¿Qué es, aquí y ahora, lo que un partido progresista europeo puede hacer para frenar el auge autoritario? O aplicado al Estado español: ¿qué hacer desde la izquierda con el PSOE de Pedro Sánchez, acorralado por un supuesto caso de corrupción y posible financiación ilegal? El debate es lógico y legítimo, pero algunos parecen haber contestado la pregunta con demasiada ligereza. Podemos ya ha dado por muerta la legislatura, y mandaría, si pudiera, a Sánchez a los leones. La mayoría de la investidura es hoy una entelequia.
El momento y el lugar. El aquí y el ahora son el punto del que debe partir todo análisis y actuación política. Sobre ese presente material se despliegan luego teoría e ideología, saberes, experiencias, hipótesis, filias, fobias y rencores varios. Pero si empezamos por abstraernos de las condiciones concretas, adiós.
Y el aquí y el ahora son tenebrosos. Los dirigentes europeos tienen la fortuna de que, en comparación con Donald Trump, cualquiera parece Nelson Mandela, pero el liderazgo continental está en manos peligrosas y negligentes. Es exasperante ver que ni el maltrato constante del “maligno niño dios” instalado en la Casa Blanca (la definición es de John Carlin) sirve para espabilar a Europa.
Por no entender, no entienden ni la sicología del personaje, como lo acaba de demostrar el secretario general de la OTAN, Mark Rutte. Cuanto más servil, peor te trata el niño dios. Rutte mandó un mensaje privado bochornoso a Trump para felicitarlo por bombardear Irán y rendir pleitesía tras lograr el compromiso del resto de países de la Alianza Atlántica para elevar el presupuesto militar hasta 5 por ciento del PIB: “Europa va a pagar a lo grande, como debería, y será tu victoria”. La respuesta de Trump ante tremendo vasallaje fue publicar en su red social el mensaje privado, como para cavar un agujero hasta el centro del planeta y retirarse a él a masticar la vergüenza.
El gobierno de Sánchez ha sido el único que ha dado algo de guerra durante la cumbre de la OTAN de esta semana, diseñada para complacer a Trump. Tampoco mucha, porque ha acabado firmando el compromiso, pero sólo después de lograr un redactado más ambiguo con el cual confía en esquivar un aumento presupuestario para el que no tiene apoyos en casa. Italia y Bélgica se han puesto a la cola. “España es un problema”, ha dicho Trump desde el Air Force One. Para Podemos, sin embargo, no ha sido sino el último engaño de Sánchez.
El mapa es el que es: España es el único estado con cierto peso en Europa en el que fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia tradicional participan en el gobierno y la gobernabilidad. Sin ese elemento, difícilmente se entendería la resistencia de Sánchez a elevar el presupuesto militar. Pero el problema no es sólo la carrera armamentística. El reverso lo ofrece una Comisión Europea que, de forma unilateral, acaba de dar por muerta la iniciativa comunitaria para poner freno al greenwashing, la estrategia comercial que pinta de verde ecológico cualquier política. Era uno de los pocos restos del naufragado Green New Deal, otrora plan estrella de la Comisión de Ursula von der Leyen.
Aunque la dirigente alemana llegó al cargo con el apoyo de liberales y socialdemócratas, la mayoría que opera en las instituciones europeas es, sobre todo, la de las derechas. El pasado 17 de junio, el Parlamento Europeo rechazó por primera vez en la historia un informe sobre la financiación de políticas de desarrollo, mientras en las comisiones relacionadas con las libertades y los derechos, derechas y extremas derechas aplican su rodillo.
Ésa es la fotografía del exterior. La del interior la ofrece José María Aznar –faro, guía y ancla de las derechas españolas–, que acaba de traspasar una nueva línea al acusar a Pedro Sánchez de ser capaz de amañar las elecciones. La ilegitimidad legitima el golpismo, eso ya lo aprendimos.
Es en este contexto, y no en otro, en el que ha estallado el caso de supuesta corrupción de un PSOE tremendamente irresponsable. Y es en este contexto, sin juicio ni instrucción judicial digna de tal nombre –de momento todo son pesquisas policiales interesadamente filtradas–, en el que la izquierda debe decidir qué hacer con Sánchez. Sumar, que forma parte del gobierno, ha puesto tierra de por medio, pero no parece dispuesto a romper. Vascos y catalanes, más cautos y escépticos ante las maniobras del Estado profundo, contemplan la escena sin alzar demasiado la voz.
La ruptura no vendrá por aquí. Es Podemos quien ha dictado sentencia. ¿Con qué objetivo? ¿Piensan que un PSOE disminuido les dejará espacio para crecer? A la luz del espejo portugués, la maniobra es una temeridad. Bajo el foco del contexto global, una enorme irresponsabilidad.
La alternativa no es una carta blanca a Sánchez, quien debe entender que tiene el crédito agotado. Deben pedírsele cuentas en materia de corrupción, pero también en materia de programa. Resistir es la especialidad del presidente, pero si se cree lo que dice sobre el carácter antidemocrático de estamentos del Estado profundo español –de la policía a los jueces–, resistir no es ya suficiente.