Francisco Zeta Mena, Pue. En los límites entre los estados de Puebla y Veracruz, hay comunidades rurales que también han resentido fuertemente las inundaciones generadas por las lluvias atípicas de los días recientes, que a su vez han provocado el desbordamiento de muchos de los ríos de la zona.
Uno de esos pueblos es La Máquina, una localidad ubicada en el extremo norte de Puebla, que de por sí ha vivido aislado durante muchos años, sobre todo debido a que un puente que iba a cruzar el río Pantepec ha quedado inconcluso desde hace 15 años. Esta falta de contacto por tierra no ha hecho más que empeorar con la reciente crecida de las aguas.
A diferencia de otros asentamientos de la zona, La Máquina –bautizada así por unos aparatos industriales dejados en el pueblo hace muchos años, al parecer para labores petroleras—se quedó sin electricidad, agua, ni señal de telefonía desde hace una semana, incluso antes de que las inundaciones provocaran los mayores estragos.
“Nosotros nos salimos a la segunda planta de mi casa como a las 3 y media de la mañana (del pasado jueves). Ya iba a entrar el agua al segundo piso, cuando nos fuimos al cerro, y ahí estamos todavía, porque prácticamente acá no tenemos nada. No tenemos agua ni luz, y de comida, ahorita lo poco que hay es lo que estamos comiendo”, cuenta Anilú Flores, quien resalta que el principal problema de la comunidad es su aislamiento.
Y es justo ese factor el que provoca que, cuando algún habitante se pone mal de salud, sus familiares tengan que salir corriendo a las lanchas que los conectan con el otro lado del río, para llevárselos lo más rápido que se los permita el clima y, simplemente, esperar lo mejor.
Hoy fue doña Ana quien tuvo la mala suerte de pasar por ese trance. Al no contar con la insulina que necesita para controlar su diabetes, sufrió una descompensación que la obligó a cruzar el Pantepec, en medio de fuertes malestares.
Ya del otro lado, su familia y vecinos la bajaron cargando. De brazos en brazos, haciendo relevos, se la llevaron hasta donde pudieran encontrar una camioneta que los acercara a la clínica de la comunidad vecina de La Mesa, ubicada a unos 7 u 8 kilómetros de distancia.
Ante la pérdida de lo material, salvar la vida
Ni siquiera entre los habitantes más ancianos y memoriosos de La Máquina, hay antecedentes de lo que se vivió aquí hace unos días. El río, en su momento de mayor agitación, se salió de su cauce más de 500 metros hacia cada extremo y, en cuestión de pocos minutos, el agua literalmente tomó por asalto la comunidad.
“Antes ha pasado, pero feo-feo, como ahorita, no. Una pasó en el 99, pero ya se quedó corta. En el 96 fue otra creciente grande (del río), pero no estuvo tan exagerado como ahora. Llegaba a media casa, nada más, pero ahora sí las tapó”, dice doña Felícitas Montiel, quien ya debe andar rondando los 80 años.
Su hija, Cecilia Flores, también recuerda cómo, al abrir la puerta de su casa el jueves en la madrugada, alertada por los gritos que escuchó, vio a sus sobrinas llorando, mojadas, y urgiéndola a salir ya. Los intentos por rescatar cualquiera de sus pertenencias o la pequeña tienda que administran desde hace 15 años, ya habrían sido inútiles.
“En ese momento, ya empieza uno a pensar en la humanidad, en las personas, no en las cosas que podamos perder. La tienda no se afectó, pero en la bodeguita, todo se echó a perder: los fertilizantes de la milpa, del pipián, las máquinas para el riego. Todo lleno de lodo, de agua, de basura”, rememora.
Aunque la comunidad sí ha recibido ayuda de la Guardia Nacional y de las autoridades de la vecina comunidad de La Mesa, es más notoria la intervención de los voluntarios civiles que, desde otros pueblos, se han organizado para recolectar víveres y hacerlos llegar a La Máquina.
Lo hacen a través de la lancha que cruza el río Pantepec, o incluso con los propios lugareños pasando los bultos cargando en la cabeza, mientras se sujetan a una cuerda que los ayuda a pasar el río Beltrán, más pequeño y menos caudaloso que el primero.