El pasado 28 de mayo murió el escritor de origen keniano Ngũgĩ wa Thiong’o, cuya obra ha impactado a lo largo y ancho del mundo. Como suele suceder en estos casos, la mayoría de los medios informativos que replicaron esta información tomaron como base alguna nota escrita con un cierto tono de impacto; en el caso del deceso, los titulares y contenidos repitieron que él fue “un eterno aspirante al Premio Nobel de las Letras”. Esta adscripción, repetida sin reflexión alguna, sin embargo, no es menor, pues devela una condición política de la biografía y de la obra del africano.
Nacido en 1938, fue encarcelado y perseguido, también exiliado en diversas ocasiones. Thiong’o se distinguió por su inquebrantable compromiso, que era al mismo tiempo literario, político e intelectual. En lo literario, es palpable la presencia de la historia de un pueblo en búsqueda de su libertad y los numerosos atavismos que enfrentó: la violencia colonial y la represión y corrupción poscolonial quizá fueron los sellos distintivos.
Una a una, sus novelas expresan el sentido de retratar las contradicciones de la búsqueda de la libertad –en contexto de colonia o de independencia política– situación que lo llevó a reflexionar a largo plazo sobre las condiciones productivas de la cultura. Sin exagerar, podría pensarse que Thiong’o es a las letras de Kenia lo que Fanon a la reflexión sobre la condición ontológica del colonialismo en Argelia.
Pero esto no acaba ahí, Thiong’o se destacó, también, por ser un lúcido ensayista. Sus reflexiones sobre la noción de “centro” (intelectual, académico, político) producto de la tensión entre las formas coloniales que África experimentó crudamente, pero que son las que conectan de forma vivencial a la mayor parte del mundo, son el objeto de sus ensayos políticos. Por cierto, aquellos de tono marxista apenas están traducidos al inglés a finales de la década de 1970, y no han hecho aún en nuestro idioma. En esa vereda el keniano avanzó reflexionando sobre la presencia del dominio colonial a partir del lenguaje, mecanismo privilegiado que transformó las vidas colectivas, pero también los mapas, las figuras y los conceptos con los que los habitantes de un espacio se piensan. Para él la “producción es cooperación, es comunicación, es lenguaje” y la “lengua como comunicación a través de la mano y de la palabra hablada evolucionaron históricamente de forma más o menos simultánea”.
Esto fue lo que lo llevó a reflexionar que hasta antes del dominio colonial en los numerosos pueblos africanos “el agricultor era también el pensador”, pues en ellos la mano y la palabra no estaban escindidas.
La ruptura de este paradigma con la escisión colonial, que expropió violentamente la tierra e intentó destruir la cultura cooperativa “habían encerrado, cuidadosamente, sus vidas en una jaula lingüística”.
De esta constatación se entiende el llamado político y el que quizá fue su compromiso político-intelectual más perdurable: negarse a escribir en inglés. Así, optar por las lenguas africanas no era un acto de solipsismo ni de “nativismo”, tampoco de encierro o negación del mundo. Era, por el contrario, un intento por conquistar un lugar en el mundo, bajo el derecho de nombrarlo y nombrarse a sí mismos.
La preferencia de escribir en kikuyo, su lengua natal, moldea su relación política con la historia, con la propia práctica política y con el destino independiente de buena parte de África y especialmente de Kenia.
Es por ello que la socializada idea de que “fue un aspirante al Premio Nobel” devela el componente político en última instancia: aquellos reconocimientos, aunque muchas veces valiosos y justos, no dejan de resonar una dimensión colonial. En este caso, el precio pagado por escribir en un idioma, y no en otro, le habría costado a un valiente y comprometido escritor, aquel galardón.
Thiong’o dejó el mundo y tras él una obra vasta, cuyas referencias, aunque kenianas y africanas, no dejan de ser profundamente universales para el resto del mundo colonial. De ahí que autoras como Sonia Dayan-Herzbrun hayan propuesto que “creolizar” la obra de Marx podía hacerse con la obra del keniano. De tal manera que, lo que leemos con él, no es sólo la experiencia de un pueblo y del desgarro de la violencia; además, pueden transparentarse el deseo y la voluntad de quien acompañó aquellos derroteros, asumiendo que, en las relaciones humanas, antes que los papeles y títulos de propiedad que el capitalismo adelantó como su formato preferencial para cimentar a la sociedad, lo valioso era el compromiso de la palabra. Thiong’o no fue acreedor del Premio Nobel, pero conquistó algo más importante: la libertad de nombrar, con la palabra, al mundo.
*Investigador en la UAM. Autor de En el medio día de la revolución.