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El despertar... homenaje

José Agustín Ortiz Pinchetti acompañó a sus lectores durante 35 años con más de mil artículos publicados de forma ininterrumpida, hasta pocos días antes de su fallecimiento. Foto
José Agustín Ortiz Pinchetti acompañó a sus lectores durante 35 años con más de mil artículos publicados de forma ininterrumpida, hasta pocos días antes de su fallecimiento. Foto Cuartoscuro / Archivo
10 de agosto de 2025 08:28

Esto no es una profanación del espacio dominical El despertar de mi padre, sino apenas un préstamo en su memoria, ahora que este agosto se cumple el primer aniversario luctuoso de José Agustín Ortiz Pinchetti (1937–2024). Durante 35 años acompañó a sus lectores con más de mil artículos publicados de forma ininterrumpida, hasta pocos días antes de su fallecimiento.

No fue sólo el medio que eligió para compartir sus ideales y alentar una conciencia política crítica y ética, sino una vocación a la que no renunció ni por viajes, ni por trabajo, ni siquiera durante los momentos más difíciles de su enfermedad, consecuencia de un hematoma cerebral que lo invalidó físicamente, pero no le impidió escribir hasta pocos días antes de su partida; el trabajo era lo más importante en su vida, como lo eran sus afectos, empezando por su esposa Loretta Ortiz Ahlf y sus tres hijos. Lo hacía porque lo amaba y porque sentía una responsabilidad genuina hacia sus lectores.

Dotado de un agudo sentido del humor, la idea de ser recordado con un despertar le habría encantado. Pero lo que deseo compartir con el lector es el motor menos visible de su lucha democratizadora proveniente de una profunda espiritualidad laica, que fusionaba cristianismo primitivo con budismo.

Me dijo en una serie de entrevistas inéditas que le realicé semanalmente durante más de un año, desde el 6 de diciembre de 2020: Creo en Dios y en la enseñanza evangélica, y de ahí ha nacido mi vocación política y mi afinidad con Andrés Manuel López Obrador, quien es también creyente. Estoy seguro de que sin el componente cristiano yo no sería activista político.

Algunos episodios claves permitieron que JAOP –como lo apodaban y como llevaba bordado con diminutas letras en el pecho de sus camisas– se liberara de una pesada herencia familiar de católicos, conservadores y apolíticos, según sus palabras, y forjara una conciencia política propia.

Ello comenzó en la infancia. Me narró cómo el mundo indígena se filtró en su vida a través de las nanas: mujeres tiernas, sabias, que provenían del campo y aportaban una cultura ancestral. Aunque no tuvo contacto directo con la vida campesina hasta los 10 o 12 años, su presencia y sus relatos lo marcaron profundamente, especialmente porque su madre se había alejado emocionalmente. Ese contraste entre la pobreza de las nanas y la relativa comodidad de su clase media urbana quizás encendió en mí la primera chispa de una justicia social.

Su abuela paterna, mamá Maga, fue otra figura crucial. Profundamente religiosa, pero también patriótica y sensible a lo social, como lo eran sus antepasados, los Ortices: mi familia materna era antiliberal. Mi bisabuelo materno había luchado en el sitio de Querétaro contra Juárez. Mientras mis parientes del lado paternos eran liberales y republicanos. Mi abuelo estuvo muy cerca del general Obregón, luchó como agente secreto en sus huestes.

Su abuela le brindó una estructura afectiva firme y le transmitió valores de independencia y amor al trabajo, pues fue madre soltera y trabajó hasta el final de su vida como administradora de un edificio, del todo inusual para la época. Fue también quien alentó desde temprano su interés por la escritura. Mi padre exhumó sus restos para depositarlos junto a sus cenizas en la iglesia de San Ignacio de Loyola, edificada sobre los terrenos del Colegio Patria, la escuela jesuita donde estudió, que amó y donde también comenzó su liberación espiritual y política.

Ahí empezó a desligarse del catolicismo convencional, en particular, gracias al padre Rodolfo Mendoza, quien era un contestatario en cuestiones religiosas, que percibió mis dudas y me liberó de ese peso de creencias que él mismo ya no compartía; me aconsejó seguir las enseñanzas evangélicas y olvidarme de las cuestiones dogmáticas que, según él, eran filosofía, pero no verdad absoluta. Desde entonces, JAOP se alejó de la Iglesia institucional y de sus rituales. Incluso obtuvo permiso oficial del Colegio Patria para no asistir a misas ni ceremonias religiosas, horrorizando a sus padres y causando duros conflictos familiares.

Ya adulto, desarrolló una práctica religiosa no ortodoxa, como bautizar a sus hijos sin sacerdote, y llegó a considerar la posibilidad de convertirse al luteranismo por sus doctrinas más amables y prácticas. Exploró otras espiritualidades: descubrió el yoga a los 20 años, luego la meditación zen con el doctor Jorge Derbez durante una crisis personal por su divorcio –práctica que mantuvo durante décadas– hasta encontrar el mindfulness guiado por su amiga Leticia Picazo.

Así, JAOP forjó su propio despertar: fusionó la fe cristiana con la conciencia social, el misticismo oriental con el compromiso político. Su búsqueda espiritual no fue refugio, sino motor de transformación.

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Lo que deseo compartir con el lector es el motor menos visible de su lucha democratizadora proveniente de una profunda espiritualidad laica, que fusionaba cristianismo primitivo con budismo, escribe Alejandra Ortiz Castañares, hija del fallecido José Agustín Otiz Pinchetti.

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