En un acto espectacular se acaba de anunciar la creación del Gran Corredor Biocultural Maya, que unirá los esfuerzos de conservación de México, Belice y Guatemala en una superficie de 5.4 millones de hectáreas. Se trata, sin duda, de un proyecto legítimo y bien intencionado. Lo primero que se debe destacar es la presencia de áreas naturales protegidas (ANP) en cada país. De acuerdo con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, en la parte de México existen 12 ANP con una superficie de 1.8 millones de hectáreas, además de 122 mil hectáreas de áreas destinadas voluntariamente a la conservación, en tanto que para nuestra sorpresa, en Guatemala existen 46 ANP con 2.67 millones de hectáreas, y en Belice, 20 ANP con 592 mil hectáreas. Según nuestra exploración, en Guatemala hacia 2018 existían 349 áreas protegidas equivalentes al 30 por ciento de su territorio, encabezadas por la Reserva de la Biósfera Maya en el departamento del Petén, fundada en 1990 y con una superficie de más de 2 millones de hectáreas (https://es.wikipedia. org/wiki/%C3%81reas_protegidas_de_ Guatemala), en tanto que en Belice hay 120 ANP equivalentes al 38% del territorio y con innumerables corredores o conectores biológicos (https:// es.wikipedia.org/wiki/%C3%81reas_ protegidas_de_Belice).
En esta entrega se argumenta que para que este acuerdo no se quede a la larga en el nivel de discurso, se debe trabajar a escala local, aprovechando el potencial biocultural de las comunidades mayas, cuya cultura tiene una antigüedad de ¡3 mil años! Identificamos al menos cinco contribuciones bioculturales. Primeramente, su estrategia de uso múltiple de los recursos circundantes, que incluye la milpa y otras prácticas agrícolas, los huertos familiares, la apicultura y meliponicultura, la extracción y recolección de recursos forestales, la caza y la pesca. Se estima que una comunidad maya de la Península utiliza en promedio entre 300 y 500 especies de animales y plantas, es decir, mantiene una notable biodiversidad útil. Esto induce un cierto equilibrio espacial al mantener un patrón de paisajes en forma de mosaico que opera como un eficiente mecanismo ecológico y económico, y explica la resiliencia del sistema naturaleza-cultura.
Segundo, los huertos familiares constituyen una contribución de elaborados sistemas agroforestales. Si el lector utilizando el Google Earth observa la Península desde el cielo, comprobará que en cada comunidad hay siempre una floreciente vegetación. Los huertos se localizan alrededor de las casas y tienen una superficie de entre 500 y 2 mil metros cuadrados, con máximos de hasta 5 mil. Allí se cultivan, toleran y manejan una gran cantidad de especies de plantas, principalmente árboles y arbustos, además de animales domésticos como cerdos, gallinas, guajolotes, patos y colonias de abejas (nativas e introducidas), que son fundamentales en la alimentación de las familias. En el nivel de comunidad, los dos inventarios más detallados realizados en Chunchucmil y en X-Uil arrojaron 276 y 387 especies, respectivamente.
Tercero, la milpa maya, estudiada a fondo por Silvia Terán y Christian S. Rasmussen en 1994 en la comunidad de Xocén, registró hasta 50 especies y variedades de plantas: seis razas de maíz, seis clases de leguminosas (incluyendo tres frijoles), ocho cucurbitáceas, nueve tipos de chile (iik), siete clases de jitomates (p’aak), y siete tubérculos y camotes comestibles. Este catálogo de especies y variedades sintetizan varios miles de años de domesticación, selección, adopción y cuidado de plantas: una sabiduría etnobotánica.
La cuarta contribución atañe a los conocimientos. En la Península, la gran variedad de climas y tipos de vegetación arrojan una riqueza florística de entre 2 mil 200 y 2 mil 400 especies de plantas. Y esta diversidad se refleja en el detallado conocimiento maya. Dos estudios etnobotánicos en comunidades (Cobá y Chunhuhub) reportaron conocimientos para 920 y 826 especies, y un diccionario regional etnobotánico documentó nombres y usos mayas para una lista de 2 mil 166 especies; es decir, más de 90 por ciento del total de la flora. La etnozoología es igualmente rica, incluyendo a la abeja nativa xunaankab (Melipona beechii).
Finalmente, la cosmovisión maya percibe el mundo como una relación entre tres actores: la naturaleza, las deidades y los seres humanos, y busca su equilibrio o resiliencia. También organiza su visión del mundo en dos dimensiones: el ciclo de noche y día, y el ciclo anual. En esta naturaleza viva y sacralizada, un recuento realizado por Olga Lucía Sanabria en 1984 reveló la existencia de decenas de deidades que representaban a la biodiversidad y al mundo físico y químico.