Álamo, Ver. En Aguacate de Vinazco, la furia de las lluvias y la crecida de los ríos no respetó ni a los muertos. Y es que en esta comunidad del municipio veracruzano de Álamo, la fuerza de las inundaciones de la semana pasada fue tal, que incluso desenterró algunos cuerpos del panteón, y los arrojó a grandes distancias de donde reposaban.
Este martes, gracias a la intervención de las localidades vecinas, fue posible encontrar uno de los cadáveres, todavía dentro de su ataúd, el cual había sido arrastrado fuera de la tumba, y terminó por los rumbos del pueblo de La Soledad, a unos 15 o 20 kilómetros de distancia.
Alfredo Domínguez
Aunque el cuerpo pudo ser devuelto a sus deudos, la operación se volvió especialmente dificultosa por el hecho de que las fuertes corrientes del río Vinazco echaron abajo desde hace una semana dos tramos del puente que une a Aguacate con la carretera.
Por esa razón, el féretro de la persona cuyo nombre los pobladores pidieron no mencionar, tuvo que ser cargado primero por una retroexcavadora, y luego transportarse a través de una escalera de madera, por una decena de hombres que llevaron el cuerpo nuevamente al panteón.
Por desgracia, cuenta el comandante Ricardo González Martínez, uno de los responsables de la seguridad de Aguacate, otros dos ataúdes también fueron arrancados del camposanto de la localidad: uno se quedó atorado en una palizada cercana que logró detenerlo, y en el caso del otro, el cuerpo fragmentado logró recuperarse sin el féretro.
Alfredo Domínguez
Escenas de este tipo ocurren en medio de una crisis de abasto de comida, y de falta de electricidad, agua y telefonía, que desde hace casi una semana mantienen a esta comunidad naranjera en vilo, y a la espera de una ayuda oficial que ha llegado a cuentagotas.
“El Ejército nos trajo ayer (lunes) unas tortas y agua, pero necesitamos colchonetas, cal, cloro y veladoras, porque estamos sin luz. En cuanto a la comida, afortunadamente nos ha apoyado la gente, pero no nos abastece”, por las dificultades que plantea alimentar a los cerca de 400 habitantes del pueblo.
Armando Hernández González, el dirigente de los voluntarios que formaron una brigada de protección civil, coincide con el diagnóstico: “ya vino el Ejército a dejarnos algo, pero ¿ya cuántos días han pasado que estamos casi sin víveres?”.
Alfredo Domínguez
Este hombre de hablar sosegado es, quizá, la razón de que la tromba que azotó a Aguacate no se haya cobrado ninguna vida, pues se dedicó desde horas antes a monitorear las lluvias y la crecida del río, y de esa manera logró tocar la campana del pueblo con tiempo suficiente para alertar a la gente y que lograran salir de sus casas antes de que fuera demasiado tarde.
Sin el apoyo económico de ninguna institución, la brigada –compuesta hoy por unas 10 personas—sólo tiene “la experiencia que nos da la vida”, pero supo ser uno de los referentes de la comunidad para hacerle frente a la tragedia.
Alfredo Domínguez
Durante un recorrido por la localidad, es posible observar que ya está trabajando una retroexcavadora y camiones de volteo que el gobierno del estado envió –a decir de Armando Hernández—para comenzar los trabajos de rehabilitación del puente caído, y que hay decenas de trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad, afanándose para restablecer la luz.
Pero la ausencia casi total de las fuerzas armadas o de otras instituciones que podrían ayudarlos despierta enojo y dudas entre los lugareños. “¿Por qué tanto impedimento, por qué tanta burocracia? ¡Si esta es una necesidad de humanidad y ellos ahí tienen todo: aviones, helicópteros!”, se pregunta Victoriano Segura, habitante del pueblo vecino de Ojital La Guadalupe, igualmente destrozado por la crecida del río.