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Fantasía homicida

Pegatinas relacionadas con Venezuela se exhiben en un supermercado en Doral, Florida, el 2 de diciembre de 2025. Foto
Pegatinas relacionadas con Venezuela se exhiben en un supermercado en Doral, Florida, el 2 de diciembre de 2025. Foto Afp
04 de diciembre de 2025 00:01

El vicio de las “fuentes anónimas” en la guerra de Estados Unidos contra Venezuela ha convertido la mentira en un santuario cómodo y rentable. Bien lo advirtió Montaigne hace siglos: “El deterioro de la verdad tiene miles de aspectos y un campo indefinido. Los pitagóricos afirman que el bien es cierto y finito; el mal, infinito e incierto”. 

Leo con estupor que el problema para convencer a Nicolás Maduro de abandonar el poder es que sus “manejadores cubanos podrían ejecutarlo si cede a la presión estadunidense y renuncia”. La frase apareció hace una semana como filtración en un reporte de Axios (https:// l1nq.com/51WRH ), atribuida a funcionarios estadunidenses sin nombre ni rostro, y en cuestión de horas ya circulaba en portales, redes sociales y columnas como si se tratara de un hecho comprobado. 

La conjetura es ya titular rotundo: Maduro “podría ser ejecutado por espías cubanos si deja el país”, “Estados Unidos cree que Cuba estaría dispuesta a asesinar a Nicolás Maduro si intenta escapar de Venezuela”. La hipótesis, nacida en la penumbra de una filtración anónima, se presentó ante la opinión pública como una pieza más del “realismo” geopolítico, cuando en realidad no había superado ni siquiera el umbral mínimo de la verificación. 

El consejo editorial de The Wall Street Journal (https://l1nq.com/NZs8P) se hace eco de la narrativa y repite que el presidente venezolano “no es del todo dueño de su destino”, porque los aliados de La Habana condicionarían su supervivencia política. Ya nadie se acuerda de que todo esto proviene del gobierno más mentiroso de la historia reciente de Estados Unidos (no fue el diario Granma, sino The Washington Post Fact Checker el que contabilizó más de 30 mil afirmaciones falsas o engañosas de Donald Trump). 

La fantasía homicida de los “espías cubanos” dispuestos a matar a Maduro cumple varias funciones muy concretas. En primer lugar, demoniza a Cuba y presenta a su gobierno no sólo como “régimen autoritario”, sino como estructura criminal capaz de eliminar a un dirigente extranjero a sangre fría. Ya no se trata únicamente de la vieja “troika de la tiranía” del ex consejero de seguridad John Bolton para referirse a Cuba, Venezuela y Nicaragua, sino de presentar a los servicios de inteligencia cubanos como un aparato de sicariato internacional. 

En segundo lugar, borra al Estado venezolano: si Maduro es apenas un rehén de La Habana, la sociedad venezolana, sus fuerzas armadas y sus actores políticos desaparecen del cuadro, reducidos a comparsa de una trama escrita en otra capital. En tercer lugar, contribuye a fabricar una sensación de inevitabilidad bélica: si La Habana estuviera dispuesta a impedir “por las malas” cualquier renuncia, la diplomacia queda desautorizada desde el punto de partida y las salidas políticas se muestran como ilusiones ingenuas. 

La mentira, por tanto, no es un exabrupto aislado, sino parte de una campaña para consolidar la impresión de que no quedan caminos políticos y son inevitables las opciones “más duras”. La coda en esta ecuación es que, tras Caracas, el siguiente objetivo natural sería La Habana. El editorial de The Wall Street Journal se permite incluso fantasear con la posibilidad de que, una vez instalado un gobierno “democrático” en Venezuela, “el pueblo cubano se levantaría contra sus dictadores”, como si la región fuera el tablero de una misma ofensiva secuenciada. 

Aceptar esa economía de la filtración anónima significa reproducir el mismo marco que hace ver como razonable discutir el derrocamiento de un gobierno extranjero desde la cubierta de un portaviones gringo. Preguntarse quién gana con la difusión de relatos como el de los “manejadores cubanos” y exigir pruebas antes de elevarlos a categoría de noticia no es un gesto de simpatía automática hacia ningún gobierno; debería ser una defensa mínima del derecho de los pueblos a no ver su destino decidido entre rumores de pasillo, operaciones sicológicas y editoriales de The Wall Street Journal

Es de sentido común que frente a un mal informativo “infinito e incierto”, como sugería Montaigne, la defensa de una verdad verificable sea una forma de resistencia. Pero ya sabemos que el sentido común suele ser de los bienes el más escaso.

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