No es fácil seguir la política española. La desconexión respecto a las tendencias globales la hace a menudo ininteligible. Europa entera está buscando su sitio en un mundo que cambia, su padrino americano se ha pasado al lado de los adversarios, se debate un rearme de consecuencias desastrosas, los autoritarismos y la extrema derecha avanzan al galope mientras se asiste en vivo y en directo a un genocidio diario y se avanza hacia una guerra total en Oriente Próximo. El mundo arde, literalmente, pero Madrid mira absorto a la cerilla que prende en su mano.
Es un ecosistema político casi cerrado con unos métodos de financiación que, por lo que se ve, no han cambiado desde el siglo XIX. La adjudicación de obra pública a cambio de comisiones al partido de gobierno en turno es una constante en la que han caído todos los partidos sistémicos que han gestionado grandes instituciones públicas durante un periodo relevante. El PSOE no es una salvedad.
La semana ha sido horrible para el Partido Socialista. Empezó con el cierre de la instrucción contra el fiscal general del Estado (figura similar a la del Procurador General), en una causa de lawfare de manual que lo sentará en el banquillo de los acusados. La instrucción ha corrido a cargo del juez del Tribunal Supremo Ángel Hurtado, que salvó al ex presidente del PP Mariano Rajoy del caso sobre la caja B del partido –pese a que el tesorero, Luis Bárcenas, tenía pagos anotados a un tal “M. Rajoy”–.
Ahora, y en el país de las filtraciones, Hurtado sostiene sin pruebas de peso que el fiscal filtró a la prensa la confesión de fraude fiscal del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, del PP. Nunca pierdan de vista el nombre de la auténtica embajadora del trumpismo en España. El líder de Vox, Santiago Abascal, es un espantapájaros a su lado.
Con la Fiscalía General fuera de combate, el jueves llegó el golpe de gracia. Un informe de la Guardia Civil implicó al secretario de organización del PSOE, Santos Cerdán, en un supuesto caso de comisiones ilegales que puede ser bastante más serio y que, conocidos los usos y costumbres de la política española, tiene a priori más visos de veracidad. La dimisión fue fulminante. Es el segundo secretario de organización que cae en cuatro años. El momento para Pedro Sánchez es delicado, y en la recámara aguardan las investigaciones prospectivas sobre su mujer y su hermano, otros casos que se antojan prefabricados.
Si se han perdido, es normal. Resumen: dos procesos de lawfare colgados de un alambre y uno de comisiones que puede derivar en un caso de financiación ilegal que se antoja más real. De fondo, un Estado profundo que, con poderosos tentáculos como el Poder Judicial y la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, tiene declarada la guerra al gobierno de Sánchez y, sobre todo, a la mayoría plurinacional de izquierdas que lo sostiene.
A modo de pista, la directriz del ex presidente José María Aznar contra el gobierno: “El que pueda hacer, que haga. El que pueda aportar, que aporte. El que se pueda mover, que se mueva”.
Ésta es la fotografía presente, que sería otra si el PP hubiese logrado una gran movilización el domingo en la concentración que convocó en Madrid bajo el lema “Mafia o democracia”. La coreografía estaba preparada para que los escándalos de esta última semana cayesen sobre el lecho de decenas de miles de manifestantes pidiendo elecciones. Pudo haber sido el final de Pedro Sánchez, pero el pinchazo de la derecha le da aire y ánimo para resistir, su especialidad. No tiene otra opción responsable.
Uno de los problemas del PP es que tiene un líder, Alberto Núñez Feijóo, que en una manifestación contra “la mafia” –del PSOE, se entiende–, no menciona la palabra mafia en su discurso por temor a que le recuerden, una vez más, su relación con el narcotraficante Marcial Dorado.
Hay más. El PP todavía aguarda el juicio del caso Kitchen, que juzga la maniobra conjunta del PP y la policía para eliminar las pruebas sobre la caja b del partido. Ayuso tampoco está en su mejor momento, con su novio imputado por fraude fiscal tras un escandaloso enriquecimiento por la venta de mascarillas durante la pandemia, y con los juzgados investigando los “protocolos de la vergüenza”, que dejaron morir desatendidas a 7.291 personas mayores durante el covid 19. La derecha española no está para dar lecciones.
Feijóo es un hombre con carácter, pero sin carisma, atrapado en una contradicción: lo que necesita para mantenerse al frente del PP es lo contrario de lo que necesita para llegar a la presidencia del gobierno. La suma de las derechas españolas, en unas elecciones ordinarias, no es suficiente.
Feijóo necesita acercarse a PNV y Junts, las derechas vasca y catalana, para anular al PSOE, pero esa apertura soliviantaría a la extrema derecha de Vox y, sobre todo, a Ayuso, que aguarda su momento. Feijóo es un hombre atrapado que sólo el PSOE, con algún error mayúsculo que desmovilice a la izquierda, puede salvar.
Esa opción, irresponsable e imperdonable, ha dado un paso de gigante esta semana.