Dos de los presuntos responsables del robo de joyas de la corona francesa en el Museo del Louvre admitieron su participación en el asalto del 18 de octubre, informó ayer la fiscal de París, Laure Beccuau.
El hurto de ocho piezas valuadas en más de 100 millones de dólares –uno de los golpes más graves a la seguridad del museo en décadas– puso al descubierto la vulnerabilidad del Louvre y abrió un debate sobre la protección de su patrimonio.
Los dos sospechosos fueron arrestados durante el fin de semana, uno de ellos en el aeropuerto Charles-de-Gaulle cuando intentaba salir de Francia. Enfrentan cargos preliminares por delincuencia organizada y conspiración criminal. Según la ley francesa, su custodia puede extenderse hasta 96 horas, tras las cuales los fiscales deben acusarlos, liberarlos o solicitar una extensión al juez.
El robo a plena luz del día, que supera cualquier guion cinematográfico, fue rápido y simple. Los ladrones usaron un montacargas para tener acceso a un balcón de la galería Apolo, situada en el lado sureste del Louvre. Una vez ahí, rompieron una de las ventanas que dan a la calle e ingresaron al inmueble, justo frente a la galería de joyas que se encuentra en esa zona del museo. Con una sierra circular rompieron dos vitrinas reforzadas con herramientas eléctricas y tuvieron acceso a los bienes. Los ladrones escaparon en scooter en menos de ocho minutos.
De manera inaudita, la primera alerta a la policía no provino de las alarmas del Louvre, sino de un ciclista afuera del museo que llamó a la línea de emergencia después de ver a hombres con casco y un elevador de cesta.
A 10 días del atraco, lo que en un principio se consideró una humillación cultural ahora es un amplio debate: ¿cómo puede un país que convirtió su museo en emblema de la civilización occidental proteger su herencia cuando incluso la tecnología parece haber quedado atrapada en el pasado?
Esto, luego de que ayer el jefe de policía de París, Patrice Faure, puso el dedo en la llaga al decir a los legisladores del Senado que los viejos sistemas de seguridad y las lentas reparaciones hicieron endeble al museo.
“Los oficiales llegaron extremadamente rápido”, aseguró Faure, pero agregó que el retraso ocurrió antes, desde la primera detección, pasando por la seguridad del museo, hasta la línea de emergencia y el comando policial.
Explicó que partes de la red de video aún son analógicas que producen imágenes de menor calidad y que se comparten con lentitud. “No se ha dado un paso tecnológico”, señaló. También reveló que la autorización del Louvre para operar sus cámaras de seguridad expiró en julio y no fue renovada, un descuido burocrático que algunos ven como una negligencia.
Además, una renovación largamente prometida –un proyecto de 93 millones de dólares que requiere aproximadamente 60 kilómetros de nuevo cableado– “no estará terminada antes de 2029- 2030”, apuntó.
Faure rechazó los llamados para establecer un puesto policial permanente dentro del palacio-museo, advirtiendo que establecería un precedente inviable y haría poco contra equipos rápidos y móviles. “Estoy firmemente en contra. El problema no es un guardia en una puerta; es acelerar la cadena de alerta”.
Instó a los legisladores a autorizar herramientas actualmente fuera de los límites: detección de anomalías basada en IA y seguimiento de objetos (no reconocimiento facial) para señalar movimientos sospechosos y seguir scooters o equipos a través de cámaras de la ciudad en tiempo real.
Huella fotográfica
Con el mundo del arte en alerta máxima ante cualquier señal de las joyas desaparecidas del Louvre, ha llamado la atención una colección italiana que creó un método para generar una huella fotográfica de sus propias gemas y piezas de valor incalculable, que podría dificultar que se desarmen y se vendan.
“Si el Louvre hubiera adoptado este sistema de seguridad, los ladrones no podrían revender las piedras de las joyas robadas”, aclaró a Reuters Ciro Paolillo, ex profesor de gemología de investigación en la Universidad La Sapienza de Roma, que dirigió el trabajo de cartografía. “Las piedras se identificarían, aunque estuvieran cortadas, en la primera certificación oficial de calidad por parte de un organismo internacional”.
Los expertos en gemología llevan más de una década estudiando las piezas más valiosas de la colección del Tesoro di San Gennaro de Nápoles. Utilizando microscopios y equipos especializados, el equipo ha fotografiado más de 10 mil piedras.
Además de la seguridad armada y los expositores con alarma que protegen físicamente el recinto, el proceso les ha permitido certificar las características únicas de las gemas para proporcionar una especie de huella dactilar forense que los expertos asemejan al ADN.
Los principales museos europeos se han negado a comentar sus protocolos de seguridad tras el robo del Louvre, pero el método de Nápoles ofrece una perspectiva inusual de algunas de las medidas que usan las instituciones.
“¿Has visto esas ventanas? Son pan comido”, contó David Desclos, un antiguo ladrón de bancos, quien hoy trabaja de comediante y afirma haber alertado al museo en 2020, cuando fue invitado a un pódcast interno del Louvre, en el cual opinó sobre el riesgo de exhibir joyas tan valiosas junto a ventanales a pie de calle. “Por las ventanas, incluso desde los techos, hay muchas formas de entrar”.
“Exactamente lo que había predicho”, sostuvo tras conocerse el robo.
El ladrón reformado argumenta que la hora del robo es parte del truco. “Hazlo a plena luz del día, a la hora de apertura, eso desactiva la primera capa de alarma… Sabes que tienes de 5 a 7 minutos antes de que llegue la policía”.
Consideró el robo con rotura de vidrios como una coreografía: ensayo, cronómetro, memoria muscular. “Vinieron por las ventanas..., entraron, tomaron y se fueron”, mencionó.
En cuanto a la vida posterior del botín, Desclos descartó rápidamente el glamour. “Hay entre 90 y 95 por ciento de probabilidad de que las joyas sean desmanteladas”.
Secretismo
A pesar de que el robo diurno de joyas centenarias del museo más visitado del mundo ha captado la atención mundial, hasta ahora se ha revelado poco sobre cómo avanza la investigación. En Francia, las leyes de privacidad son estrictas, las imágenes de los sospechosos no se hacen públicas y las investigaciones están destinadas a ser secretas.
En este país, sólo el fiscal puede hablar públicamente acerca del desarrollo de las investigaciones, y la policía y los investigadores no deben divulgar información sobre los arrestos o sospechosos sin la aprobación del fiscal.
Mientras el Louvre –que ya enfrentaba huelgas del personal por el exceso de visitantes y la falta de personal de seguridad– vuelve a estar en el centro de la conversación nacional, más de 100 agentes trabajaron contra reloj para reconstruir cómo unos ladrones llevaron a cabo el audaz robo, con el objetivo de recuperar las gemas robadas y llevar a los responsables ante la justicia.
Con información de Ap y Reuters
 
 
                