Ayer se cumplieron 35 años de la reunificación de Alemania, concretada tras el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. A siete lustros del inicio de dicho proceso, las contradicciones en el seno de la potencia europea dan eco a las voces críticas para las cuales más que de reunificación, cabe hablar de anexión por parte de la Alemania Federal.
La reunificación del 3 de octubre de 1990 cerró el mapa político, pero no las brechas materiales ni simbólicas entre el Este y el Oeste. El relato triunfal de Aufschwung Ost (“auge oriental”) convive con una persistente sensación de ciudadanía de segunda en el oriente y con un país atrapado entre la austeridad como dogma, el armamentismo desbocado y una crisis de representación que alimenta a la extrema derecha. Los propios informes oficiales admiten que, pese a avances, perviven diferencias en ingresos, riqueza y expectativas de vida que se traducen en malestar político y desafección hacia la democracia liberal.
En economía, los datos son tercos. En 2024, el PIB per cápita de los cinco länder orientales (sin contar Berlín) fue apenas 72 por ciento del registrado en las provincias occidentales. Los salarios siguen rezagados: en 2022, los trabajadores del Este ganaron en promedio 15 por ciento menos que en el Oeste. Más elocuente aún es la riqueza: en 2023, el patrimonio medio neto por hogar fue de 170 mil euros en el Este, frente a 364 mil en el Oeste. La tasa de propiedad de vivienda es de 29 por ciento en el Este y 45 por ciento en el Oeste. Como se ve, la imposición de la economía de mercado no equiparó a los alemanes; instauró una suerte de colonialismo interno.
El incumplimiento de las promesas de inclusión se refleja en el mapa electoral. El partido neonazi Alternativa para Alemania (AfD) se consolidó como primera o segunda fuerza en el oriente en las elecciones regionales de 2024, y en las federales del 23 de febrero de 2025 obtuvo 20.8 por ciento del voto nacional, con picos superiores a 30 por ciento en varios länder del Este. El éxito sostenido de la ultraderecha en esa región es el síntoma más visible de un proceso de integración social inacabado.
En lugar de atacar de raíz las inequidades y la debilidad del ciclo económico, Alemania reformó su Constitución y dejó de lado la austeridad fiscal a fin de emprender un peligroso rearme. Tras alcanzar por primera vez desde el siglo pasado la meta de gasto militar de la OTAN (2 por ciento del PIB) en 2024, Berlín elevó el esfuerzo a 2.4 por ciento en el presupuesto de 2025 y proyecta aumentarlo aún más. No es menos inquietante que profundice su alineamiento estratégico con Estados Unidos en momentos en que ese país se encuentra inmerso en un proceso de demolición institucional y concentración unipersonal del poder muy semejante al que Alemania experimentó en la década de 1930, el cual desembocó en la mayor carnicería de la historia humana. Ese viraje se hace a expensas de la memoria histórica. La Unión Soviética –de la que Rusia fue parte– padeció entre 26 y 27 millones de muertes (civiles y militares) entre 1941 y 1945 en la guerra de aniquilación nazi: una devastación sin paralelo en Europa. El “nunca más” que pretende anclar la cultura política alemana obliga a la prudencia estratégica y liderazgo civil, no a normalizar la lógica de guerra en el continente.
Alemania se ha convertido en el principal proveedor europeo de armamento a Israel –alrededor de 30 por ciento de las importaciones israelíes de armas mayores entre 2019– 2023 provino de Alemania, sólo por detrás de Estados Unidos– justo cuando Tel Aviv se encuentra en manos de un régimen abiertamente genocida, condenado por la ONU y con un primer ministro requerido por la justicia internacional por crímenes de guerra. El apoyo imperturbable de Berlín a la limpieza étnica perpetrada por Israel lo coloca en una posición crecientemente controvertida incluso dentro de la muy proisraelí Unión Europea.
En suma, a 35 años de la reunificación, Alemania parece tener más motivos para reflexionar que para festejar. Una política de convergencia real que promueva salarios dignos, riqueza patrimonial, servicios públicos robustos e inversión productiva en el Este; aunada a una oposición firme al genocidio, sería la mejor manera de conmemorar el fin de la traumática separación y garantizar la no repetición del horror nazi.