gracejadas, los priístas juran que ellos “construyeron el país” que en realidad se construyó a pesar de ellos y los panistas aseguran que los programas sociales de la 4T fueron establecidos por Vicente Fox. Fotos Germán Canseco y Cristina Rodríguez
05 de diciembre de 2025 00:02

Cuando uno escucha cómo los de la cúpula priísta acusan de corrupto y de represor al gobierno de la Cuarta Transformación, o cómo los panistas fraguan campañas de desprestigio con las etiquetas “#narcopresidenta”, resulta inevitable esbozar mentalmente una sonrisa y evocar el mecanismo psicológico de la proyección: es la manera en la que un sujeto con poca capacidad para aceptarse a sí mismo evita hacer frente a las actitudes, emociones, aspectos y rasgos propios que más le causan dolor, vergüenza, malestar o irritación, a fin de preservar su auto percepción idealizada. ¿Y dónde pone todo aquello que no quiere o no puede reconocer? 

–Pues en un adversario. 

“¡Autoritarios!”, gritan panistas y priístas. “¡Enemigos de la democracia!”, claman los que hicieron del fraude electoral, la compra de sufragios, el relleno de urnas y el voto corporativo su modo de vida, su fuente de trabajo y el origen de su fortuna. La difamación sistemática enarbolada como discurso casi único por las oposiciones partidistas y mediáticas es fundamentalmente autorreferencial. 

Aplicado en el ámbito político, este mecanismo resulta particularmente satisfactorio: en la medida en que atribuyo a otro los elementos que han generado rechazo a mis posiciones y a mi gestión del poder, no sólo consigo preservar mi propia imagen sino que también acaricio la idea de que lograré erosionar sus simpatías en la sociedad y en el electorado. 

La desinformación será mi aliada: quienes no sepan que le entregué la seguridad pública a un narcotraficante y que multipliqué el número de cárteles, o que me embolsé las partidas secretas durante sexenios enteros, serán más propensos a creerme, o al menos no tendrán los elementos para calificarme de caradura y de desvergonzado. 

La calumnia sistemática enarbolada como discurso casi único por las oposiciones partidistas y mediáticas es fundamentalmente autorreferencial. El esfuerzo por adjudicar al rival las miserias propias va acompañado por el afán de robar méritos ajenos. Así, entre otras gracejadas, los priístas juran que ellos “construyeron el país” que en realidad se construyó a pesar de ellos y los panistas aseguran que los programas sociales de la 4T fueron establecidos por Vicente Fox. 

En realidad, el mecanismo proyectivo no sirve para colmar el vacío de ideas que padecen las oposiciones. Desemboca en el lugar común “no son iguales, son peores”, lo que conlleva, junto con la calumnia, la aceptación de la miseria propia, aunque obliga a una disociación: esa expresión sólo puede emplearse desde afuera del PRI y el PAN, tarea que cumplen con fervor comentócratas que en los largos sexenios del neoliberalismo se hicieron adictos al “apapacho” (la palabra es de uno de ellos), el deudor fiscal y sus secuaces o trolls y bots de las redes que se presentan como “apartidistas”. 

Ante semejante pobreza, la ultraderecha internacional ha llegado en auxilio de las oposiciones vernáculas para entregarles el balón de oxígeno de un discurso que si bien parece renovado en el contexto mexicano, no deja de ser refrito de consignas fascistas y fóbicas, expresado en un lenguaje particularmente soez. 

“Basura inmigrante”, “cerdita”, “zurdos de mierda” y cosas más destempladas han sido adoptadas hasta con gratitud por la reacción local. La violencia verbal de Salinas Pliego, Lilly Téllez o Alito Moreno se nutre de las alocuciones de Trump, de Milei y de las agencias de propaganda de la nueva reacción mundial, la cual busca sustituir el debate por un intercambio de insultos. 

La fuerza de la razón desaparece, aplastada por el poder del volumen, definido como la capacidad de multiplicarse en todos los espacios –en los medios tradicionales todavía, pero sobre todo en redes sociales, propiedad de ultraderechistas megamillonarios–. 

La catarata de improperios se contrapuntea con valores de un ideario mentiroso: “patria” se refiere a un territorio de libre saqueo y colonización, “familia” hace alusión al espacio en el que el machismo autoritario del proveedor puede sojuzgar a mujeres, niños, jóvenes y ancianos (es decir, a los débiles de la constelación) y “libertad” significa la jungla en la que un individuo o una mafia pueden amasar una fortuna sin obedecer a reglas ni leyes, suprimir o acotar derechos laborales y sociales y privatizar bienes públicos. 

La apuesta es clara: la discusión pública no debe ser modulada por la argumentación, sino por la imprecación y el recurso del odio, el desprecio y la burla, vehículos de mensajes clasistas, racistas, homofóbicos, aporafóbicos y misóginos. 

La eficacia de este discurso no es necesariamente su capacidad de disuasión y convencimiento, sino su virulencia y su capacidad de contagio. A fin de cuentas, puede resultar tentadora la idea de enfrentar a un emisor de obscenidades e insultos en su propio terreno, lo que sólo requiere de una poca de creatividad e ingenio. Y si eso ocurre, se habrá cumplido el propósito de esas ultraderechas de nuestro tiempo, que no es otro que matar la política. 

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