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Neocolonialismo y etnocidios

Los estadunidenses han decidido amedrentar y someter, por extensión, a todas las naciones
latinoamericanas. Por ahora usan a Venezuela como ejemplo. Foto
Los estadunidenses han decidido amedrentar y someter, por extensión, a todas las naciones latinoamericanas. Por ahora usan a Venezuela como ejemplo. Foto Ap / archivo
26 de noviembre de 2025 00:01

La irrupción en Israel de militantes de Hamas y los más de mil muertos, así como la toma de rehenes, se usó y usa como disculpa del genocidio desatado. En verdad hay poca conexión entre estos dos conceptos: el derecho a la defensa y la destrucción deshumanizada que, hasta hoy, afecta al mundo. No hay razón justificante de los asesinatos ni fuerza que haya podido contender tan violentos ataques contra propiedades y personas. Sólo va quedando, como angustioso panorama, la racista furia de una nación armada sobre la población civil de otra, incapaz de defenderse. 

La explicación, revelada por los miles de muertos, inválidos y las ruinas de lo que fuera la apretujada franja de Gaza con sus millones de reales prisioneros. Fantasmagórico cascajo de la que fuera una comunidad de laboriosos palestinos. Pero ahí siguen, atados a sus calles, viviendas derruidas y polvorosas. Y al parecer, ahí seguirán llevando a sus heridos a cuestas; corriendo entre rezos y gritos desesperados que exigen justicia y un atenuante al sufrimiento. No encontrarán, por largo tiempo, alivio a sus enojos ni consuelo por sus amores perdidos. 

La dupla estadunidense israelí es despiadada, profundamente etnocida; llena de arrogancia y repleta de odios religioso-raciales. No tiene medida ni decencia alguna. Al menos los israelitas son consecuentes y directos en su locura. Pero el gobierno estadunidense, su presidente y élites blancas imperiales muestran la calaña que les embarga. No son más que una plaga mundial. En especial su guía, D. Trump, que despliega, sin tapujos, su doble rostro de asesino y negociante. Y todavía pretende ser visto como pacifista, con derecho a ser premiado. 

No logran ambos países o en momento alguno ocultar sus intenciones, unos como colonialistas hegemónicos y los otros como alucinados creyentes en falsos mitos históricos. Juntos han decidido, como punto final de sus esfuerzos bélicos, apropiarse de ese hermoso filón de playas cálidas palestinas. Desean coronar sus ambiciones de riquezas, para lo cual se requiere el exterminio o la expulsión de sus habitantes. Erigir, ahí mismo, un pequeño resort turístico, montado sobre ensangrentado basamento. No hay límite que no pueda ser rebasado en este desenfrenado ritual productor de muertos y mutilados. Ahí caben todos, sean viejos o jóvenes, niños o mujeres sin destino. 

Las consecuencias que caerán sobre los israelíes no pueden entreverse de otra manera: serán, sin duda, malditas. El genocidio los tocará tal y como ha hecho con otros pueblos que los han cometido: alemanes, camboyanos, turcos o ruandeses. Llevarán ese estigma atado a sus conciencias sin reposo ni absolución. 

Pero el neocolonialismo hay que situarlo también en otras partes más cercanas a los mexicanos de hoy. Lo vemos en todo su esplendor racista y tenebroso en el mar Caribe. Ahí se concentra una de las mayores capacidades invasoras aéreas, terrestres y navales de estos tiempos. Los estadunidenses han decidido amedrentar y someter, por extensión, a todas las naciones latinoamericanas. 

Por ahora usan a Venezuela como ejemplo. Han matado algunas lanchas, con supuestos narcotraficantes como tripulantes. Enviaron, para ello, un gigantesco portaviones, escoltado por otros destructores y con miles de soldados, cientos de aviones y proyectiles con cargas nucleares. Alegan que el chavista Nicolás Maduro es líder de un grupo narcoterrorista. Quieren derrocarlo recurriendo a sendas amenazas ilegales, disfrazadas de atentos avisos. Guardan, en su trastienda, a la golpista y Premio Nobel reciente lista para el remplazo. Han logrado, por lo pronto, paralizar sus transportes navales aéreos. 

Sin duda planean adicionar medidas de ataque abierto. El costo de amasar tanto poder militar en esas costas no podrá justificarse de otra manera. En el fondo de este rejuego están las mayores reservas de hidrocarburos del mundo, así como otros muchos minerales adicionales, los reales y descarados motivos de la aventura imperial en marcha. El ya cuestionado músculo de poder que pretende reconocimiento como potencia hegemónica. 

Ese mismo neocolonialismo lo podemos ver desplegado aquí mismo en México. Las tentativas propagandísticas lanzadas sin tregua desde el vecino norteño se suceden a diario. Van de risibles desplantes trumpianos de enjuiciar la conducta mexicana hasta la amenaza de enviar soldados a capturar capos, en pos de su seguridad nacional. 

Nada dicen de su incapacidad para controlar a sus propios traficantes. Tal vez no haya, en esta actualidad mexicana, un ejemplo más notorio del neocolonialismo que el practicado por las inversiones mineras. Las relaciones humanas desatadas con las poblaciones cercanas son dramáticas, y los efectos, por demás dañinos al entorno y la nación. 

El esfuerzo para liberarse de estos impulsos y obras neocoloniales tiene que continuar hasta desterrarlos. Insistir, sin descanso, para vivir en una nación soberana e independiente.

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